22 de febrero. Una noche muy agitada.
“Superado nuestro estupor –me contó Manuel Leguineche, director entonces de la agencia Cover sobre aquella noche del 23-F–, pusimos en marcha este mecanismo que es una redacción, con la experiencia que yo ya tenía de otros golpes de Estado. Y llegué a meterme tanto profesionalmente en el meollo de aquel problema que, por un momento, me olvidé de que vivía en España y de que era un periodista y ciudadano español. Me preocupó más el prurito profesional de mantener informado a mis periódicos y superar el trauma momentáneo que sufrimos, que las consecuencias personales del golpe en caso de haber triunfado. Claro que, por instinto y por olfato, lo vi desde el primer momento un poco descabellado, muy localizado y no en cadena. Cuando ya se me pasó esta euforia profesional es cuando empecé a preocuparme realmente. Entonces me entró la reflexión y el raciocinio por encima de la trepidación profesional y, al analizar lo ocurrido, me di cuenta que aquello había sido muy grave”.
Leguineche se sorprendió un poco de la pasividad con que se recibió. “Todos hablaban del golpe que podría venir y, al final, terminaron por no creer que podía producirse, llegando éste cuando menos lo esperaban”. Y se alegró de haber tenido la gran suerte de poder escribir la crónica en el mismo momento en que sucedía. “Tuvimos la fortuna de contactar con alguien que estaba viendo en televisión lo que ocurría porque lo rebotaban a Prado del Rey desde la unidad móvil. Para mí eso era como poseer la clave de lo que pasaba. Fue un momento maravilloso en los periódicos empezaron a llamarnos, sorprendidos de que supiéramos todo antes que nadie”.
Walter Haubrich, corresponsal del “Frankfurter” y presidente durante siete años del Club Internacional de Prensa, se disponía a salir de su casa, terminada la votación, para hablar con algún político. “Escuchaba por la radio el desarrollo de la votación cuando, de repente, oí los gritos y los tiros. Hablé enseguida con mi periódico. Conseguimos hacer todavía dos ediciones con la noticia en portada. Luego, fui hasta las Cortes y me pasé la noche caminando y hablando con la gente para dar nueva información. A las veinte horas creía que los golpistas habían triunfado, sobre todo, al querer escuchar las noticias de RNE y encontrarme con música militar. Recuperé la esperanza al volver de nuevo la normalidad en la radio, escuchar el editorial de ‘El País’ y la entrevista que hicieron a Jordi Pujol, el político de máxima categoría en libertad que había hablado con el Rey. La formación de un Gobierno interino de subsecretarios me corroboró la idea de que el golpe no había progresado”.
Manuel Vázquez Montalbán me confesó que aquella noche sintió miedo de verdad. “Nos quedamos muy sorprendidos. Intentamos comunicar con el partido en Madrid para enterarnos de lo que pasaba. Se impuso entonces urgentemente qué hacer con todo el aparato y decidimos poner a salvo los archivos y crear una serie de direcciones de seguridad. Luego, marché a casa. Estudié las medidas que podía tomar, en caso de que fuera asaltada. Volví una hora más tarde al Comité Ejecutivo. Fue una noche muy agitada”. Se planteaba el riesgo de que cualquier salida a la calle pudiera convertirse en una provocación y que pudiera ser utilizada por los golpistas como prueba necesaria de continuar el golpe. “Hasta pasada la madrugada, la cosa estuvo en el alero. Se optó por una línea de prudencia y expectativa y, cuando, a la mañana siguiente, se empezó a ver lo que, poco a poco, se iba diluyendo, se fue restableciendo la tranquilidad”.
Montalbán me desveló que, si no hubiese sido miembro del Comité Ejecutivo ni del Central, hubiera pensado inmediatamente en dónde se escondía. “A ratos, me imaginaba que toda mi vida se había roto, que tenía que volver a las alcantarillas y vete tú a saber qué. Cuando te pilla un golpe de Estado estando en la ejecutiva del Partido Comunista, te puede ocurrir todo lo malo y muy poco de lo bueno”.
Maruja Torres se encontraban igualmente en su casa, con su transistor y la televisión en marcha. “Yo estaba, debo reconocerlo –me recordó esta periodista–, acojonadísima, con la perra. Sabía que podía hacer dos cosas: o quedarme y joderme o huir. Si me iba, no salía de exiliada sino para empezar otra vida en otro país y mandar este a la mierda para siempre. Nada de tristezas, de nostalgias ni nada de nada. Si me da la vena, cojo un fusil y me voy a la calle, y si me da la vena de marcharme, me voy a una isla desierta y que le den morcilla. Eran treinta y tantos años de mi vida”.
También Carmen Alcalde, la ex directora de Vindicación Feminista, estaba en casa cuando se enteró. Se puso en contacto con diversos medios de comunicación y siguió los acontecimientos. “Algunos compañeros me llamaron para aconsejarme que me marchara. Evidentemente, si el golpe hubiera triunfado, éramos muchos los que hubiéramos estado comprometidos. Había el peligro de las venganzas personales provocadas por bandas incontroladas. Me lo planteé muy seriamente, pero llegué a la determinación de que, de ninguna manera, me marchaba. Me subió una especie de patriotismo extraño de aguantar hasta lo que fuera necesario. Al cabo de tres horas, al ver el curso de los acontecimientos, me tranquilicé”.
