La Iglesia, que la sostengan sus fieles.
“Usted y yo –aunque no siempre
tengamos conciencia de ello– estamos contribuyendo con nuestros impuestos al
mantenimiento de la Iglesia católica. Tanto da que seamos seguidores suyos como
que no. De los Presupuestos Generales del Estado salen cada año unos 250
millones de euros que van a manos de la Conferencia Episcopal. Su única
obligación, a cambio, es dar cuenta del destino final de dicha cantidad, cosa
que hace sin demasiados detalles y con bastante retraso. De hecho, el último
informe de actividades de la organización data de 2014”. Así comienza este
artículo de Vicente Clavero, en Público.es, el pasado viernes, bajo el título
“La iglesia, que la sostengan sus fieles”.
“Esos 250 millones sirven para costear
la actividad pastoral de las diócesis, la Seguridad Social de todo el clero o
el sueldo de los obispos. Sólo una
mínima parte (el 2%) va a Cáritas. E insisto: es un dinero que sale de nuestros
bolsillos, cualesquiera que sean las creencias que tengamos. Como de nuestros
bolsillos salen también las subvenciones directas que reciben, por ejemplo, los
colegios católicos concertados. Por no hablar de los cuantiosos ingresos que
pierde el Estado por la exención del IBI de la que disfrutan los inmuebles dedicados
al culto, y en teoría sólo ellos”.
Pero, de dónde proceden esos 250
millones que cada año transfiere Hacienda a la jerarquía eclesiástica? “Proceden de la asignación tributaria,
fórmula ideada con el fin de que parezca que sólo los contribuyentes católicos
sostienen a su Iglesia. Basta con que éstos pongan una equis en la casilla
correspondiente de la declaración de la Renta para que la Conferencia Episcopal
genere el derecho a recibir el equivalente al 0,7% de su cuota íntegra. El
gesto –contra lo que pueda parecer– no conlleva ningún coste específico para
quien lo hace. Eso significa que, además, los católicos tienen el privilegio de
decidir el montante de un esfuerzo económico que en realidad hacemos todos.
Cada año ponen la equis unos siete millones de declarantes, el 35% del total;
pero nadie se libra de financiar a la Iglesia. Y lo digo una vez más: con
independencia de que se sea creyente o no. Ni siquiera escapan a tan sutil
obligación las personas exentas del IRPF, porque esa caja común que son los
Presupuestos se nutre con los ingresos derivados de todos los impuestos,
incluidos los indirectos”.
“Los defensores de la asignación
tributaria –termina diciendo Vicente Clavero– aseguran que la Iglesia se la
tiene más que merecida por la ‘ingente’ labor social que realiza y el ahorro
que ello supone para el Estado. Lo que ocultan es que esa compensación –que se
refiere a su faceta educativa y solidaria– le llega, en todo caso, a través de
otras partidas, cuyo importe excede con mucho los 250 millones de euros
anuales. Si lo admitieran quizás entenderían mejor a quienes pensamos que las
actividades estrictamente religiosas de cualquier confesión deben costearlas
sus fieles. Y nadie más que sus fieles”.
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