“No le digas a nadie que soy periodista”
Bajo este título, Nieves Concostrina pide en Público sus disculpas por empezar
hablando de ella, pero precisa poner el contexto. “Era yo una becaria de
veintipocos años en la redacción de Diario 16 de los años ochenta, dirigida
entonces por Pepe Oneto, cuando recibí la primera señal que me alertó de que
aquí algo no estaba bien. (…) Oneto acababa
de llegar de Mallorca, porque allí se movía la jet pija-política-periodística,
revoloteando alrededor de los reyes para ver si pillaban cacho en la foto.
Todos los periódicos dedicaban diariamente unas páginas de sus suplementos
veraniegos a informar a la plebe de los movimientos y detalles de la buena vida
que se pegaba la familia real cenando, paseando, navegando… y hasta allí
desplazaban los medios a fotógrafos, redactores y columnistas para informarnos
de lo bien que se lo pasaban…
Concostrina habla
entonces del saludo que cruzaron Oneto y Jáuregui (u otro) y de los comentarios,
medio en broma medio en serio, “cuando apareció Juan Carlos y me dijo: ‘Hombre,
Pepe, que entre bomberos no nos pisamos la manguera’. Lo dijo en broma, pero se
le notaba un poquito mosqueado”. Concostrina confiesa que no entendió nada de
lo que había querido decir Oneto, pero quería entenderlo. Así que lo trasladó a
la redactora de Cultura, Ana García Rivas, para ver si ella sabía de qué iba.
“¿Marta? Pues qué Marta va a ser… Marta Gayá, la amante del rey, la conoce todo
el mundo”, fue más o menos su respuesta. “¿Y ya está?”, repliqué. “¿Eso es
normal?”, insistí. “¿Nadie cuenta que el rey, casado y con hijos, tiene una
amante?”, reclamé. “Uy… si solo fuera una…”, remató la compañera.
“¿El rey -comenta
Concostrina- tenía varias amantes, todo el mundo lo sabía y nadie lo contaba?
Pues claro que nadie lo contaba… estúpida. Juan Luis Cebrián, Pedro José
Ramírez, Luis María Ansón y demás directores de periódicos y radios eran ‘señores’
perfectamente informados, pero a quienes les debía parecer muy meritorio la
doble moral de su católica majestad el jefe del Estado cuando acudía a misa con
Sofía luciendo el mismo desparpajo que cuando salía a cenar con Marta. Su
intimidad y sus sinvergonzonerías estaban a salvo gracias a los periodistas que
protegían la figura del rey. Los lectores tenían más que suficiente con saber
cuándo subía y bajaba del Bribón o cuando iba y venía con el Fortuna (se han
mofado de los españoles hasta con los nombres de sus embarcaciones).
“Afortunadamente, en 40
años de oficio nunca me ha tocado cubrir Casa Real (me hubiera negado hasta
donde me lo hubiera permitido mi situación laboral en ese momento) pero de lo
que estoy segura es de que, de haberme visto obligada a ello, mis informaciones
habrían sido gélidas y muy alejadas del empalagoso tratamiento que aún hoy
dispensan redactores y redactoras cuando sienten el honor de que se les para
ante el micro o la grabadora la ciudadana Ortiz, el defraudador Juan Carlos o a
la prevista continuadora del negocio si los dioses y la democracia no lo
impiden, la heredera Leonor. Pese a que tuve la suerte de no tener que ocuparme
de esas informaciones zarzueleras, sí me ha tocado cruzarme con los borbones; a
veces por casualidad, y a veces porque, previa ingesta de un estabilizador
estomacal, he tenido que acudir sin más remedio porque el ex, Juan Carlos, tuvo
que entregarme el Premio Rey de España de Periodismo”. (…)
Concostrina concluye: “Mi
única intención con esta colaboración que inicio hoy en Público es compartir todo
lo que he aprendido sobre los borbones y cómo he ido conociéndolos. Estoy
convencida de que, si los ciudadanos de este país hubieran sido debidamente
informados sobre los abusos cometidos y las mentiras que nos han trasladado los
miembros de esta dinastía y su cómplice eclesiástica en el último siglo y
medio, España sería un país progresista, republicano y laico y con una sana
separación Iglesia-Estado. De ahí esa sentencia atribuida al escritor Tom Wolfe
y con la que, con asuntos como los borbones, me identifico plenamente: ‘No le
digas a mi madre que soy periodista, ella piensa que soy pianista en un burdel’.
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