13 de julio. Inmigrantes y emigrados de cayuco o de postín.
En estas épocas del año en que el sol calienta en demasía, se sacan a colación ciertos personajes del deporte o del espectáculo que cuentan con admiradores, seguidores, aficionados, forofos, incondicionales y fanáticos. Así llegaron Fido, Zidane, Eto’o, Ronaldinho... Con frecuencia, la personalidad de cada uno de ellos es presentada y avalada por los millones de euros que se paga por sus fichajes. Los últimos fueron el francés Henry, que costó 24 millones al Barcelona Club de Fútbol, y Pepe (Kléper laveran Lima Ferreiro), un brasileño que viene del Oporto por un traspaso de 30 millones y un fichaje de 5, el más caro del verano.
Pero, como siempre, la noticia tiene otra cara más recóndita. Y está protagonizada por miles de seres sin nombre ni identidad que atraviesan los mares en cayucos para emigrar a España y cuya mayoría es reexportada a la fuerza a las costas africanas. Al contrario de Zinedine Zidane, un francés de origen argelino de ojos azules, cuyas piernas estaban valoradas en 13.033 millones de pesetas, estos emigrantes llegaban y siguen llegando a este país sin un céntimo en el bolsillo, y sin contar con un público como el deportivo, que les aguarda impaciente para disfrutar con sus jugadas. Llegan indocumentados, desfallecidos tras haber atravesado el estrecho del Mediterráneo en un frágil cayuco y sin ninguna recomendación ni influencia. Y son detenidos nada más pisar nuestro suelo y, posteriormente, expulsados. Al contrario de los extranjeros dedicados a la gloria nacional del fútbol, que viajan como vips en un avión privado, contratados por desorbitadas cantidades monetarias, y recibidos y esperados con los brazos abiertos. La mayoría de emigrados que huyen de su país para poder llegar a España se enfrentan a la muerte y sólo desean encontrar un simple trabajo, incluso cobrando el mínimo con tal de que se les deje pasar.
¿Cuál es la diferencia entre los primeros y los segundos? Simplemente, el jugar magistralmente al balón. Y es que el fútbol se ha convertido en un negocio formidable que interesa a las masas y es explotado por los grandes: Silvio Berlusconi integró el Milán en su cadena empresarial; Rupert Mundoch salvó a “Sky Televisión” con la compra de los derechos de la Liga inglesa; Antonio Asensio volcó parte de sus esfuerzos y de su vida en la explotación de varios equipos y Florencio Pérez sabía que el dinero gastado en jugadores sería fácilmente recuperado. Un espectáculo que abre las fronteras y clasifica ipso facto al inmigrante extranjero.
El otro semblante de este espécimen, fruto de una democracia sui géneris que importa deportistas, pero que exportó durante años trabajadores españoles, es el de los nuevos emigrantes españoles: los investigadores y científicos Pese a la vuelta de algunos de ellos, todavía hay muchos que se ven obligados a emigrar al extranjero para desarrollar su labor. Porque España es el país de la Unión Europea con mayor número de científicos en paro: un 20 por ciento. Así me lo contaron alguno de los que vivieron esta experiencia. “Quien no sale de España –me decían afligidos y encolerizados por su situación– se ve obligado no pocas veces a dejar su campo de trabajo o a conseguir otro tipo de trabajo para ganarse la vida. De ahí que muchos de los que se fueron, prefirieran no volver a quedarse sin trabajo o con un sueldo ridículo, como ocurre con los que se quedan en España”.
Pero, como siempre, la noticia tiene otra cara más recóndita. Y está protagonizada por miles de seres sin nombre ni identidad que atraviesan los mares en cayucos para emigrar a España y cuya mayoría es reexportada a la fuerza a las costas africanas. Al contrario de Zinedine Zidane, un francés de origen argelino de ojos azules, cuyas piernas estaban valoradas en 13.033 millones de pesetas, estos emigrantes llegaban y siguen llegando a este país sin un céntimo en el bolsillo, y sin contar con un público como el deportivo, que les aguarda impaciente para disfrutar con sus jugadas. Llegan indocumentados, desfallecidos tras haber atravesado el estrecho del Mediterráneo en un frágil cayuco y sin ninguna recomendación ni influencia. Y son detenidos nada más pisar nuestro suelo y, posteriormente, expulsados. Al contrario de los extranjeros dedicados a la gloria nacional del fútbol, que viajan como vips en un avión privado, contratados por desorbitadas cantidades monetarias, y recibidos y esperados con los brazos abiertos. La mayoría de emigrados que huyen de su país para poder llegar a España se enfrentan a la muerte y sólo desean encontrar un simple trabajo, incluso cobrando el mínimo con tal de que se les deje pasar.
