martes, 9 de junio de 2009

Vencedores, vencidos y abstencionistas.


Rita Barberá y Francisco Francisco Camps muestran su euforia por el resultado y consideran su victoria como una absolución popular del presidente de la Comunidad, imputado por cohecho.


Leire Pajín, secretaria de organización del PSOE, reconoce que aunque “es verdad que el PSOE aspiraba a ganar” no se ha producido el “varapalo” que algunos pronosticaban.


Ante el fracaso de las políticas democráticas y, en reprobación de una clase política depredadora y mediocre, entre la que existen flagrantes casos de corrupción, vencieron los abstencionistas.

Cada vez que se celebran elecciones, el día antes, se invita a la reflexión a todos los votantes; un día después, tras una jornada elegida para su mayor participación, llega al fin el momento de alegría desmedida para los vencedores y de fracaso demoledor para los vencidos. Cuanto mayor es el grado de diferencia entre el triunfo para los primeros y la derrota humillante para los segundos, mayor es la discrepancia entre ganadores y perdedores. O triunfo sin límites, o desengaño y frustración. Difícilmente se llega al empate técnico.


Olvidados de una corrupción galopante que no parece afectar a nadie, los vencedores valoran con satisfacción los resultados “que pronto superaremos”. Los vencidos justifican los fallos, achacando la derrota a “las circunstancias difíciles” que atraviesa el país, pero consideran “razonablemente positivos” unos resultados, que “no suponen un cambio”. Y muestran su sonrisa nerviosa. Nadie se da por aludido ni de la corrupción ni del fracaso. Por el contrario, mientras unos se muestran contentos por la victoria “fulgurante”, otros lo hacen por la dulce derrota. Después de una agria batalla con juego sucio incluido por ambas partes en la que valió casi todo, la victoria sabe a orgulloso reconocimiento y el descalabro a resistencia numantina.


Pero lo cierto es que todos parecen olvidar algo esencial. Y es que la abstención, muy elevada, llega a un 56 por ciento –a casi un 57 en el conjunto europeo–, y se comporta como la verdadera vencedora, flotando sobre el resto. Quienes se inhibieron, renunciando a entrar en el juego de las elecciones, son más numerosos que los votantes. Y eso a mí me parece lo más grave y significativo de estas elecciones. Mucho más que el mordisco que me pegó la urna cuando, utópico de mí, me abalancé sobre ella para echar mi papeleta (el presidente de la mesa me reprendió con una sonrisa, quitándomela de las manos para depositarla él mismo en la urna). Algo que, sin duda, habrá que revisar (me refiero a esta abstención), si queremos seguir creyendo en la validez del voto.

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