martes, 30 de octubre de 2007

30 de octubre. La iglesia antifranquista.


Intentando refrescar un poco la memoria colectiva, un tanto desvencijaga por actos como los llevados a cabo por la jerarquia española en la pintoresca “beatificación de 498 mártires” del domingo pasado en el Vaticano, he repasado ciertos hechos y citas que ya recojo en mi libro, inédito, “España vista por sus exiliados”, y que demuestran que no todo el clero español es de derechas. Hay y hubo también un clero decididamente antifranquista, sobre todo en el País Vasco.

Al estallar la guerra, Alberto de Onaindía Zuloaga, amigo personal de José Antonio Aguirre, presidente del Gobierno vasco, asume, por encargo de éste, el canje de prisioneros y participa en diversas conversaciones de paz. De Onaindía ha nacido en Marquina (Vizcaya), en 1904, ha estudiado en Vitoria y, en Roma, ha proseguido estudios de Filosofía y Teología, doctorándose en ambas disciplinas, hasta que vuelve a Euskadi, en donde permanece tres años en el seminario de Saturrarán, como profesor. Onaindía se exilia de España y, durante cuarenta años, trabajará como traductor en la Unesco (París), se interesará por los círculos políticos y culturales y escribirá más de tres mil artículos para la prensa, además de emitir charlas en la BBC de Londres (con el seudónimo de “James Masterton”) y en Radio París (con el de “Padre Olaso”). Debido a su amistad con el presidente del Gobierno Vasco en el exilio, el Vaticano le abre dos expedientes en los que se le acusa de connivencia con los comunistas.

“Quizás la mayoría del clero en Vizcaya y Guipúscoa, –declara en “La guerra en Euskadi”, libro de Luis María y Juan Calos Jiménez de Aberastuiri, publicado por Editorial Plaza y Janés–, se manifestó antifranquista. Y, de esta manera, pagó esa actitud de valor, de valentía, que no tuvieron otros clerigos de otras partes. Por ejemplo, en el resto de España, estaba con Franco, aparte rarísimas excepciones. El clero catalán calló, excepto uno o dos casos. En cambio, el vasco tuvo una actitud franca, clara, a favor del pueblo, que se declaró antifranquista o se enfrentó al levantamiento militar. No fue el clero quien decidió la actitud vasca, fue el pueblo a través de sus organizaciones políticas y, posteriormente, el clero dio apoyo a esa postura, porque, moralmente, pensábamos que la actitud adoptada por el pueblo contra un levantamiento militar era correcta y justa”.

El documento “La carta colectiva del episcopado español”, del 1º de julio de 1937, condena toda la actitud republicana. Y la iglesia vasca fue perseguida, según afirma Onaindía, hasta el punto de que doce sacerdotes seculares y dos religiosos fueran fusilados por los franquistas y, curiosamente, no están incluido en la lista de los 498 beatos promocionada actualmente por la jerarquía española. “En las cárceles hubo más de 200 (entre unos y otros). Y es conocidísima la fotografía de unos 60 sacerdotes y religiosos con Julián Besteiro (Presidente del Parlamento y profesor de filosofía de la Universidad de Madrid) en la cárcel de Carmona, en Sevilla. Pero, en todas partes hubo sacerdotes en las cárceles. En el exilio, yo creo que seríamos unos 65 ó 70, poco más o menos”. Y Víctor Manuel Arbeloa, historiador y ex presidente del Parlamento Foral de Navarra, en su libro: “Iglesia, y República: diálogo imposible”, publicado en Historia, en abril de 1981, dice textualmente: “La guerra civil en la que la iglesia católica jugó decisivamente, con pocas excepciones, al bando vencedor, culminó el desastre. Casi 7.000 personas, entre obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas, son asesinadas en el campo republicano; catorce sacerdotes y religiosos vascos, son fusilados en terreno franquista. Miles y miles de laicos fueron también asesinados; unos, por ateos; otros, por católicos, clericales, anticlericales, izquierdistas o derechistas”.

En “Hombre de paz en la guerra”, De Onaindía escribe el primer volumen de sus memorias, en las que expone claramente la situación de los sacerdotes vascos en la guerra, así como su misión en el Vaticano y su misión de hombre de paz: “Llevé a cabo una obra de paz en la guerra. Salvé a gente de las cárceles, gestioné el traslado al extranjero de numerosas personas pertenecientes ideológicamente al bando enemigo, intervine en numerosas propuestas de paz, participé en negociaciones de canje y puse en comunicación a encarcelados con sus familiares residentes en la zona adversa. Informé a múltiples círculos de opinión pública, a embajadas y a la Santa Sede”.

Una vez constituido el Gobierno vasco, el presidente, José Antonio Aguirre, le da la misión oficial de ir al Vaticano para plantear el aspecto moral de su acción en la guerra. Allí, al hallarse el Secretario de Estado, cardenal Pacelli –más tarde Pío XII– de viaje a América, le recibe su sustituto, el subsecretario Guiseppe Pizzardo, que llegó a ser cardenal. “Recibimos –cuenta De Onaindia– la contestación satisfactoria, que no se publicó. Estas cosas no eran para decirlas al pueblo, sino para tranquilizar la conciencia de José Antonio Aguirre. A partir de esto, el pueblo se convenció de que la causa era justa, porque el clero nos lanzamos por ese camino”. Sólo el obispo de Vitoria, Mateo Múgica, muestra su postura profranquista. Pero más tarde, en el año 1945, publica un documento –“Imperativos de mi conciencia”– en el que rectificaba su anterior posición, aduciendo que, en aquel entonces, le faltaba información. “Es el único caso en toda la guerra española. Pero, después de esta exposición, Mateo Múgica fue expulsado de su diócesis por el gobierno de Franco, junto con el obispo de Pamplona”.

De Onaindía reconoce que la propaganda mantenida por el clero vasco y por la Iglesia hizo mucho daño al franquismo. “Hubo intentos de que a los sacerdotes que estaban en la cárcel y a los que estábamos en el exilio se nos quitaran las licencias eclesiásticas, lo cual es un verdadero manchón para un sacerdote. Y esa gestión ante el Vaticano la hizo don José María Areilza. Pero el Vaticano no sólo no accedió, sino que Pío XI, que era un gran Papa, dio órdenes a los nuncios donde vivían los vascos para que comunicaran a los sacerdotes vascos que seguían disfrutando de sus licencias eclesiásticas, lo mismo que el día que habían salido de su propio país. Y José Antonio, nuestro lendakari y gran amigo, decía: ‘Nuestro gran éxito con la Iglesia ha sido que el Vaticano nunca nos condenó”. Pero el Vaticano cambia también sus posturas y es capaz, hoy en día, de recibir a 30.000 españoles con banderas inconstitucionales, guiados por unos obispos que siempre se negaron a pedir pedón por la actitud de gran parte de sus predecesores franquistas y que apoyaron la “cruzada” nacional.

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