20 de abril. Las malas noticias de la prensa.
Hay quien deja de leer la prensa porque está convencido de que sólo se ocupa de las malas noticias. La verdad es que un ochenta por ciento de las informaciones de un periódico se centraliza en las malas nuevas. Pero, en el fondo, es lógico. Como dice Howard Simons, periodista y conservador de la Fundación Nieman de Periodismo de la Universidad de Havard, quien participó en los trabajos de investigación de “The Washintong Post” sobre el escándalo del Water-gate: “Se trata más de iluminar la oscuridad que de reflejar la luz y de intentar que la gente sea honrada antes de que de informar sobre la gente honrada. Si, todos los días, los periódicos dijeran que 880 aviones habían despegado y aterrizado sin más en el aeropuerto de Logan, en Boston –asegura este colega norteamericano–, nadie leería esa noticia. Esto no significa que el sensacionalismo venda periódicos”. Por desgracia es así, y sólo cuando hay un accidente mortal entre un millón de vuelos, la gente desea saber cómo ha sido. El problema es que buena parte de este globo está harta de que se le engañe, se la manipule gratuitamente o se le oculte información por conveniencia de alguna empresa interesada. Es gente que no lee ni buenas ni malas noticias porque termina desinteresándose de la prensa.
A propósito del secreto que muchas veces envuelve las noticias por parte de los gobiernos, H. Simons añade: “Cualquiera que haya trabajado de periodista en Washington durante cierto tiempo se da cuenta pronto de que la etiqueta de secreto se utiliza con frecuencia para ocultar información embarazosa o para impedir todo debate sobre un tema de interés nacional más que para salvaguardar un secreto verdadero”. Y, más adelante, a propósito de la independencia de los diarios: “Lo que hace falta son ojos independientes, no únicamente para asegurar que los gobiernos sean honrados, sino para dar a los ciudadanos un punto de vista que no sea el oficial”.
A propósito del secreto que muchas veces envuelve las noticias por parte de los gobiernos, H. Simons añade: “Cualquiera que haya trabajado de periodista en Washington durante cierto tiempo se da cuenta pronto de que la etiqueta de secreto se utiliza con frecuencia para ocultar información embarazosa o para impedir todo debate sobre un tema de interés nacional más que para salvaguardar un secreto verdadero”. Y, más adelante, a propósito de la independencia de los diarios: “Lo que hace falta son ojos independientes, no únicamente para asegurar que los gobiernos sean honrados, sino para dar a los ciudadanos un punto de vista que no sea el oficial”.
En cuanto a la buena salud de la prensa, estoy de acuerdo en que no todos los periódicos son buenos. Ninguno de ellos es totalmente bueno o totalmente malo, justo o injusto. Todos tienen sus defectos y sus tendencias, al igual que sus lectores. “Pero –añade H. Simons, y es un pero terriblemente significativo–, si los periódicos no sacan a la luz las noticias y las publican, si no llevan a cabo las investigaciones y no hacen los comentarios, si no examinan los problemas y los denuncian, entonces ¿quién lo hará?”.
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