martes, 21 de enero de 2025

La ultraderecha regresa a la Casa Blanca.

 

Trump no solo jura como presidente: consolida un modelo de liderazgo basado en la exclusión, el odio y la manipulación mediática.

A sus 78 años, Donald Trump, juró ayer de nuevo como presidente de Estados Unidos, consolidando su retorno político tras una derrota en 2020 que muchos consideraban definitiva. Pero su regreso, lejos de ser un evento institucional ordinario, se ha convertido en una exhibición de poder político y económico que reafirma su alianza con los sectores más privilegiados del país y del mundo. El comité de investidura recaudado 170 millones de dólares, una cifra récord que evidencia el respaldo de las grandes corporaciones a su visión autoritaria y ultraconservadora.

Entre las empresas donantes destacan gigantes tecnológicos como Google, Microsoft, Meta y Tesla, que han contribuido con al menos un millón de dólares cada una. El cinismo es evidente: mientras estas compañías venden discursos de inclusión y sostenibilidad, financian a un líder que ha prometido desmantelar políticas climáticas y derechos civiles. Por otro lado, la industria automotriz, con Toyota, Ford y General Motors a la cabeza, no ha dudado en alinearse con Trump, aportando cifras millonarias.

El discurso de Trump no se desvía de la narrativa que lo llevó al poder en 2016. Desde la misma escalinata del Capitolio donde hace apenas cuatro años sus seguidores intentaron subvertir el orden constitucional, promete la “mayor deportación masiva de la historia” y el cierre de la frontera sur. Estas promesas, lejos de ser medidas de seguridad, son estrategias que perpetúan el racismo institucional y el sufrimiento de miles de familias migrantes.

Trump también ha anunciado su intención de indultar a los participantes del ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021, un acto que no solo normaliza la violencia política, sino que también valida el asalto a la democracia. Mientras tanto, promete órdenes ejecutivas que restringen derechos fundamentales, como la prohibición de la participación de atletas trans en deportes femeninos y en el ejército, perpetuando la discriminación contra comunidades ya marginadas.

En materia internacional, su propuesta de negociar una paz entre Rusia y Ucrania parece más un truco publicitario que una estrategia diplomática seria. La promesa de lograr un acuerdo en seis meses no solo es irrealista, sino que ignora las complejidades de un conflicto que él mismo ayudó a exacerbar con sus posturas favorables al Kremlin durante su primer mandato.

La investidura de Trump también es un espectáculo que contrasta cruelmente con la realidad de millones de estadounidenses. Mientras miles luchan por acceder a vivienda, empleo y servicios básicos, el evento está marcado por bailes exclusivos para donantes millonarios y espectáculos pirotécnicos reservados para los asistentes al club de golf de Trump en Virginia. Esta desconexión entre las élites que financian su presidencia y el pueblo al que dice representar es una muestra más del cinismo que define su proyecto político.

En un gesto que simboliza su desprecio por los derechos civiles, la ceremonia coincide con el Día de Martin Luther King Jr., una fecha que conmemora la lucha por la igualdad y la justicia. Lejos de honrar este legado, Trump lo utiliza como telón de fondo para una agenda que revierte décadas de avances sociales.

Esta investidura no es solo un cambio de gobierno; es un recordatorio de cómo el poder económico y político puede converger para reforzar las estructuras de opresión y desigualdad. Trump no solo jura como presidente: consolida un modelo de liderazgo basado en la exclusión, el odio y la manipulación mediática.

(De Spanish Revolution)

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