“Manual para hacer el ridículo”
Mazazo a la justicia española.
Juan Carlos Escudier escribe en
Público lo que tres jueces alemanes han demostrado, que la ley ha de ser el
cauce sobre el que discurren los hechos, y que, modificarlos a capricho,
arruina cualquier expectativa de justicia. “Lo que ha dictaminado la Audiencia
Territorial de Schleswig-Golstein al declarar inadmisible el delito de rebelión
por el que el Tribunal Supremo pedía la extradición de Puigdemont es la
aplicación práctica de aquella memorable frase de Rajoy según la cual un plato
es un plato y un vaso es un vaso. Así, la violencia es violencia, pero sólo
cuando se produce y no cuando se supone, cuando es una realidad y no una
conjetura, cuando puede constatarse y no solo imaginarse en una larga noche de
insomnio.
“Durante meses se han aplaudido
decisiones incomprensibles que han pasado por encima del Código Penal y del
sentido común, y que han diseñado una Justicia a la carta incompatible con la
esencia misma de la democracia. Como se ha dicho aquí en alguna ocasión no sólo
se ha destripado a Montesquieu, que el pobre ya estaba habituado al
ensañamiento, sino que además se ha resucitado a Kafka. Fruto de este delirio,
se han llegado a impugnar actos que no se habían producido, como la eventual
investidura de Puigdemont, obligando al Tribunal Constitucional a un
malabarismo circense para que ninguna pelotita cayera al suelo. Y se ha
permitido que un magistrado del Tribunal Supremo se arrogara poderes
excepcionales que han dejado en sus manos no sólo prolongar la prisión
preventiva de unos encausados con criterios hartamente discutibles sino también
la supuesta defensa del orden legal que rige la actividad de un Parlamento
legalmente constituido. Resolver quién puede o no delegar el voto, forzar –o
intentarlo hasta conseguirlo- la renuncia al escaño de exconsellers y
diputados, y decidir por la vía de los hechos quién debía o no ocupar la
presidencia de la Generalitat sugieren extralimitaciones palmarias de su mera
función jurisdiccional.
“De la Justicia, reconvertida en
Derecho preventivo, se ha pasado a la estratagema, a Maquiavelo. Ello determinó
primero la retirada de la orden europea de detención contra Puigdemont cuando
se refugió en Bruselas, ante la certeza de que la Justicia belga no aceptaría
su entrega por los delitos que se le acusa en España; luego la renuncia a
plantearla en Dinamarca con el argumento surrealista de que pretendía ser
detenido y lo inteligente era que no se saliera con la suya. Finalmente, se
forzó su salida apresurada de Finlandia para poder apresarle en Alemania, en la
confianza de que allí sí se comprenderían las razones de Estado y los jueces
germanos aceptarían pulpo como animal de compañía. (…)
“Lo que ha puesto de manifiesto
la decisión de los magistrados alemanes y de sus colegas belgas es que el
pretendido armazón jurídico que sustentaba la causa contra el procés era poco
menos que una excentricidad que no resiste la prueba del algodón de la Justicia
europea, que no tiene parangón en ningún ordenamiento jurídico serio y que
provocará más de un sonrojo cuando el asunto llegue al Tribunal Europeo de
Derechos Humanos y sentencie que se han vulnerado derechos políticos y
presunciones de inocencia de quienes aún no han sido condenados y a los que
preventivamente se ha inhabilitado. Se llegue así a la paradoja de que el
supuesto cabecilla del ‘golpe de Estado’ sólo podrá –y está por ver– ser
juzgado por malversación y los presuntos cooperadores, necesarios o no, tendrán
que enfrentarse a cargos muchos más graves. De ahí que esas lúcidas y togadas
mentes del Supremo estudien ya cómo convertir la malversación en malversación
agravada para elevar así la pena o, en su defecto, volver a retirar la
euroorden de detención para que el ridículo sea ya planetario.
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