14 de septiembre. Una ciega "venganza".
Tres días después del derribo de las dos Torres Gemelas y de parte del Pentágono, la actividad imperialista de USA no deja de crecer, y, con ella, el sentimiento de humillación que mueve a la venganza. Multitud de norteamericanos aprovecharon esos momentos para comprar armas a mansalva, empapelar la ciudad de banderas y alistarse en el Ejército, sostenidos por la arenga guerrera de un Bush que encontró la excusa perfecta para afianzarse. Pero, al mismo tiempo, no pocos americanos se manifestaron en contra de la guerra y de la ciega “venganza”.
“Esta respuesta americana –declaró entonces Elarry Legman-Miller, director local de Amigos de América–, no nos devolverá a quienes amamos, ni traerá justicia o seguridad, y puede incrementar la posibilidad de actos terroristas”. El Papa Pablo VI pidió a Washington que no cediera a “la tentación del odio” y Joschka Fischer, ministro de Asuntos Exteriores alemán, invitó a no caer en la trampa tendida por los extremistas y a evitar así “un choque de civilizaciones”. Pero, lejos de escucharle, el Gobierno de Bush anunció una larga guerra global contra varios países, comenzando por Afganistán, continuando con Irán y terminando con... Para calmar los ánimos, aseguró que no se trataba de ir contra el Islam, sino contra los grupos internacionales terroristas. Y buscó insistentemente la cabeza de Osama Bin Laden, presunto artífice de los atentados.
Si yo, en ese momento, hubiera sido americano, no me hubiera considerado herido en mi orgullo nacional ni hubiera apoyado esta ciega “venganza”. Claro que yo ni soy yanqui, ni sigo el ejemplo de Hommer Simpson, ni sirvo para líder, ni destaco en ningún campo. En periodismo, no he llegado jamás ni a acariciar ningún “pullicer”. Con la trompeta, me cuesta mantener un sonido limpio y transparente. En literatura, no he conseguido ningún reconocimiento, ni premio de fama, ni nombre alguno. Soy un producto de la clase media que lucha para no quedarse estancado en la mediocridad de esta vida gris. Al principio, intentaba seguir a mis viejos héroes que nada tenían que ver con los yanquies. Pero, a partir de los cincuenta, todos ellos se quedaron por el camino. Ser yo mismo, sin imitar a nadie, es ahora mi meta. E intento vivir de acuerdo con mi mentalidad, con un ideal trazado de acuerdo con mi conciencia. Aunque ni eso estoy seguro de conseguir.
Lo que sí tenía y sigo teniendo muy claro es que no pienso desperdiciar ni un solo día de mi vida en la búsqueda de una venganza premeditada que me dejaría en el mismo plano que los suicidas de las Torres Gemelas. Por esto estuve en desacuerdo con las declaraciones del entonces ministro español de Asuntos Exteriores, Josep Piqué (de 2000 a 2002) de que “cualquier acción de EEUU tendrá su justificación”. Si los EEUU querían combatir el terrorismo, debieran haberse asociado, como escribió Carlos Fuentes, con los que se esforzaron por “sancionar legalmente los crímenes de guerra y los abusos contra los derechos humanos”.
Pero ¿qué puede importarle a esa gran potencia militar la opinión de un conocido escritor mexicano y menos aún la un desconocido periodista español en paro? ¿Qué puñetas le interesaba entonces al Gobierno español, tan dispuesto a colaborar con el americano, estas opiniones de simples ciudadanos? Lo que realmente buscaba el presidente Aznar era identificarse con el prepotente Bush, o asentir con la cabeza, como hacía Piqué, ante cualquier proyecto o deseo del yanqui. Siempre me ha repugnado el papel del periodista sumiso y obediente, dispuesto a asentir con esas “fuerzas del bien” y a escribir todo lo que le ordenan los de arriba, sujeto a las exigencias de un patrón que ordena y paga, por lo general, mucho de lo primero y mal y poco de lo segundo. La diferencia entre los discípulos de Al Capone y nosotros no es tanta, si tenemos en cuenta que tampoco nuestro capo cree equivocarse y que hay que obedecerle ciegamente para poder ganarnos rutinariamente el pan de cada día.
1 comentario:
Si solo fuese una ciega venganza, pero es algo aun peor, una mentira descarada y concertada de la administracion Bush gracias a la cual gano un segundo mandado.
Nunca se perdonara a Bush por haber desperdiciado tantas vidas y tanto dinero en una invasion imperialista tan transparente. Sera recordado como el peor presidente de la union americana. Es inquietante constatar que las graves repercusiones de su incompetencia todavia no se han hecho sentir. Es con una ansiedad preocupante que la mayoria del pueblo americano espera el fin de este capitulo tan patetico de la historia americana.
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