29 de agosto. Ese Umbral y aquel Rabal.
Paco Umbral. Foto de José Huesca
Rabal, protagonizando a Zacarías, llama a su milana bonita
Ambos personajes tienen muchos puntos comunes. Ambos se llaman Paco y sus apellidos terminas por “al”. Ambos conocen en sus inicios las dificultades. Uno es escritor y periodista; el otro, actor y escritor. Ambos consiguen, con sus abundantes obras respectivas, el reconocimiento del público, aunque el primero se gana a veces el calificativo de antipático y el segundo de simpático. Ambos mueren en idénticas fechas con una diferencia de seis años, y en parecidas circunstancias, a consecuencia de un fallo cardiorespiratorio. Y ambos dejan, tras su muerte, un importante legado de libros o películas. Son Paco Umbral y Paco Rabal.
Nacido en Madrid, en 1935, Paco Umbral pasa su infancia y adolescencia en Valladolid y regresa a Madrid, en 1960, en busca de la conquista literaria. “Pasé –me decía en una entrevista inédita que mantuve con él en 1982– unos años de hambre y bohemia hasta que empecé a tener trabajo. Nunca de manera fija. Siempre fui colaborador de diarios y revistas”. Trabaja como articulista en Interviú, La Vanguardia, El País, Cambio 16 y, a partir de 1990, en El Mundo. Es el padre de la columna literaria, con su poesía e ironía. Tenía un hablar elegante y una cultura muy alta. Inmortaliza el presente día a día. Y se consideraba hijo literairo de Quevedo. Se pasó media vida en los taxis y, en invierno, llevaba abrigo y una bufanda roja y larga, como él mismo, para adornar su físico y, de paso, abrigarse contra el frío. En el fondo, más que el frío, abierto y noble, lo que Umbral temía eran las corrientes. De ahí su porte y su lenguaje propio.
En “Retrastos de la Transición”, Manuel Vicent escribe sobre Umbral: “Pertenece a una clase de nimales literarios que buscan la paz en la propia destrucción. Existen muchas maneras de suicidio. Una de ellas consiste en no suicidarse a tiempo. Otra, en hacerlo todos los días de diez a doce, cayéndose desde el alero de un artículo sobre la calzada” Umbral me contestó al respecto que, “efectivamente, muchas veces tengo conciencia de suicida mientras hago un artículo. Soy un escritor que ha elegido suicidarse en el periodismo”. M. Vicent insiste en que pasa media jornada alimentando su figura, y la otra media, destruyéndola. Umbral replicó: “El que se forja una figura, la mantiene y cultiva perfectamente toda su vida, llega a la autocaricatura y a parecerse a sí mismo. Por eso yo creo que es necesario destruir por la tarde o por la noche la figura que uno se ha creado por la mañana, a fin de procurar renovarse periódicamente” Hay quien cree que se repite mucho, que todos sus artículos, quitando la floritura, la literatura y los adornos, se podrían resumir en dos o tres ideas o palabras. Y Umbral me confirmó que el articulista parte de una idea y la desarrolla.”Yo procuro complicar esa idea con otras muchas, con anécdotas, con sucedidos, con cosas de mi vida privada y de la vida social, con chismes, con información y rumores...” Y me repitió que estaba en las mismas circunstancias que Larra cuando éste opinaba que escribir en Madrid era llorar.
Recuerdo que le preguntaba en dónde se encontraba en la tarde del 23-F y me contestó que en un taxi. “Yo siempre estoy en taxi. Vivo en los taxis. Informan de muchas cosas. Entonces me enteré de lo que estaba pasando y estuve uno o dos días en casa de una amiga. No es que me fuera a esconder allí. Me había invitado y me quedé. En el fondo, a pesar de ser muy de izquierdas, ella deseaba que el golpe triunfase para que me quedase con ella”. Publica más de ochenta obras entre novelas, biografías, crónicas y aubiografías testimoniales. Y recibe los mejores premios y galardones hasta que la muerte le sorprende en la madrugada del 28 de agosto, en una clínica de Boadilla del Monte. Hoy es incinerado y sus cenizas reposarán en el cementerio de La Almudena, junto a su hijo, muerto en la niñez, al que dedicó su libro “Mortal y rosa”. Fernando Jáuregui escribe en su diario digital un acertado artículo titulado: ¡Ay, Paco, lo que te pierdes!: “No era un tipo fácil y, desde luego, no era uno cualquiera, ni era vulgar. Te entraba por el ojo derecho o no te entraba. Pero, te gustase o no, representó durante mucho tiempo, la conciencia intelectual en un mundo yermo de intelectuales, romo de pensamiento crítico”.
