2 de julio. ¿Quién quiere ser millonario?
A juzgar por lo que cuentan las revistas del corazón, este es un país lleno de ricos que ya no saben qué hacer con su dinero. Pero también la prensa más seria y menos rosa se ocupa de estas historias. En sus páginas diarias hay gangas, beneficios y negocios para todos los gustos e intereses. De hecho, gracias a ciertos favores de alcaldes y a concejales que se forran, hay promotores y urbanizadores que se hacen en estos tiempos de oro. Y concursos televisivos que ofrecen dar el salto definitivo. ¿Quién quiere ser millonario?, dice uno de ellos. Cualquiera con buenos conocimientos mundanos puede llenarse los bolsillos gracias a las oportunidades presentadas. Y muy pocos, por no decir ninguno, en su sano juicio, podría despreciar estas brevas o bicocas.
Reconozco que no sólo los predestinados que se arriesgan triunfan a su manera en este mundo. Cada día se presentan miles de oportunidades aprovechadas por cualquiera que, a la larga, convierten nuestro país en más fantasioso y menos realista de lo que debería ser. Aunque a veces me pregunto si no estaré equivocado. Pienso que, al fin de cuentas, no soy más que un parado que se dedica a la literatura y a la música, en una situación económicamente lamentable. Mientras que otros saben jugar, y algunos triunfan y ganan sin demasiadas problemas, aunque, también la mayoría, pierde y es derrotada con la misma facilidad.
En este contexto, me pregunto si mi vida no es un sinónimo de fracaso personal. ¿Qué importancia tiene que un pobre diablo se crea que está haciendo lo correcto si navega contra corriente y, ni siquiera en el profundo mar de la literatura o en el de la música, está seguro de nada? En este mundo de falsedades y de mentiras, me dicen mis coetáneos, hay que seguir el ejemplo de los que triunfaron en cualquier campo y aprovecharse de la oportunidad del momento. Por ejemplo, en la abogacía, en la bolsa, o en los negocios. Vivir de puta madre sin pegar golpe, haciendo lo que a uno le plazca para conseguir cada vez más pasta. Ser un David Boies que llevó la causa del Departamento de Justicia contra Microsoft o la de los clientes defraudados de Sotheby’s Christie’s. De esta manera podría permitirme aplicar tarifas moderadas. Especializarme en derecho penal o mercantil. Ser un lanzado hombre de empresa, un inspector de fama, un político astuto, de los que defienden causas nobles de día y se enriquecen de noche. Incluso, dentro de la profesión de letras, podría escribir novelas de ventas millonarias. O hacer, en fin, cualquier cosa con tal de ganar dinero a punta pala y no morirme de asco como estoy haciendo.
Entonces me asalta una terrible duda. Pienso que tal vez me equivoqué de camino, que empeñarme en tener ideales y principios es de gentes de otra época que no de ésta, que debo dar el salto definitivo hacia otros campos, otros mundos, otros tiempos, otros lugares en los que escribir no sea un suicidio, una locura personal, un grito contra el viento en pleno desierto. Son los momentos más duros de esta vida. Y me acuesto sin ver la tele, procurando no pensar en nada de lo que me corroe e intentando dormirme hasta que un nuevo día me despierte.
Reconozco que no sólo los predestinados que se arriesgan triunfan a su manera en este mundo. Cada día se presentan miles de oportunidades aprovechadas por cualquiera que, a la larga, convierten nuestro país en más fantasioso y menos realista de lo que debería ser. Aunque a veces me pregunto si no estaré equivocado. Pienso que, al fin de cuentas, no soy más que un parado que se dedica a la literatura y a la música, en una situación económicamente lamentable. Mientras que otros saben jugar, y algunos triunfan y ganan sin demasiadas problemas, aunque, también la mayoría, pierde y es derrotada con la misma facilidad.
En este contexto, me pregunto si mi vida no es un sinónimo de fracaso personal. ¿Qué importancia tiene que un pobre diablo se crea que está haciendo lo correcto si navega contra corriente y, ni siquiera en el profundo mar de la literatura o en el de la música, está seguro de nada? En este mundo de falsedades y de mentiras, me dicen mis coetáneos, hay que seguir el ejemplo de los que triunfaron en cualquier campo y aprovecharse de la oportunidad del momento. Por ejemplo, en la abogacía, en la bolsa, o en los negocios. Vivir de puta madre sin pegar golpe, haciendo lo que a uno le plazca para conseguir cada vez más pasta. Ser un David Boies que llevó la causa del Departamento de Justicia contra Microsoft o la de los clientes defraudados de Sotheby’s Christie’s. De esta manera podría permitirme aplicar tarifas moderadas. Especializarme en derecho penal o mercantil. Ser un lanzado hombre de empresa, un inspector de fama, un político astuto, de los que defienden causas nobles de día y se enriquecen de noche. Incluso, dentro de la profesión de letras, podría escribir novelas de ventas millonarias. O hacer, en fin, cualquier cosa con tal de ganar dinero a punta pala y no morirme de asco como estoy haciendo.
Entonces me asalta una terrible duda. Pienso que tal vez me equivoqué de camino, que empeñarme en tener ideales y principios es de gentes de otra época que no de ésta, que debo dar el salto definitivo hacia otros campos, otros mundos, otros tiempos, otros lugares en los que escribir no sea un suicidio, una locura personal, un grito contra el viento en pleno desierto. Son los momentos más duros de esta vida. Y me acuesto sin ver la tele, procurando no pensar en nada de lo que me corroe e intentando dormirme hasta que un nuevo día me despierte.
1 comentario:
Ánimo Santi, que no es más rico quien más tiene y obtiene, sino el que menos precisa, y en hacer de la necesidad, virtud, somos expertos. Olvídate de las definiciones y sigue empujando el carro, que es para lo que valemos.
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