5 de noviembre. Obama llega a la Casa Blanca. Bush se irá con sus desastres.
Barak Obama, primer presidente afroamericano.
Ilustración de Larissa Brown Marantz, de California.
En el epílogo de “The War Within”, su último libro sobre Bush, Woodward, periodista estrella del “Washington Post”, asegura que “durante años, una y otra vez, el presidente mostró impaciencia, arrogancia y una desconcertante certidumbre en sus decisiones. El resultado acabó siendo una falta de reflexión e impulsividad y, quizás más inquietante, una reacción tardía a la realidad y a los consejos de sus asesores”. Cuenta Woodward que Bush no sólo obedeció a su instinto, sino que siguió a rajatabla los consejos de Karl Rove, su mago electoral que dejó la Casa Blanca en agosto de 2007. Rove, su principal estratega y artífice de dos victorias en las urnas, le convenció de que la Historia sólo recordaba a los vencedores, independientemente de los errores que se cometieran en el camino. De ahí la obsesión por reivindicar una victoria en Irak.
Michael Moore, director de cine y escritor de libros, denunció y atacó muy duramente a Bush. En “Mike for president! La verdad y nada más que la verdad sobre la democracia yanqui”, Moore ofrece 35 razones para procesar a Bush y su camerilla cuando dejen definitivamente la presidencia. Todo eso y más rondaba por mi cabeza cuando ayer noche, tuve que elegir entre seguir los resultados electorales norteamericanos en la pantalla de la televisíón, o dejarme avasallar por el sueño y elegir la cama. Pero los resultados los ofrecerían al día siguiente con toda clase de detalles. Así que decidí acostarme.
Ilustración de Larissa Brown Marantz, de California.
Bush, el 43º presidente norteamericano, un republicano que empezó su mandato con el peor ataque terrorista perpetrado en Estados Unidos, deja ocho años más tarde a su sucesor, el demócrata Barack Okama, una herencia con la mayor crisis económica desde la Gran Depresión. Tras los atentados del 11-S, Bush desperdició el poco apoyo que los EEUU gozaban en el resto del mundo, con una guerra innecesaria. Y hundió su reputación internacional, al justificar la tortura. La guerra de Irak, con más de 4.000 estadounidenses muertos, costó 700.000 millones de dólares y podría llegar, según algunas estimaciones, a los 3.000. En el diario “The National Journal”, el periodista Jonathan Rauch resumía hace poco en una lista “Los desastres atribuibles a Bush”: Armas de destrucción masiva, Guantánamo, Abu Graib, tortura, escuchas telefónicas, Osama, antiamericanismo, déficits, gastos, Katrina, Rumsfeld, Cheney, Gonzales. “La imagen de George W. Bush –dice Rauch– parece tan destructiva como la de Richard Nixon, un presidente cuyos errores y maldades no se corrigieron hasta décadas más tarde”.
En el epílogo de “The War Within”, su último libro sobre Bush, Woodward, periodista estrella del “Washington Post”, asegura que “durante años, una y otra vez, el presidente mostró impaciencia, arrogancia y una desconcertante certidumbre en sus decisiones. El resultado acabó siendo una falta de reflexión e impulsividad y, quizás más inquietante, una reacción tardía a la realidad y a los consejos de sus asesores”. Cuenta Woodward que Bush no sólo obedeció a su instinto, sino que siguió a rajatabla los consejos de Karl Rove, su mago electoral que dejó la Casa Blanca en agosto de 2007. Rove, su principal estratega y artífice de dos victorias en las urnas, le convenció de que la Historia sólo recordaba a los vencedores, independientemente de los errores que se cometieran en el camino. De ahí la obsesión por reivindicar una victoria en Irak.
Michael Moore, director de cine y escritor de libros, denunció y atacó muy duramente a Bush. En “Mike for president! La verdad y nada más que la verdad sobre la democracia yanqui”, Moore ofrece 35 razones para procesar a Bush y su camerilla cuando dejen definitivamente la presidencia. Todo eso y más rondaba por mi cabeza cuando ayer noche, tuve que elegir entre seguir los resultados electorales norteamericanos en la pantalla de la televisíón, o dejarme avasallar por el sueño y elegir la cama. Pero los resultados los ofrecerían al día siguiente con toda clase de detalles. Así que decidí acostarme.
Hoy, nada más despertarme, he acudido a mi ordenador para enterarme de lo sucedido en esta noche electoral. Y me alegré cuando leí los primeros titulares: Obama, un joven progresista de 47 años, descendiente de africanos, llegó a la Casa Blanca, desbancando a McCaine, representante de lo viejo y de los “wasp people” (blancos, anglosajones y protestantes), quien fue felicitado por su contrincante. Obama venció en Pensilvania, Nuevo México, Ohío. Florida… estados en los que McCaine pensaba ganar. Muy pronto, el 20 de enero próximo Obama será investido en la Casa Blanca. Y Bush se irá para siempre. ¡Aleluya!
3 comentarios:
Me temo que los desastres están ahí y perduran en el tiempo. Esperemos que Obama sea un arreglador de desastres y que no cause otros, y más importante aún: que no le falte petroleo. chiflos.
Anda, Santiago, cambia este titular que la fecha para el recuerdo es el 5, pero de noviembre.
Un abrazo
Gracias, Antonio, por advertirme de la fecha, que ya actualicé. Llevo arrastrando un despiste que a veces me juega malas pasadas. Otro abrazo.
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