5 de septiembre. Y tú ¿qué opinas de las vacaciones?
Un grupo de psicólogos del departamento de Personalidad Evolutiva y Tratamiento Psicológico de la Universidad de Valencia ha llegado a la conclusión de que un 35% de la población española, comprendida entre los 25 y los 40 años, sufre el síndrome depresivo postvacacional. Sus datos fueron extraídos de un estudio sobre el trastorno del estado de ánimo cuando el español vuelve de vacaciones. Sus síntomas son: fatiga, pérdida de energía, sentimiento de tristeza o vacío, dificultad para concentrarse, tensión muscular, irritabilidad y hasta problemas estomacales. Nada dice de los que superan los 50 años, y menos aún de los que no pueden disfrutar de esta nostalgia porque se les ha arrebatado a la fuerza lo único que les daba derecho a descansar: el trabajo.
Hay gente –una inmensa mayoría– que toma sus vacaciones una vez al año y las pasa sin pegar golpe. Para mí puede que sea una prueba de inmadurez social, lo mismo que lo es el considerar el trabajo como una plaga u obligación que produce estos estados de ánimo. Llegó el momento en mi vida en que los límites entre trabajo y descanso son tan exiguos que apenas se distinguen, y la línea divisoria que los separa es tan aleatoria que apenas se percibe. Trabajar, aunque sea gratuitamente, en lo que me gusta –escribir y tocar la trompeta– es la única forma que tengo de descansar. De tal manera es así que, cuando paso más de un día sin asomarme al ordenador o a una página en blanco ni acercar la embocadura a mis labios, me siento realmente mal, me pongo nervioso o me aburro solemnemente. Y pienso que sólo dejar de expresar lo que siento por la escritura y de escuchar o de interpretar música podría paralizar mi vida. Para mí sería realmente un síntoma de autodestrucción.
Esta opinión no es compartida por Mariano Momentos, un madrileño que trabajó como alto cargo de un banco hasta que, a los 50 años, debido a un desprendimientos de rutina, se prejubiló. Desde entonces ha tenido una rica experiencia en su vida en la que aprovechó al máximo todos sus vivencias. Su compañera y madre de sus tres hijos fue víctima de un cáncer agresivo que acabó con ella, experiencia trágica que le dejó un intenso dolor y unas inmensas ganas y prisas por vivir. Luego, tuvo otros dos deprendimientos de retina y, en un intento de superar su vida, se dedicó a sus dos grandes pasiones, el teatro y la literatua. Hasta hace poco, ha leído cuanto ha caído en sus manos y ha escrito, a lápiz o con su propia pluma, páginas de bella literatura. Con él compartí unos cursos de creación literaria y le pasé algunos textos de este diario antes de que fueran publicados. “Mi opinión –me decía Mariano tras la lectura de este tema– es que la gente no ama su trabajo sencillamente porque no le gusta ni le motiva. La gente, desgraciadamente, trabaja en lo que puede y no en lo que quiere. O se trata de un trabajo basura (cada vez más frecuentes) o de un trabajo del que, aunque excepcionalmente te puede gustar, acabas abominando porque el nivel de experiencia-permanencia se hace insoportable. Así que no te sorprendas si la gente se altera al regresar de sus vacaciones. Máxime, cuando, y en eso sí estoy de acuerdo, en general, no se sabe disfrutar del periodo de descanso”.
Hay gente –una inmensa mayoría– que toma sus vacaciones una vez al año y las pasa sin pegar golpe. Para mí puede que sea una prueba de inmadurez social, lo mismo que lo es el considerar el trabajo como una plaga u obligación que produce estos estados de ánimo. Llegó el momento en mi vida en que los límites entre trabajo y descanso son tan exiguos que apenas se distinguen, y la línea divisoria que los separa es tan aleatoria que apenas se percibe. Trabajar, aunque sea gratuitamente, en lo que me gusta –escribir y tocar la trompeta– es la única forma que tengo de descansar. De tal manera es así que, cuando paso más de un día sin asomarme al ordenador o a una página en blanco ni acercar la embocadura a mis labios, me siento realmente mal, me pongo nervioso o me aburro solemnemente. Y pienso que sólo dejar de expresar lo que siento por la escritura y de escuchar o de interpretar música podría paralizar mi vida. Para mí sería realmente un síntoma de autodestrucción.
