jueves, 10 de marzo de 2011

Jose Luís y el toro “Capitán”.



José Luis, levantado en hombros y ovacionado como el mejor de los toreros.


Es curiosa la relación de amistad mantenida entre “Capitán” y un jubilado navarro, José Luis Pejenaute. Confieso que no es usual que un toro bravo se relacione con su amo sin pegarle una cornada y, sin embargo, “Capitán” distingue y respeta a su amigo en medio de una multitud, aunque no deja de embestir contra todo lo que se mueve a su alrededor. Se trata del primer astado que reconoce y respeta la voz de un humano. En realidad, no se trata de su amo, sino del amigo que, en medio del griterío y de la bulla, sabe acercarse a él y lo acaricia. en vez de amedrentarlo con gritos, amenazas o estocadas frente a un público sediento de espectáculos cruentos. El gentío disfruta gritando ante sus cuernos pero “Capitán” no se atemoriza ante nadie. Corre y embiste contra las barreras y el público se divierte a lo bestia, es decir, a lo español. “Capitán” corre, tras la turba que no se atreve a enfrentarse con él. Ya ha perdido uno de sus cuernos, pero, si fuera preciso, sería capaz de embestir con el que le queda a los caballos, desde los cuales los picadores pinchan con el rejón. Y, si le soltaran en las arenas, los “toreros”, elegantemente vestidos, con capa y espada, demostrarían una vez más su habilidad y poderío por medio del engaño. Escondidos tras la capa roja, harían demostraciones de su “arte” siempre con la espada preparada. Y, como todos los morlacos, terminaría en el suelo, con la espada clavada en su espalda y en medio de un charco de su propia sangre. Pero, por el momento, sólo sirve para demostrar al público sus sentimientos con José Luis, quien le llama por su nombre y “Capitán” no deja de expresarle su afecto entre tanta chusma y griterío.

José Luis ha amaestrado a “Capitán” desde que el animal tenía dos años. Empezó por darle de comer en la mano y se hizo con él con sus llamadas de Capitán. Y “Capitán”, le escucha y aprecia sus consejos. Sólo que esta vez, como otras, la gente grita y le provoca. Y él se defiende, embistiendo y arremetiendo contra todos. Y los taurinos no dejan de justificar a capa y espada su “toreo”, mientras que los antitaurinos defienden y reivindican los derechos del animal. Unos y otros creen tener razón y cuentan, a su manera, con el apoyo de los cornúpetas.

Claro que “Capitán” no puede comunicarse verbalmente para explicar su postura. Pero está claro que él no es un asesino. Sin pedirle su opinión, le sueltan en una calle cerrada, y, abroncado por multitudes, tiene que defenderse, atendiendo solo a la voz de José Luis. Aunque, últimamente, “Capitán” no alcanza a comprender la disciplina a la que su amigo le convoca cada vez que le sueltan en una plaza o en esas calles. Dicen que es para que demuestre su amistad, y que su gesto es siempre seguido del aplauso de la misma gente que le apabullaba, emociona y levanta en hombros. Un gesto apreciado por los “enemigos” de “Capitán”, que ha terminado por sospechar que procede de los mismos que no dejan de provocarle y asustarle. “¿Será su amigo –se pregunta “Capitán” – el cómplice secreto de esa gentuza que se empeña en torearle? Habrá que andar con mucho cuidado con el doble juego de esos humanos”.



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