Leguineche se sorprendió un poco de la pasividad con que se recibió. “Todos hablaban del golpe que podría venir y, al final, terminaron por no creer que podía producirse, llegando éste cuando menos lo esperaban”. Y se alegró de haber tenido la gran suerte de poder escribir la crónica en el mismo momento en que sucedía. “Tuvimos la fortuna de contactar con alguien que estaba viendo en televisión lo que ocurría porque lo rebotaban a Prado del Rey desde la unidad móvil. Para mí eso era como poseer la clave de lo que pasaba. Fue un momento maravilloso en los periódicos empezaron a llamarnos, sorprendidos de que supiéramos todo antes que nadie”.
Walter Haubrich, corresponsal del “Frankfurter” y presidente durante siete años del Club Internacional de Prensa, se disponía a salir de su casa, terminada la votación, para hablar con algún político. “Escuchaba por la radio el desarrollo de la votación cuando, de repente, oí los gritos y los tiros. Hablé enseguida con mi periódico. Conseguimos hacer todavía dos ediciones con la noticia en portada. Luego, fui hasta las Cortes y me pasé la noche caminando y hablando con la gente para dar nueva información. A las veinte horas creía que los golpistas habían triunfado, sobre todo, al querer escuchar las noticias de RNE y encontrarme con música militar. Recuperé la esperanza al volver de nuevo la normalidad en la radio, escuchar el editorial de ‘El País’ y la entrevista que hicieron a Jordi Pujol, el político de máxima categoría en libertad que había hablado con el Rey. La formación de un Gobierno interino de subsecretarios me corroboró la idea de que el golpe no había progresado”.
Manuel Vázquez Montalbán me confesó que aquella noche sintió miedo de verdad. “Nos quedamos muy sorprendidos. Intentamos comunicar con el partido en Madrid para enterarnos de lo que pasaba. Se impuso entonces urgentemente qué hacer con todo el aparato y decidimos poner a salvo los archivos y crear una serie de direcciones de seguridad. Luego, marché a casa. Estudié las medidas que podía tomar, en caso de que fuera asaltada. Volví una hora más tarde al Comité Ejecutivo. Fue una noche muy agitada”. Se planteaba el riesgo de que cualquier salida a la calle pudiera convertirse en una provocación y que pudiera ser utilizada por los golpistas como prueba necesaria de continuar el golpe. “Hasta pasada la madrugada, la cosa estuvo en el alero. Se optó por una línea de prudencia y expectativa y, cuando, a la mañana siguiente, se empezó a ver lo que, poco a poco, se iba diluyendo, se fue restableciendo la tranquilidad”.
Montalbán me desveló que, si no hubiese sido miembro del Comité Ejecutivo ni del Central, hubiera pensado inmediatamente en dónde se escondía. “A ratos, me imaginaba que toda mi vida se había roto, que tenía que volver a las alcantarillas y vete tú a saber qué. Cuando te pilla un golpe de Estado estando en la ejecutiva del Partido Comunista, te puede ocurrir todo lo malo y muy poco de lo bueno”.
Maruja Torres se encontraban igualmente en su casa, con su transistor y la televisión en marcha. “Yo estaba, debo reconocerlo –me recordó esta periodista–, acojonadísima, con la perra. Sabía que podía hacer dos cosas: o quedarme y joderme o huir. Si me iba, no salía de exiliada sino para empezar otra vida en otro país y mandar este a la mierda para siempre. Nada de tristezas, de nostalgias ni nada de nada. Si me da la vena, cojo un fusil y me voy a la calle, y si me da la vena de marcharme, me voy a una isla desierta y que le den morcilla. Eran treinta y tantos años de mi vida”.
También Carmen Alcalde, la ex directora de Vindicación Feminista, estaba en casa cuando se enteró. Se puso en contacto con diversos medios de comunicación y siguió los acontecimientos. “Algunos compañeros me llamaron para aconsejarme que me marchara. Evidentemente, si el golpe hubiera triunfado, éramos muchos los que hubiéramos estado comprometidos. Había el peligro de las venganzas personales provocadas por bandas incontroladas. Me lo planteé muy seriamente, pero llegué a la determinación de que, de ninguna manera, me marchaba. Me subió una especie de patriotismo extraño de aguantar hasta lo que fuera necesario. Al cabo de tres horas, al ver el curso de los acontecimientos, me tranquilicé”.
1 comentario:
Era por la mañana y estábamos trabajando en la zona de maquetación de ediciones Z, que estaba entonces en la calle Potosí. Álvaro Nebot tenía el transistor encendido y nos obligaba a escuchar lo que él quería, la sesión del Congreso, que para algo era el jefe. Estábamos Chema Tello, un argentino grandote de quien no recuerdo el nombre, una mujer que era bajita y que tampoco me acuerdo del suyo, jodido alemán, y yo. Hacíamos la maquetación de Sal y Pimienta y la de Protagonistas, que eran dos separatas de Interviu.
Cuando escuchamos los tiros se produjo una alarma general y enorme revuelo, confirmada ante los comentarios susurrados por el comentarista. Casi de inmediato, entró en nuestra sala Javier Sáez, con unas tijeras en la mano, al grito de "¡Cortes de pelo a veinte duros!" Con dos cohones.
Luego cerramos y cada uno salió hacia donde quiso. Yo llamé a casa y comenté lo que pasaba con mi entonces mujer, a la que sugerí fuera preparando una maleta con lo justo. Me fui con José Luis, uno de la redacción, hacia la sede de CCOO, que estaba cerrada a cal y canto pero, en los bares de los alrededores, grupos de militantes se comenzaban a organizar como en los tiempos de la más cerrada clandestinidad. Nos unimos a ellos, aseguramos los contactos y las citas de seguridad y luego, más tranquilos, nos fuimos para Neptuno. No sé que haya habido ningun comentario acerca de aquella especie de larva de resistencia que se fraguó de inmediato, pero me ha hecho ilusión contarlo.
Un saludo,
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