23 de julio. Cuando suena la alarma en Marivent
Ni el descanso de los famosos ni menos el de los monarcas suele pasar desapercibido por los que viven de captar imágenes. Los gestos más triviales y cotidianos de los Reyes y su entorno familiar son perseguidos y captados por fotógrafos con objetivos especiales, a la caza de la monarquía durante estos días de veraneo en la isla.
Palma de Mallorca, en donde nací en una calurosa noche ce verano y viví, desde 1969 a 1985, se llena en esta época no sólo de medusas y de turistas sino también de personalidades y de políticos, de ministros y de gente importante, muchos de los cuales optaron por veranear en la misma ciudad. Acostumbrada a la visita de los monarcas, la isla, convertida por unas semanas en la capital veraniega del Reino, parece transformada, maquillada y especialmente adaptada al descanso y relajación real. Todo lo cual supone el despliegue de un dispositivo especial de seguridad que intenta impedir o, al menos, alejar o dificultar al máximo cualquier peligro de atentado o de magnicidio siempre latente en la mente de los responsables. Peligro especialmente en potencia al encontrarse el palacio Marivent a unos metros de los depósitos de Campsa.
En efecto, Marivent, territorio monárquico-veraniego que linda con los depósitos de Campsa, ha podido ser, durante décadas, objetivo de un comando antimonárquico cualquiera. Ya en septiembre de 1975, dos años después de que el entonces príncipe Juan Carlos acostumbrara a pasar unos días de descanso en la isla, y dos meses antes de que fuera proclamado Rey de España, el entonces gobernador civil, Carlos de Meer alardeaba de haber previsto y desbaratado una alarma en las proximidades del palacio. Y se permitió visitar las habitaciones de los príncipes, estando éstos ausentes.
En el verano de 1977, después de las primeras elecciones generales, se dispara otra alarma de explosivos. Uno de los policías armados que hacían guardia alrededor de Marivent descubre, incrustados en unas rocas, a unos cincuenta metros de la estación de gasolina, ubicada muy cerca del palacio, y a unos ochenta de un depósito de nafta de la Campsa, unos hilos metálicos conectados a nueve cartuchos de dinamita. Se insinúa que, posiblemente, han sido dejados por olvido, al terminar la construcción de la autopista a Palma Nova que pasa no lejos de allí. Pero otras explicaciones contrastan con otras más preocupantes. Fuera lo que fuere, el incidente se olvida hasta que, en el verano de 1980, un explosivo es localizado junto a un puente del Paseo Marítimo por donde suele pasar el Rey. El artefacto, cuya colocación es entonces atribuida al Grapo, es encontrado unos días antes de que llegue el entonces Presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, quien despachara con el Rey.
Año tras año, los medios de la Seguridad del Estado no dejaron de aumentar en la isla. En 1984, unos mil agentes de orden protegen a los Reyes durante sus vacaciones en Mallorca. “Tengo la certeza –comentaba entonces el general Alcalá Galiano, quien supervisaba personalmente los servicios de seguridad montados para la protección del Rey– de que las fuerzas que cumplen esta misión, ya se han hecho verdaderas expertas en seguridad. No hay ninguna deficiencia destacable ni tampoco la ha habido”.
Pero, la verdad es que, a menudo, las sospechas recalan cerca de Marivent. Sobre todo, ante el supuesto peligro de los depósitos de Campsa llenos de carburante. En alguna ocasión, los servicios de seguridad piden al delegado de estos depósitos que, durante la estancia de los Reyes, vacíen los cuatro tanques combustibles más próximos para evitar cualquier amenaza. “Yo creo –me cuenta un ex jefe de la Policía, quien tuvo la responsabilidad de proteger al Rey durante varios veranos en Mallorca– que si una bazoka atravesara estos depósitos, no pasaría nada. Es muy difícil pero, en caso de que ocurra, todo está previsto. Hay Guardia Civiles que vigilan constantemente y todo está muy estudiado. Los servicios de seguridad están muy al día, de manera que yo veo muy difícil un atentado”.
