No se fía.
El ministro del Interior en funciones, Jorge Fernández Díaz, durante una comparecencia.
Juan José Millás, en su
columna de El País del pasado día 22, recuerda la condición del ministro de
Interior más derechista que ha existido. “Lo mismo –escribe– te inventa una
cuenta corriente en Andorra que te relaciona con la mafia china, todo al
servicio del orden y de la civilización cristiana, de la que es un fanático. Recomendaba
Borges elegir bien a los enemigos porque tarde o temprano, decía, acababa uno
pareciéndose a ellos. El ministro del Interior, que tanto detesta los regímenes
comunistas, ha acabado pareciéndose a uno de aquellos sórdidos comisarios
políticos de la Alemania del Este retratados en la oscarizada La vida de los
otros. En efecto, no es difícil imaginarlo en una habitación desnuda, con los
cascos puestos, escuchando las conversaciones de sus adversarios políticos, y,
quizá, ya por puro vicio, las de usted o las mías. Nadie, con este servidor
estalinista de la ley, está a salvo de que lo metan en un lío ficticio de
consecuencias fatales. Lo mismo te inventa una cuenta corriente en Andorra que
te relaciona con la mafia china, todo al servicio del orden y de la
civilización cristiana, de la que es un fanático. En su delirio místico, ha
atribuido a la Virgen de los Dolores méritos policiales merecedores de una
condecoración”.
Millás recuerda que al
ministro del Interior tenemos que agradecerle, sin embargo, la confirmación de
aquella máxima camusiana según la cual a partir de cierta edad cada uno es
responsable de su rostro. “A él, y también a Martínez Pujalte, cuya carota, que
se deshacía con frecuencia en risotadas ostentóreas (cortesía de Gil y Gil),
nos hacía temer lo que ahora sabemos. Los rostros de Martínez Pujalte y de
Fernández Díaz remiten a las versiones de los payasos triste y alegre de los
circos, que tanto miedo dan a los niños y a los mayores con sensibilidad. Si la
seriedad moral del ministro, amante de filtrar a la prensa delitos falsos, nos
pone los pelos de punta, el recuerdo de las carcajadas de Pujalte nos eriza la
piel. Fernández Díaz cree en Dios, pero trabaja mucho porque, como Erdogan, no
se fía de él”.
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