¿Cuál es la diferencia entre los primeros y los segundos? Simplemente, el jugar magistralmente al balón. Y es que el fútbol se ha convertido en un negocio formidable que interesa a las masas y es explotado por los grandes: Silvio Berlusconi integró el Milán en su cadena empresarial; Rupert Mundoch salvó a “Sky Televisión” con la compra de los derechos de la Liga inglesa; Antonio Asensio volcó parte de sus esfuerzos y de su vida en la explotación de varios equipos y Florencio Pérez sabía que el dinero gastado en jugadores sería fácilmente recuperado. Un espectáculo que abre las fronteras y clasifica ipso facto al inmigrante extranjero.
El otro semblante de este espécimen, fruto de una democracia sui géneris que importa deportistas, pero que exportó durante años trabajadores españoles, es el de los nuevos emigrantes españoles: los investigadores y científicos Pese a la vuelta de algunos de ellos, todavía hay muchos que se ven obligados a emigrar al extranjero para desarrollar su labor. Porque España es el país de la Unión Europea con mayor número de científicos en paro: un 20 por ciento. Así me lo contaron alguno de los que vivieron esta experiencia. “Quien no sale de España –me decían afligidos y encolerizados por su situación– se ve obligado no pocas veces a dejar su campo de trabajo o a conseguir otro tipo de trabajo para ganarse la vida. De ahí que muchos de los que se fueron, prefirieran no volver a quedarse sin trabajo o con un sueldo ridículo, como ocurre con los que se quedan en España”.
Nuestra situación no se puede comparar ni con Francia, ni con Suiza, ni con Holanda. Aquí faltan medios y ayudas. Desde 1989, el dinero que España dedica a la ciencia no ha aumentado. En cambio, los que viven fuera son mejor comprendidos y pagados. Y, en algunas de las ciudades importantes de Estados Unidos, hay más ciencia y más investigadores que en toda España.
En la versión “Cinco Días”, aparece publicada una entrevista de Luis Garicaño (el 12 de junio pasado), profesor de Economía y Estrategia en la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago. El investigador español acaba de recibir el premio de la Fundación Herrero, dotado con 30.000 euros, que reconoce a investigadores españoles menores de 40 años en el campo económico, empresarial y social. Caricaño está convencido de que España se dará 'de bruces' si no reorienta su economía hacia el conocimiento. “España crece con mucha mano de obra –contesta a Jaume Viñas–, mucho ladrillo, mucho sol, pero con poca cabeza. Es el único país del mundo que tiene un crecimiento productivo negativo. Ahora que estamos en época de vacas gordas, España debe reorientar las prioridades de la sociedad. Una cosa que me parece asombrosa es que la proporción de inversión en educación está bajando. España usaba el 5,3% del PIB en educación en 1995 y el 4,7% en 2003”.
Y, así como en los grandes Clubs de Fútbol hay estrellas, también en las universidades, los hay capaces de descubrir la cura del cáncer. La única diferencia es que en los primeros se les adora y en las segundas se les tolera. “En vez de tanto AVE y tanto cemento –dice Caricaño–, gastemos el dinero en reclutar gente de primera línea y producir investigación que, al final, repercute en el beneficio de toda la sociedad. Fíjese en la Universidad de Stanford, para citar el caso más famoso. Ha producido Google y Yahoo. Y salió de gente que estaba en clase. Esto es lo que España no ha entendido de la economía del conocimiento”.
Para este científico emigrado, hay españoles de primera línea que estarían en España si pudieran trabajar. Y es absurdo que se prepare a la gente para que luego no pueda trabajar y se tenga que ir afuera. Se calcula que hay unos 1.199 investigadores españoles en el extranjero. “Mientras países como Estados Unidos o Alemania dedican un 2,5% de su PIB a I+D+i, España sólo destina un 1,1%. Aunque el Gobierno de Zapatero augura que, en 2010, será de un 2%... Hay que dar retorno a los emprendedores, a los científicos y a los creadores de ideas en la universidad. Se trata de 'voluntad política', de invertir más en investigación. La mayor diferencia entre quedarse en España o tener que emigrar, es que, por ejemplo, en los EEUU, aparte de la mayor financiación en investigación, los profesores reciben un mayor salario y, por lo tanto, se sienten más valorados”. Si España tiene tenistas como Nadal y corredores de Fórmula 1 como Alonso, de primera línea –se pregunta Garicaño–, ¿por qué no va a tener universidades y centros científicos, también de primera?
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