20 de septiembre. El Rey, entre aplausos, pitidos y bocinazos
Entre la primera imagen (inauguración de Boehringer en Sant Cugat del Vallés, con la presencia de los Reyes) y la seguna (protesta de trabajadores de Cobyser) captadas en el mismo momento, solo median unos centenares de metros.
El 22 de marzo de 1999, el Rey Juan Carlos y la Reina Sofía inauguraban el Centro de Producción Famacéutica que la empresa Boehringer Ingelheim abría en el paraje Turó de Can Mates, en Sant Cugat del Vallés. Estaban presentes en el acto Jordi Pujol, presidente en aquel momento de la Generalitat y varios ministros. Los Reyes apenas se enteraron del ruido ensordecedor provocado por los trabajadores de Cobyser, empresa de obras y servicios, que protestaban a pocos metros de la multinacional por lo que consideraban irregularidades denunciadas en esta zona. La reina Sofía aprovechó para dar la noticia del embarazo de su hija, la Infanta Cristina. Estaba eufórica y probablemente pensó que los trabajadores también lo estaban.
La firma del contrato de compraventa entre el alcalde, de CiU, y un directivo de la multinacional databa del 1 de diciembre de 1995. El alcalde había cedido a dicha multinacional una superficie urbanizada de 24.848 metros cuadrados tasados en el mercado en más de 800 millones de pesetas. A cambio, la muntinacional pagaba unos 84 millones y medio de pesetas y cedía al Ayuntamiento varias fincas sin urbanizar inexistentes, según los denunciantes, puesto que habían sido cedidas anteriormente a la Junta de Compensación. Lo que no había impedido que la muntinacional construyera una flamante fábrica, inaugurada por su Majestad el Rey. Todo el mundo estaba contento. “Se trata –dijo Jordi Pujol– de uno de los primeros grupos farmacéuticos del mundo con su alta tecnología, por lo que nos sentimos orgullosos”.
Por su parte, Amador Contreras, propietario de Cobyser, descubría que uno de los propietarios de la compañía alemana era Carlos Zurita Delgado, cuñado del Rey, y se preguntaba si eso no era el motivo por el que la muntinacional siguiera en sus trece. ”Esta potente máquina de corrupción que declara pérdidas cuantiosas –nos comentaba Amador en el 2001– nos toma por personas tercemundistas, incluyendo a todos, del Rey para abajo, y, dado que lo que fabrican son medicamentos, cabe la posibilidad de que algún día nos puedan envenenar masivamente, dado su poca moralidad”. En un estudio realizado por el profesor Alejandro Nieto, éste denunciaba que el acto público de inauguración no fue sino “una maniobra para intentar convalidar –o al menos ocultar– las ilegalidades cometidas porque ¿quién puede sospechar que Sus Majestades, al presidente de la Generalidad y media docena de ministros y consejeros vayan a respaldar con su presencia unas actuaciones carentes de licencia y que, además, y para mayor agravio, el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya ha declarado varias veces nulas e ilegales? ¿Quién va a atreverse a suspender la actividad de una empresa que ha tenido padrinos de tanto fuste? Ello, quiérase o no, implicaría una sospecha de complicidad y un Gobierno –y menos, la Casa Real–, no puede permitirse la repetición de los escándalos provocados por las “amistades peligrosas” de un Javier de la Rosa o un Mario Conde, ayer vinculados a personas excelsas y hoy en la cárcel”.
Alejandro Nieto concluía que las huidas hacia delante podían mantenerse indefinidamente pero “llega el día del descarrilamiento, que no puede evitarse con falsas licencias, con malas cuentas, con silencios y, mucho menos, con pintoresco alarde de publicidad. La presencia de los Reyes de España y del presidente de la Generalidad no pueden subsanar –ni esta fue su intención– las ilegalidades del suelo que pisan ni la carencia de licencias de la fábrica que oficialmente inauguran”.
Tan pronto como Amador Contreras se enteraba de que los Reyes iban a asistir a esta polémica inauguración, se había puesto en contacto con el Palacio de la Zarzuela, la Moncloa, el Palacio de la Generalitat y con la delegación del Gobierno para informar sobre las irregularidades que se presentaban. Avisó a todas las autoridades de que su maquinaría y personal se iban a concentrar en unos terrenos de su hermano que, causalmente, estaban enfrente del lugar en donde entrarían las autoridades, por lo que comenzó a sufrir la presión de la Policía. “No me dieron otra alternativa. Lo que yo deseaba –les dije– es que el Rey no estrechase la mano a ningún chorizo. Incluso una pareja de Policías a la que conté el caso me comentó que el Rey no tenía por qué venir aquí porque se trataba de un engaño”.
