La ultraderecha regresa a la Casa Blanca.
A sus 78 años, Donald
Trump, juró ayer de nuevo como presidente de Estados Unidos, consolidando su
retorno político tras una derrota en 2020 que muchos consideraban definitiva.
Pero su regreso, lejos de ser un evento institucional ordinario, se ha
convertido en una exhibición de poder político y económico que reafirma su
alianza con los sectores más privilegiados del país y del mundo. El comité de
investidura recaudado 170 millones de dólares, una cifra récord que evidencia
el respaldo de las grandes corporaciones a su visión autoritaria y ultraconservadora.
Entre las empresas
donantes destacan gigantes tecnológicos como Google, Microsoft, Meta y Tesla,
que han contribuido con al menos un millón de dólares cada una. El cinismo es
evidente: mientras estas compañías venden discursos de inclusión y sostenibilidad,
financian a un líder que ha prometido desmantelar políticas climáticas y
derechos civiles. Por otro lado, la industria automotriz, con Toyota, Ford y
General Motors a la cabeza, no ha dudado en alinearse con Trump, aportando
cifras millonarias.
El discurso de Trump no
se desvía de la narrativa que lo llevó al poder en 2016. Desde la misma
escalinata del Capitolio donde hace apenas cuatro años sus seguidores
intentaron subvertir el orden constitucional, promete la “mayor deportación
masiva de la historia” y el cierre de la frontera sur. Estas promesas, lejos de
ser medidas de seguridad, son estrategias que perpetúan el racismo
institucional y el sufrimiento de miles de familias migrantes.
Trump también ha
anunciado su intención de indultar a los participantes del ataque al Capitolio
del 6 de enero de 2021, un acto que no solo normaliza la violencia política,
sino que también valida el asalto a la democracia. Mientras tanto, promete
órdenes ejecutivas que restringen derechos fundamentales, como la prohibición
de la participación de atletas trans en deportes femeninos y en el ejército,
perpetuando la discriminación contra comunidades ya marginadas.
En materia internacional,
su propuesta de negociar una paz entre Rusia y Ucrania parece más un truco
publicitario que una estrategia diplomática seria. La promesa de lograr un
acuerdo en seis meses no solo es irrealista, sino que ignora las complejidades
de un conflicto que él mismo ayudó a exacerbar con sus posturas favorables al
Kremlin durante su primer mandato.
La investidura de Trump
también es un espectáculo que contrasta cruelmente con la realidad de millones
de estadounidenses. Mientras miles luchan por acceder a vivienda, empleo y
servicios básicos, el evento está marcado por bailes exclusivos para donantes
millonarios y espectáculos pirotécnicos reservados para los asistentes al club
de golf de Trump en Virginia. Esta desconexión entre las élites que financian
su presidencia y el pueblo al que dice representar es una muestra más del
cinismo que define su proyecto político.
En un gesto que simboliza
su desprecio por los derechos civiles, la ceremonia coincide con el Día de
Martin Luther King Jr., una fecha que conmemora la lucha por la igualdad y la
justicia. Lejos de honrar este legado, Trump lo utiliza como telón de fondo
para una agenda que revierte décadas de avances sociales.
Esta investidura no es
solo un cambio de gobierno; es un recordatorio de cómo el poder económico y
político puede converger para reforzar las estructuras de opresión y
desigualdad. Trump no solo jura como presidente: consolida un modelo de
liderazgo basado en la exclusión, el odio y la manipulación mediática.
(De Spanish Revolution)
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