Nacido en Madrid, en 1935, Paco Umbral pasa su infancia y adolescencia en Valladolid y regresa a Madrid, en 1960, en busca de la conquista literaria. “Pasé –me decía en una entrevista inédita que mantuve con él en 1982– unos años de hambre y bohemia hasta que empecé a tener trabajo. Nunca de manera fija. Siempre fui colaborador de diarios y revistas”. Trabaja como articulista en Interviú, La Vanguardia, El País, Cambio 16 y, a partir de 1990, en El Mundo. Es el padre de la columna literaria, con su poesía e ironía. Tenía un hablar elegante y una cultura muy alta. Inmortaliza el presente día a día. Y se consideraba hijo literairo de Quevedo. Se pasó media vida en los taxis y, en invierno, llevaba abrigo y una bufanda roja y larga, como él mismo, para adornar su físico y, de paso, abrigarse contra el frío. En el fondo, más que el frío, abierto y noble, lo que Umbral temía eran las corrientes. De ahí su porte y su lenguaje propio.
En “Retrastos de la Transición”, Manuel Vicent escribe sobre Umbral: “Pertenece a una clase de nimales literarios que buscan la paz en la propia destrucción. Existen muchas maneras de suicidio. Una de ellas consiste en no suicidarse a tiempo. Otra, en hacerlo todos los días de diez a doce, cayéndose desde el alero de un artículo sobre la calzada” Umbral me contestó al respecto que, “efectivamente, muchas veces tengo conciencia de suicida mientras hago un artículo. Soy un escritor que ha elegido suicidarse en el periodismo”. M. Vicent insiste en que pasa media jornada alimentando su figura, y la otra media, destruyéndola. Umbral replicó: “El que se forja una figura, la mantiene y cultiva perfectamente toda su vida, llega a la autocaricatura y a parecerse a sí mismo. Por eso yo creo que es necesario destruir por la tarde o por la noche la figura que uno se ha creado por la mañana, a fin de procurar renovarse periódicamente” Hay quien cree que se repite mucho, que todos sus artículos, quitando la floritura, la literatura y los adornos, se podrían resumir en dos o tres ideas o palabras. Y Umbral me confirmó que el articulista parte de una idea y la desarrolla.”Yo procuro complicar esa idea con otras muchas, con anécdotas, con sucedidos, con cosas de mi vida privada y de la vida social, con chismes, con información y rumores...” Y me repitió que estaba en las mismas circunstancias que Larra cuando éste opinaba que escribir en Madrid era llorar.
Recuerdo que le preguntaba en dónde se encontraba en la tarde del 23-F y me contestó que en un taxi. “Yo siempre estoy en taxi. Vivo en los taxis. Informan de muchas cosas. Entonces me enteré de lo que estaba pasando y estuve uno o dos días en casa de una amiga. No es que me fuera a esconder allí. Me había invitado y me quedé. En el fondo, a pesar de ser muy de izquierdas, ella deseaba que el golpe triunfase para que me quedase con ella”. Publica más de ochenta obras entre novelas, biografías, crónicas y aubiografías testimoniales. Y recibe los mejores premios y galardones hasta que la muerte le sorprende en la madrugada del 28 de agosto, en una clínica de Boadilla del Monte. Hoy es incinerado y sus cenizas reposarán en el cementerio de La Almudena, junto a su hijo, muerto en la niñez, al que dedicó su libro “Mortal y rosa”. Fernando Jáuregui escribe en su diario digital un acertado artículo titulado: ¡Ay, Paco, lo que te pierdes!: “No era un tipo fácil y, desde luego, no era uno cualquiera, ni era vulgar. Te entraba por el ojo derecho o no te entraba. Pero, te gustase o no, representó durante mucho tiempo, la conciencia intelectual en un mundo yermo de intelectuales, romo de pensamiento crítico”.
Por su parte, el actor republicano Paco Rabal moría un día como hoy hace seis años, mientras regresaba en avión desde Canadá, donde acababa de recibir un homenaje en el Festival de Cine de Montreal, por toda su carrera cinematrográfica y se disponía a recibir otro en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Una insuficiencia respiratoria le produjo un infisema pulmonar que padecía. El avión, en donde se encontraba, se dirigía a Madrid, tras una escala en Londres, y, en un vano intento por recuperarlo, tuvo que aterrizar en Burdeos, el lugar donde, en 1828, muriera Francisco de Goya, uno de los artistas más admirado por el actor murciano, al que encarnó en la película de Carlos Saura, “Goya en Burdeos”, rodada en 1999. Sus cenizas, transportadas por las manos de su compañera, Asunción Balaguer, llegaban a la Cuesta de Gos, pedanía aguileña, donde naciera hace 75 años el 8 de marzo de 1926.
Rabal fue para mi generación uno de los actores más grandes. Hijo de un minero, confiesa en “Aquella España dulce y amarga”: “Yo pasé hambre antes de la guerra, en la guerra y después de la guerra”. A los diez años, llegó a Madrid en donde comenzó vendiendo pipas, golosinas, churros y frutos secos e inició su trabajo en una fábrica de chocolates, acudiendo luego a clases nocturnas impartidas por un jesuita murciano. Logró ingresar en los Estudios Cinematográficos Chamartín, en donde trabajó como aprendiz de capintero y eléctricista para estar más cerca de la escena y se aprendía de memoria todos los diálogos. Igualmente, empezó a escribir teatro y poesía. Comenzó como actor en el rodaje de “La rueda de la Vida”, como voluntario en una escena. Y se consagró como actor en la película “Hay un camino a la derecha”, en 1953, que le hizo subirse al carro del éxito, protagonizando cerca de 200 películas rodadas. En la conmemoración de su investidura de Doctor Honoris Causa en 1995 en Murcia, Andrés Escarbajal de Haro recordó que “Paco Rabal”, fue “comunista, republicano, agnóstico, soñador, bohemio y utópico”.