Pero, llegado el día, se presentaron al acto todas las autoridades, incluso el Rey, en medio de un amplio despliege de Policías. Varios helicópteros sobrevolaron la zona y vigilaron la manifestación de protesta por las supuestas irregularidades que favorecían a la multinacional alemana. Una de las pancartas que portaban los manifestantes decía: “Excelentísimas autoridades, están pisando tierra y trabajos robados por Boehringer y sus cómplices”. Y los pitidos y bocinazos de sus máquinas fueron atronadores, lo que no pareció afectar a los oídos de los asistentes, con una sordera a prueba de bomba. Incluso la Reina, en su coche blindado, hizo ademanes de saludar la comitiva ensordecedora como si no se tratara de pitadas de protesta, sino de aplausos por su presencia.
Al día siguiente, los grandes medios de comunicación social se limitaron a dar la noticia de la presencia real en Sant Cugat del Vallés y la prensa del corazón se volcó en la noticia del embarazo de la Infanta, comentada en las mismas puertas de Boerhinger, silenciando la ciscunstancias que rodeaban el caso. Ni una palabra de la protesta protagonizada por Contreras y sus hombres.
Seis meses más tarde Amador Contreras enviaba al Palacio de la Moncloa una carta en la que recordaba estos hechos y se quejaba de que ninguna autoridad se hubiera interesado por sus problemas. “La Policía, con metralleta en mano, nos mantuvo a raya como si fuésemos terroristas o delincuentes y quién sabe si algunos creyeron que los trabajadores estaban allí porque no cobraban sus salarios, como suele ocurrir en estos casos, a pesar de que había una gran pancarta que explicaba el verdadero motivo de la protesta”. Contreras explicaba al Rey la protesta ante la inauguración de Boehringer en la que el monarca estuvo presente. “Personalmente, sé que SS. MM. no tienen nada que ver con estos asuntos –se quejaba el empresario–, pero quisiera informarles para que hagan lo más conveniente, ya que, el día del evento, su Majestad, la Reina, al salir, saludó al personal de mi empresa, creyendo que le estaba aclamando. Seguro que, si doña Sofía hubiera sido informada de nuestra situación, no nos hubiese saludado tan efusivamente”.
Contreras estaba convencido de que se trataba de un asunto de Estado y confesaba que se le ponían los pelos de punta pensar que el Rey de España podía estar en entredicho en los círculos internacionales y lo podían comparar con otros Reyes del Tercer Mundo que, según la prensa española, expoliaban impunemente a sus países. “Por esa misma regla de tres –insistía– la prensa extrajera podría decir lo mismo del Rey de España y eso sería muy grave. Por eso solicito de su Majestad se sirva dar instrucciones para aclarar qué está pasando en Boehringer, respecto al pago de impuestos y con los estragos que pretende realizar en este municipio barcelonés. El caso es, Majestad, que representantes de esta multinacional, junto a los antiguos gestores del Ayuntamiento y quién sabe si con otras autoridades a la sombra, insinúan con sus hechos que, como su cuñado don Carlos Zurita Delgado forma parte del consejo de Administración de Boehringer, Su Majestad tiene intereses particulares en la multinacional y que por ello, acudió a la inauguración”.
Contreras confesaba que nunca creyó que el monarca, a pesar de las insinuaciones, tuviera intereses particulares. “Pero tengo un gran temor –advertía– que me indigna. Y es que quizás el nombre de mi Rey quede en entredicho, ya que estos aprovechados son capaces de cualquier cosa”. Y le mandaba todos los escritos presentados en el Ayuntamiento, y publicados en parte en la prensa, para que el monarca hiciera lo que creyera oportuno.
Hoy, ocho años más tarde, Amador Contreras ha tenido que vender su empresa y asilarse en la República Dominicana, donde reside. Pero el cierre empresarial de la Cobyser fue considerado ejemplar en círculos económicos y sindicales catalanes, al “haberlo hecho a plena satisfacción de todas las partes y sin dejar ninguna clase de cadáver en los armarios”. Indemnizó al personal (120 empleados fijos con mucha antigüedad) y lo recolocó. Cumplió con todos sus clientes, acabando todas las obras a completa satisfacción y se exilió al Caribe. Contreras ha escrito varios libros, uno de los cuales –“Quiebras y suspensiones de pagos, S.A. El gran tongo”, Ediciones Akal–, cosechó un gran éxito. En otro, titulado “Que revienta el negro”, denuncia las irregularidades de los procesos concursales, y explica este caso con todo detalle. La Zarzuela contestó a su misiva, pero hoy todavía este empresario espera una respuesta totalmente satisfactoria que aclare sus terribles dudas.
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