5 de abril. Gestos dispares.
Las horas de la llamada “Semana Santa”, tan atractivas para el turismo, desbordan devoción y superchería y están a menudo impregnadas de violencia gratuita. Son horas que siguen, año tras año, teñidas de sangre y de morado durante siete días. Me rebelo contra este sentimiento si no propiciado, al menos, consentido por la liturgia de la Iglesia y defiendo que el hombre es el principio de todo. Y me identifico plenamente con Gerald Brenan que, en sus “Pensamientos en una estación seca”, afirma no creer en Dios “porque si existiese, habría destruido hace mucho tiempo a la raza humana por su crueldad y perversidad”.
Invadido por el sarcasmo, contemplo estas ceremonias religiosas pendientes de la climatología. Me indigna ver cómo la lluvia y otros contratiempos, que impiden seguir con una costumbre centenaria, hacen llorar a quienes más dentro las sienten. Y, en medio de tanto gesto compungido, provocado por la imposibilidad de sacar a la calle las imágenes piadosas de la última Cena, observo ciertas escenas contradictorias. Retengo, por ejemplo, la imagen de las autoridades policiales de Cuenca que establecen, año tras año, controles de alcoholemia y otras medidas de seguridad al celebrarse la procesión del Cristo de las Seis, conocida vulgarmente como la de Los Borrachos. Ante la masiva concentración de punks, se incautan navajas, juegos de cadenas, hachas y bates de béisbol y se prohíbe la venta de bebidas en envases de vidrio, pero los incidentes se siguen reproduciendo. La medida ni previene el abuso de bandas de jóvenes que practican diversos destrozos en esta ciudad, ni las consiguientes protestas vecinales. Incluso se registra una psicosis colectiva, agravada por las noticias de Madrid y de Valencia, en donde circulan convocatorias entre grupos punks para pasar “una noche sin control” en Cuenca.
También en Pamplona hay enfrentamientos físicos, lanzamientos de botellas y de cirios contra la imagen de la Virgen. En la calle de la Calderería, abarrotada de bares de ambientación punk, grupos de jóvenes proliferan blasfemias contra la Virgen, coreando el tema musical de la Polla Record, “Salve Regina”, y gritan insistentemente: “Hay que quemar a la Dolorosa”. La procesión de la Virgen de La Soledad transcurre entre el silencio de los penitentes y las canciones de grupos de jóvenes que aluden jocosamente temas religiosos. Son las contradicciones de la Semana Santa.
Invadido por el sarcasmo, contemplo estas ceremonias religiosas pendientes de la climatología. Me indigna ver cómo la lluvia y otros contratiempos, que impiden seguir con una costumbre centenaria, hacen llorar a quienes más dentro las sienten. Y, en medio de tanto gesto compungido, provocado por la imposibilidad de sacar a la calle las imágenes piadosas de la última Cena, observo ciertas escenas contradictorias. Retengo, por ejemplo, la imagen de las autoridades policiales de Cuenca que establecen, año tras año, controles de alcoholemia y otras medidas de seguridad al celebrarse la procesión del Cristo de las Seis, conocida vulgarmente como la de Los Borrachos. Ante la masiva concentración de punks, se incautan navajas, juegos de cadenas, hachas y bates de béisbol y se prohíbe la venta de bebidas en envases de vidrio, pero los incidentes se siguen reproduciendo. La medida ni previene el abuso de bandas de jóvenes que practican diversos destrozos en esta ciudad, ni las consiguientes protestas vecinales. Incluso se registra una psicosis colectiva, agravada por las noticias de Madrid y de Valencia, en donde circulan convocatorias entre grupos punks para pasar “una noche sin control” en Cuenca.
También en Pamplona hay enfrentamientos físicos, lanzamientos de botellas y de cirios contra la imagen de la Virgen. En la calle de la Calderería, abarrotada de bares de ambientación punk, grupos de jóvenes proliferan blasfemias contra la Virgen, coreando el tema musical de la Polla Record, “Salve Regina”, y gritan insistentemente: “Hay que quemar a la Dolorosa”. La procesión de la Virgen de La Soledad transcurre entre el silencio de los penitentes y las canciones de grupos de jóvenes que aluden jocosamente temas religiosos. Son las contradicciones de la Semana Santa.
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