Las ratas son más humanas de lo que parece y les gusta estar con nosotros.
Las ratas reales, según
explica Tobias Linné, Professor Asistente en Media and Communication Studies,
Lund University, están lejos de ser las criaturas despreciables que a menudo son
presentadas. Varios estudios demuestran que tienen una poderosa empatía. La
rata parda, Rattus norvegicus, es una de las especies mejor adaptadas a la
sociedad moderna. Estos mamíferos han seguido a los humanos hasta convertirse
en uno de los animales más abundantes, extendiéndose en el norte de China y
Mongolia y llegando a Europa en el siglo XVI, incluso antes. Las ratas negras
(Rattus rattus) llegaron en el siglo I a. d. C.
En la actualidad, casi
todas las ratas pardas salvajes son sinantrópicas, lo que significa que viven
en estrecha asociación con los humanos, comiendo nuestras sobras y utilizando
las estructuras humanas como refugio. La relación entre ratas y humanos es de
comensalismo, palabra derivada del término latino “commensal”, que significa “comer
en la misma mesa”. A lo largo de los siglos, fueron la sombra oscura de la
humanidad y tuvieron un enorme impacto en la civilización humana, sobre todo
por la propagación de enfermedades. Durante mucho tiempo se las ha asociado con
la suciedad, la muerte y la destrucción.
En la Europa medieval, la
gente detestaba a estos roedores por su supuesta brutalidad, apetito sexual en apariencia
ilimitado y su fecundidad. Se extendieron con las guerras y el imperialismo
europeo a territorios colonizados en América, así como en África y Australia. Y
prosperaron en las trincheras de la guerra. Pero las ratas reales están lejos
de ser las criaturas despreciables que a menudo se presentan. Varios estudios
han demostrado que tienen una poderosa empatía.
Pueden compartir el estado emocional de otros, lo que en psicología se
denomina contagio emocional. Y, cuando una rata ve a otra en apuros, las
estructuras neuronales que se activan en su cerebro se parecen mucho a las que
se activan en los cerebros de los humanos cuando sienten empatía por el dolor
ajeno.
Un experimento demostró
que las ratas liberan a otras ratas de una jaula, aunque no reciban recompensa
por ello. Y si después se les dan golosinas de chocolate, la rata liberada suele
guardar al menos un dulce para la excautiva. Este comportamiento desinteresado
se debe a la compleja vida social de estos roedores en grupos familiares de
varias generaciones. Forman vínculos de por vida con otras ratas y comparten
habilidades aprendidas, como las técnicas de búsqueda de comida, entre
generaciones. Esto significa que las ratas tienen una forma de cultura.
El método químico más
común para controlarlas son los anticoagulantes, que provocan hemorragias
internas mortales una o dos semanas después de que el animal ingiere el veneno.
Al ser socialmente inteligentes y precavidas, prefieren probar comida
desconocida y esperar a ver si les hace enfermar a ellas o a otras ratas. Es lo
que se denomina miedo al veneno. Sin embargo, con los anticoagulantes, el
tiempo que transcurre entre el consumo del cebo y la muerte de la rata es tan
largo que no suelen asociarlo con sus hábitos alimentarios.
La investigación también
ha sugerido que, con un mayor conocimiento sobre estos roedores y su
comportamiento, la gente tiende a desarrollar una actitud más positiva hacia
ellas. Por tanto, es necesario conocer mejor la conducta social de las ratas
salvajes. Y los humanos deben controlar su propio comportamiento para evitar
conflictos con ellas. Un buen punto de partida sería reducir el desperdicio de
alimentos y controlar qué hacemos con las sobras. Menos roedores cerca de las
fuentes de alimento humano, por ejemplo, y más conocimientos sobre su
comportamiento significarían un menor riesgo de propagación de enfermedades de
las ratas a los humanos, así como de los humanos a estos roedores.
(El artículo fue publicado originalmente en The Conversation).
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