Aquel militar hizo una pausa para añadir, en tono condescendiente: “Claro que imposible nunca ha sido. Pero –añadió enseguida–, ponemos todas las trabas posibles. Desde tierra, se domina con prismáticos la zona marítima. Y se avisa por radio de cualquier anomalía. Hay una zona acotada para impedir el paso de velomares y embarcaciones de recreo. Y submarinistas que hacen reconocimientos periódicos”.
En cambio, familias que vivían en lo alto del edifico Pulman IV, frente a Marivent, me contaron en una ocasión en que las visité que allí no se podía vivir libremente por el incordio de todos los veranos. “Siempre tienes que andar con el DNI en la boca. Comprendo que practiquen un tipo de control pero, al final, te cansan. Claro que esto tiene sus ventajas. Porque puedes dejar el coche abierto en la calle, que a nadie se le ocurrirá robártelo. Aunque es una ventaja tan pequeña que no compensa. Llega un momento en que ves a policías por todos los rincones. Si te levantas a las cinco de la mañana, te llaman porque han visto una luz encendida y tienen que comprobar de qué se trata. Te asomas al balcón, y los ves allá arriba, en las azoteas, vigilando con sus metralletas y sus prismáticos”.
Pese al elevado número y presencia de policías, siempre me llamó la atención la improvisación que existía dentro de las propias medidas de seguridad. Sindicatos policiales denunciaron en 1999 las dificultades de vigilancia que ocasionaba la llegada de los Reyes, la descoordinación existente entre Guardia Civil y Policía Nacional, las “luchas feroces” por capitalizar la seguridad del Rey y la escasa formación de los agentes para utilizar el material de última generación cuando éste llegaba. “La tensión existente entre ambos cuerpos –decían ellos– se convierte en un hábito”. Tensión que redundó en cierta falta de seguridad durante los últimos años del milenio.
Palma de Mallorca, en donde nací en una calurosa noche ce verano y viví, desde 1969 a 1985, se llena en esta época no sólo de medusas y de turistas sino también de personalidades y de políticos, de ministros y de gente importante, muchos de los cuales optaron por veranear en la misma ciudad. Acostumbrada a la visita de los monarcas, la isla, convertida por unas semanas en la capital veraniega del Reino, parece transformada, maquillada y especialmente adaptada al descanso y relajación real. Todo lo cual supone el despliegue de un dispositivo especial de seguridad que intenta impedir o, al menos, alejar o dificultar al máximo cualquier peligro de atentado o de magnicidio siempre latente en la mente de los responsables. Peligro especialmente en potencia al encontrarse el palacio Marivent a unos metros de los depósitos de Campsa.
En efecto, Marivent, territorio monárquico-veraniego que linda con los depósitos de Campsa, ha podido ser, durante décadas, objetivo de un comando antimonárquico cualquiera. Ya en septiembre de 1975, dos años después de que el entonces príncipe Juan Carlos acostumbrara a pasar unos días de descanso en la isla, y dos meses antes de que fuera proclamado Rey de España, el entonces gobernador civil, Carlos de Meer alardeaba de haber previsto y desbaratado una alarma en las proximidades del palacio. Y se permitió visitar las habitaciones de los príncipes, estando éstos ausentes.
En el verano de 1977, después de las primeras elecciones generales, se dispara otra alarma de explosivos. Uno de los policías armados que hacían guardia alrededor de Marivent descubre, incrustados en unas rocas, a unos cincuenta metros de la estación de gasolina, ubicada muy cerca del palacio, y a unos ochenta de un depósito de nafta de la Campsa, unos hilos metálicos conectados a nueve cartuchos de dinamita. Se insinúa que, posiblemente, han sido dejados por olvido, al terminar la construcción de la autopista a Palma Nova que pasa no lejos de allí. Pero otras explicaciones contrastan con otras más preocupantes. Fuera lo que fuere, el incidente se olvida hasta que, en el verano de 1980, un explosivo es localizado junto a un puente del Paseo Marítimo por donde suele pasar el Rey. El artefacto, cuya colocación es entonces atribuida al Grapo, es encontrado unos días antes de que llegue el entonces Presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, quien despachara con el Rey.
