Tratar de parar la inmigració es imposible.
Mahmud Traoné, durante la presentación del libro: Partir para contar.
El pasado mes de septiembre, Mahmud Traoré saltó la valla de Ceuta. Cinco de sus compañeros murieron,
al tratar de traspasar la frontera. Pasó por el Centro de
Estancia Temporal de Inmigrantes de la ciudad autónoma, consiguió llegar a la
península e instalarse en Sevilla. Hace
unos días, presentó el libro que describe su odisea: “Partir para contar”, escrito
por el periodista francés Bruno Le Dantec.
Su
llegada a España solo fue un episodio más del viaje que cuenta en primera
persona. Tres años tardó en alcanzar Ceuta, ciudad que no entraba en sus planes
cuando, en 2002, decidía dejar Senegal. Tenía entonces 19 años, había dejado de
estudiar y la falta de oportunidades le empujó a emprender el camino. Sabía que
si no salía a buscarlo, nunca llegaría algo nuevo. Atrás quedaba Temanto, su
pueblo. Un lugar, cercano a la frontera de Guinea, desde donde Mahmud corría
cada día varios kilómetros a través de campos de arroz para llegar a la escuela
cuando era niño. Así lo contaba su amiga Marta, que viajó tres días en autobús desde Dakar, presente en
la presentación del libro.
El
trayecto de Mahmud no fue sencillo. El senegalés comenzó su viaje hacia el este
del continente, buscándose la vida allá donde iba. Pasó por países como Níger o Libia, donde las
condiciones de los patronos no se lo pusieron nada fácil: “Trabajábamos con
condiciones. Si querían, te pagaban y, si no querían, no. No
podía reivindicar mis derechos”. Atravesar el Sáhara fue uno de los momentos más
duros. Muchos subsaharianos se quedaban en el norte de África solo por no tener
que volver a cruzarlo. “Es una experiencia muy fuerte”. Pero se encontró con la
solidaridad de la gente. “En los países del norte de África, donde no podía
trabajar por no tener papeles, fue la población civil quien les echó una mano
en su camino. Así nos sucedió con los marroquíes. Si no fuera por ellos, no
estaríamos aquí”.
Hoy
las cosas siguen sin ser sencillas. “He
llegado al destino pero el proceso sigue. El sueño que yo
imaginaba no me ha llegado”. El primer día que llegó a Sevilla, pasó la noche
en un centro social ocupado, durmiendo junto a “uno fumando porros con tres
perros, en Casas Viejas”. Después siguió buscándose la vida, “trabajando como
un burro”. Mahmud quiere ahora llevar su historia de vuelta a Senegal a la
escuela, donde él estudió. Sin embargo, no quiere cerrarle a nadie las puertas
de Europa. “Cada uno tiene sus problemas interiores. Sería muy egoísta decirle
a una persona que no venga. Yo he aprendido aquí a manipular un ratón. En
Senegal, nunca lo hubiera hecho en mi vida”. Tratar de persuadir a jóvenes que
ven el viejo continente como el paraíso sería, además, complicado.
“Lo
que está ocurriendo ahora en esa valla fue lo mismo que nos pasó a nosotros en 2005” , contó Mahmud. Las
muertes de migrantes tratando de llegar a Europa, saltando las vallas o por
otra vías, no son nada nuevo. Según Alassaire Ibrahima, de la organización
África Global y uno de los encargados de presentar el libro, en los últimos 20
años, alrededor de 20.000 africanos se han dejado la vida tratando de alcanzar
el viejo continente. Y lo seguirán haciendo, por muchas vallas que se levanten
o pelotas de goma que se lancen. “Tratar de parar la inmigración es imposible”,
defiende el activista, quien reclama políticas creativas para afrontar la
situación. Para Ibrahima, la inmigración es, además, lícita. Porque África es
un continente explotado por el mundo: caladeros exprimidos, comercio de armas,
acaparamiento de las tierras, etcétera. “Y es legítimo que los pueblos busquen
otras alternativas para poder sobrevivir”.
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