Su entierro fue celebrado de la manera más original y genuina, como su misma vida. Cuentan que, en Águilas, su pueblo natal, fue recibido por amigos y vecinos, mientras sonaban los acordes de un pasodoble, interpretado por una banda popular de cincuenta músicos. Allí se hallaban autoridades del Gobierno regional, representantes de partidos políticos, alcaldes, diputados y senadores, y su cuerpo, acompañado por su familia –mujer y dos hijos: la actriz Teresa Rabal y el director de cine, Benito Rabal–, se abrió paso entre la riada humana en el centro cultural y en la ermita de la Cuesta de Gos. La marcha se detuvo a la altura de Calabardina, donde el actor tenía la casa “Milana Bonita”, nombre en honor al pájaro que cuida en la película “Los santos inocentes”. Allí, recogieron un ramo de buganvillas que los vecinos habían preparado. Y las cenizas del actor, con parrandas, recitación de trovos y discursos espontáneos, fueron enterradas a la sombra de un almendro, al lado de la ermita de Águilas. Sus familiares rechazaron la oferta del Ministerio de Cultura y de la Academia de Cine de instalar la capilla ardiente en Madrid. Y prefirieron despedirse como a él le gustaba, sin ofrecer resistencia alguna al paso de la muerte que, como él decía “por todas las puertas pasa”.
A finales del 2005, Asunción Balaguer, publicaba en “Las cartas de nuestra vida” la correspondencia que mantuvo con su marido desde 1949, año en que se casa con Rabal. "Paco –confiesa la viuda a Luis Pliego, en La Voz de Asturias– tuvo mucho éxito con las mujeres, por eso yo quería que nos hiciéramos viejos para tenerlo sólo para mí". Balaguer reconoce que tuvo que aprender a dominar los celos "Nunca he querido leer su correspondencia. A veces veía nombres en su agenda y, claro, me molestaba. Pero prefería no indagar. ¿Para qué? Sólo me habría hecho daño". Balaguer basaba su relación en la confianza. "Siempre le dije que se fuese si me dejaba de querer. Y no lo hizo. A él le gustaba ser libre. Si se ha divertido y no me ha hecho daño, pues me alegro por él. Me enseñó que hay que cumplir nuestra palabra, la hospitalidad, la generosidad, el amor a los amigos y, sobre todo, el respeto al trabajo". Asunción piensa en él todos los días. "Procuro trabajar muchísimo y parar poco en casa. Sin él, se me cae encima y no quiero convertirme en una vieja amargada”.
El actor Juan Luis Gallardo, en quien recae la nominación de “Rabaliano del año 2006”, otorgada por la Asociación Milana Bonita, es nombrado heredero artístico de su amigo. “Para mí –declara Gallardo en La Verdad–, Paco Rabal era un actor de referencia desde los tiempos en que, incluso, yo no iba a ser actor. Yo era un estudiante, un proyecto de ingeniero agrónomo, y veía a Paco como un tipo campechano y entrañable mientras que, en general, los actores me parecían unos tipos vacíos. Desde el primer momento en que lo conocí, me pareció mucho más que un tío simpático. Después tuve la suerte de contratarlo, como productor, en ‘El disputado voto del señor Cayo’. Vivimos una experiencia luminosa durante el rodaje de esa película. Fue un trabajo excepcional de Paco, y cuando nos mirábamos a los ojos durante el rodaje, nos emocionábamos. Luego, hicimos juntos “Una gloria nacional, y “Pajarico” de Carlos Saura. La gente me dice que mi voz les recuerda a la de Paco, al igual que mi amor por la vida, por las mujeres, por la noche, por las grandes pasiones. Yo soy una continuidad emocional de Paco Rabal. Y eso me llena de orgullo y de alegría”.
3 comentarios:
Tu conoces la anecdota de que un exilado, ahora no recuerdo quién, le dio una hostia en el Café Gijón porque había escrito insultándolo. A mi me lo contó el escritor Eusebio García Luengo que decía que Umbral era un personaje muy 'turbio'.
Fdo: Talín
http://isweletu.blogspot.com/
Ah! Y que debía ser verdad lo del insulto, porque nadie de los que estaban allí, ningún escritor, salió en su defensa
Conozco la parte menos brillante de Umbral pero, en este momento, por el respeto que se merece todo ser recién desaparecido, prefiero ni tocarla, ni indagarla a fondo. El tiempo se encargará de ponerlo en su justo sitio.
Santiago Miró.
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