Año tras año, los medios de la Seguridad del Estado no dejaron de aumentar en la isla. En 1984, unos mil agentes de orden protegen a los Reyes durante sus vacaciones en Mallorca. “Tengo la certeza –comentaba entonces el general Alcalá Galiano, quien supervisaba personalmente los servicios de seguridad montados para la protección del Rey– de que las fuerzas que cumplen esta misión, ya se han hecho verdaderas expertas en seguridad. No hay ninguna deficiencia destacable ni tampoco la ha habido”.
Pero, la verdad es que, a menudo, las sospechas recalan cerca de Marivent. Sobre todo, ante el supuesto peligro de los depósitos de Campsa llenos de carburante. En alguna ocasión, los servicios de seguridad piden al delegado de estos depósitos que, durante la estancia de los Reyes, vacíen los cuatro tanques combustibles más próximos para evitar cualquier amenaza. “Yo creo –me cuenta un ex jefe de la Policía, quien tuvo la responsabilidad de proteger al Rey durante varios veranos en Mallorca– que si una bazoka atravesara estos depósitos, no pasaría nada. Es muy difícil pero, en caso de que ocurra, todo está previsto. Hay Guardia Civiles que vigilan constantemente y todo está muy estudiado. Los servicios de seguridad están muy al día, de manera que yo veo muy difícil un atentado”.
Aquel militar hizo una pausa para añadir, en tono condescendiente: “Claro que imposible nunca ha sido. Pero –añadió enseguida–, ponemos todas las trabas posibles. Desde tierra, se domina con prismáticos la zona marítima. Y se avisa por radio de cualquier anomalía. Hay una zona acotada para impedir el paso de velomares y embarcaciones de recreo. Y submarinistas que hacen reconocimientos periódicos”.
En cambio, familias que vivían en lo alto del edifico Pulman IV, frente a Marivent, me contaron en una ocasión en que las visité que allí no se podía vivir libremente por el incordio de todos los veranos. “Siempre tienes que andar con el DNI en la boca. Comprendo que practiquen un tipo de control pero, al final, te cansan. Claro que esto tiene sus ventajas. Porque puedes dejar el coche abierto en la calle, que a nadie se le ocurrirá robártelo. Aunque es una ventaja tan pequeña que no compensa. Llega un momento en que ves a policías por todos los rincones. Si te levantas a las cinco de la mañana, te llaman porque han visto una luz encendida y tienen que comprobar de qué se trata. Te asomas al balcón, y los ves allá arriba, en las azoteas, vigilando con sus metralletas y sus prismáticos”.
Pese al elevado número y presencia de policías, siempre me llamó la atención la improvisación que existía dentro de las propias medidas de seguridad. Sindicatos policiales denunciaron en 1999 las dificultades de vigilancia que ocasionaba la llegada de los Reyes, la descoordinación existente entre Guardia Civil y Policía Nacional, las “luchas feroces” por capitalizar la seguridad del Rey y la escasa formación de los agentes para utilizar el material de última generación cuando éste llegaba. “La tensión existente entre ambos cuerpos –decían ellos– se convierte en un hábito”. Tensión que redundó en cierta falta de seguridad durante los últimos años del milenio.
Así lo escribí en su día en un reportaje que fue censurado en “Interviú”. Eran tiempos de acercamientos de Asensio al Rey y no interesaban levantar resquemores. Se aseguraba que no podía faltar la serpiente que aparecía todos los veranos. Pero el rumor de que ETA podría atentar contra el Rey en Marivent se había confirmado entre julio y agosto de 1995, al ser detenido Juan José Regó Vidal, un histórico de ETA quien, anteriormente, ya había planeado atentar contra don Juan Carlos en Montecarlo y, en 1978, había sido detenido en Ibiza, cuando espiaba al Monarca. Él y Jorge García Serrucha, antiguo colaborador del comando Vizcaya, fueron juzgados por la Audiencia Nacional y reconocieron la historia del atentado. Los periódicos informan que ambos confirmaron que, por tres veces, tuvieron al Rey al alcance de su mira telescópica y con un dedo sobre el gatillo, a punto de mandarle al otro mundo. El episodio es muy periodístico pero ¿será tan cierto como aseguran? Porque si es así, no se acaba de entender por qué no lo apretaron. Tal vez no era su día. O tal vez se arrepintieran antes de hacerlo.
1 comentario:
en 1980 no hubo ningun intento de atentado
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