miércoles, 24 de octubre de 2018

Violonchelista ruso, sin pierna y sin empleo, tocando en la vía pública.





“Con su silla de ruedas y una pierna amputada se instala en una de las esquinas más concurridas de A Coruña, desenfunda su instrumento y empieza a tocar. Asoman las suites para chelo de Bach, el My Way de Frank Sinatra... Y la calle Real cobra vida. Una vecina se acerca: “¿Dónde se había metido usted? Lleva tres días sin venir por aquí y esto está más alegre cuando viene a visitarnos. Vladimir von Litvikh (San Petersburgo, 1967, y de origen alemán) sonríe y sigue tocando. En realidad, no puede dejar de hacerlo. Toca para sobrevivir”, para remontar ‘un bache del destino’. Y, por ahora, solo dispone de la calle”.

Lo cuenta con todo detalle Alfonso Andrade en La Voz de Galicia.  El músico al que se refiere estuvo en el nacimiento de la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG), en 1992. A las pruebas de audición llegó con el concierto de Dvorák. Y se mantuvo 26 años en la Orquesta, hasta que el pasado febrero se quedó en la calle, sin pierna y con un problema circulatorio. “A partir de ese momento -resume Litvikh- tenía dos alternativas, o me encerraba en casa y enfermaba hasta morir o encontraba una salida digna”. El violonchelo fue la herramienta que le permitió volver a sentirse persona, porque “un músico está muerto cuando no tiene a nadie que lo escuche”, sentencia. “La música que sale de mi violonchelo entre las piedras de esta preciosa ciudad es ahora el grito de mi alma, necesito seguir tocando donde sea y sobrevivir moralmente”, proclama, orgulloso. “En una situación como la mía -reflexiona mientras deja en el aire los primeros compases de una sonata de Brahms- es fácil venirse abajo. Pero he decidido que eso no me interesa, hay que ser fuerte y continuar. La vida da muchas vueltas”.

Luego, siguieron otras cinco operaciones y la pérdida de un músculo “que no me debían haber quitado -dice-, porque ahora tengo muy difícil mover una prótesis”, y teme verse abocado a la silla de por vida. El Estado le concedió una incapacidad permanente (él reclamaba la absoluta) que le impedía seguir tocando en la orquesta. En la valoración de la minusvalía por el tribunal médico le concedieron “solo un 55 % porque atendieron a tres diagnósticos de los 18 que me hicieron”, por lo que recibe cada mes una “pequeña” cantidad que no le da para vivir. Repite que él no tiene la culpa de todo esto, “pero sí la Administración, tal y como está la normativa. Ahora mis ingresos han bajado considerablemente, más de mil euros cada mes”. En una jornada puede conseguir unos quince euros en monedas, pero tres ya se me van en el párking, y siete u ocho en gasolina (vive en Abegondo, a 30 kilómetros). Pero la razón de su presencia en la calle no es solo económica, sino también existencial: la necesidad de salir a flote. “La sonrisa de un niño cuando me escucha hace que todo esto valga la pena”, valora este profesional, obligado actuar en la calle.

Con 74 años y sin la pierna, perdió uno de los cuatro apoyos que necesita un violonchelista: “Me limita entre un 30 y un 35 %, y, en algunos registros, necesito corregir la postura con trucos. Es evidente que sería complicado volver a formar parte de una orquesta tan fantástica como la OSG. Mis antiguos compañeros, entre los que hay personas maravillosas, se paran a oírme tocar. También Andrés Lacasa, gerente de la Sinfónica, me saluda con educación y se queda a charlar... Aunque hay quien hace como si no me conociese”, lamenta, dolido. Lo irónico de este caso excepcional es que la música se cierra para los profesionales cualificados como él.  Podría trabajar como profesor, pero no es fácil, y casi imposible para extranjeros, incluso hablando ruso o alemán, a los que lo primero que les pide la Administración es dominar el gallego. Por esto Vladimir von Litvikh se limita a dar clases particulares y a tocar por la calle.

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