Esta opinión no es compartida por Mariano Momentos, un madrileño que trabajó como alto cargo de un banco hasta que, a los 50 años, debido a un desprendimientos de rutina, se prejubiló. Desde entonces ha tenido una rica experiencia en su vida en la que aprovechó al máximo todos sus vivencias. Su compañera y madre de sus tres hijos fue víctima de un cáncer agresivo que acabó con ella, experiencia trágica que le dejó un intenso dolor y unas inmensas ganas y prisas por vivir. Luego, tuvo otros dos deprendimientos de retina y, en un intento de superar su vida, se dedicó a sus dos grandes pasiones, el teatro y la literatua. Hasta hace poco, ha leído cuanto ha caído en sus manos y ha escrito, a lápiz o con su propia pluma, páginas de bella literatura. Con él compartí unos cursos de creación literaria y le pasé algunos textos de este diario antes de que fueran publicados. “Mi opinión –me decía Mariano tras la lectura de este tema– es que la gente no ama su trabajo sencillamente porque no le gusta ni le motiva. La gente, desgraciadamente, trabaja en lo que puede y no en lo que quiere. O se trata de un trabajo basura (cada vez más frecuentes) o de un trabajo del que, aunque excepcionalmente te puede gustar, acabas abominando porque el nivel de experiencia-permanencia se hace insoportable. Así que no te sorprendas si la gente se altera al regresar de sus vacaciones. Máxime, cuando, y en eso sí estoy de acuerdo, en general, no se sabe disfrutar del periodo de descanso”.
Estoy seguro de que no es la única opinión al respecto, tan meritoria como cualquiera de las que el lector de este diario pueda tener y ofrecernos. ¿O me equivoco? En todo caso, no permitáis que prevalezca en estas páginas mi único y simple punto de vista. Aportad también el vuestro.
2 comentarios:
Para hablar de vacaciones no debiera decir cuál es mi profesión, porque se prestará escasa atención a mi juicio por parecer éste poco acertado, si se establece una relación entre mi trabajo y el tiempo de descanso del que disfruto.
Ya en mi juventud tuve un maestro que me adiestró convenientemente en el arte de “no perder el tiempo”. Me enseñó como disfrutar de cualquier momento siendo consciente de que ese momento pasaba por mí, mientras yo lo transformaba en mi propio deleite.
Seguro que algunos piensan que las vacaciones son para no hacer nada. Pero en qué consiste no hacer nada. Siempre se está haciendo algo. Solo tienes que encontrar aquello que conviene a cada rato y con lo que tú te sientes bien.
Yo en vacaciones cambio de actividad. No sigo con la misma tarea que inicio en septiembre y termino en junio, pero sigo haciendo cosas. Incluso aprovecho para vaguear. ¿Vaguear?
Estoy a punto de cumplir los 50 y, de momento, no me ha afectado el virus que produce ese síndrome postvacacional. Ya veremos con el paso del tiempo.
Yo estoy contento con mi trabajo y no sufro cuando se acerca la fecha de volver a él. Procuro compatibilizarlo con otras actividades que también me gustan y hacen que disfrute de este continuo, de la vida, con más o menos intensidad dependiendo de cada situación.
Ramón, me alegro que alguien que no está en mi situación laboral, coincida conmigo en este punto. Las vacaciones no deberían servir para perder el tiempo, sino para cambiar de actividad. Aunque, insisto, hay tanta gente que ni disfruta de su trabajo ni de sus vacaciones... Pienso que holgazanear no debería ser lo contrario de trabajar por necesidad, sino el complemento de una vida siempre llena y aprovechada al máximo. Algo que para mí resulta más difícil que trabajar.
Santiago Miró
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