11 de julio. ¿Está el enemigo? ¡Que se ponga!
Mañana hará seis años que Miguel Gila se fue definitivamente de España, dejándola sin la parodia de la guerra y sin su humor inteligente. Tres años más joven que Pinochet y de mentalidad totalmente opuesta a la suya, si éste ejerció una represión constante que desprendía muerte a su alrededor, degradación y destrucción gratuitas, Gila tuvo un humor contagioso que retrataba la estupidez del ser humano, sin herir los sentimientos de nadie. Un humor inteligente y subversivo que cambió el fusil y las balas de verdad por el teléfono y el ingenio, en una lucha eterna contra la sordidez del franquismo y a favor de la democracia.
El soldadito republicano, entregado a las tropas moras de Franco, fue, según cuenta en sus memorias, mal fusilado: “El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino, la boca, llena de gritos de júbilo y carcajadas, y las manos, apretando el cuello de las gallinas robadas con el ya mencionado ‘Ábrete Sésamo’ de los vencedores de batallas. El frío y la lluvia calaban los huesos y allí mismo, delante de un pequeño terraplén y sin la formalidad de un fusilamiento, sin esa voz de mando que grita: ¡Apunten! ¡Fuego!’, apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros. Catorce saltos grotescos en aquel frío atardecer del mes de diciembre. Las gallinas tuvieron poco tiempo para respirar, el que emplearon los del piquete de ejecución en apretar sus gatillos. Y sobre la tierra empapada por la lluvia, nuestros cuerpos agotados de luchar día a día”.
Gila tuvo que continuar aquella guerra, primero, en un campo de prisioneros y, luego, vestido de militar franquista, uniforme que siguió llevando cuando actuaba como humorista. No aguantó tanta vida amorfa y se marchó a la Argentina de la que no regresó hasta iniciada la supuesta democracia en España. Pero volvió a marcharse de este país que no practicaba el diálogo, sino el monólogo. Y regresó definitivamente, aceptado al fin por la televisión, que divulgó un humor tan triste y humano como su personalidad.
Finalmente, Gila desapareció para siempre de esta España, más vieja que todos los golpistas que la marcaron e intentaron domesticar. Tampoco volvió a la Argentina ni a ningún otro país, sino que se fue definitivamente. Hoy, todo el mundo reconoce su humor. Y, en aniversarios como este, televisiones y prensa, más esclavas de la actualidad que fieles a su memoria, se suelen volcar por unas horas sobre su vida. El tiempo preciso mientras dure su recuerdo post mortem. Pero él, en la paz eterna, sigue mofándose de la guerra y de la estupidez de este perro mundo, y sigue, pese a todo, al otro lado del teléfono, imaginando conversaciones con el enemigo de siempre.
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