miércoles, 20 de febrero de 2019

El alcalde francés que refugia a migrantes.


La mayoría de los migrantes solo se queda unos días y luego sigue su camino, de acuerdo con el alcalde.

Los migrantes comiendo en un refugio de Bayona, a unos 35 kilómetros de la frontera con España.

Más de 57.000 emigrantes procedentes de África entran cada año a España como primer paso para pasar a Francia, Italia o a cualquier otro país europeo. Para ello, muchos pasan por Bayona. Esta ciudad tranquila del País Vasco francés da refugio a emigrantes, pese a que el gobierno francés lo desaprueba. Su alcalde Jean-René Etchegaray, cree que es una cuestión de urgencia y obligación humanitaria. Pese que Italia prácticamente cerró sus fronteras a los inmigrantes y Francia, a su vez, intenta obstruir el paso a los migrantes provenientes de territorio italiano. Etchegaray considera razonable su postura, enfrentándose con el gobierno del presidente Emmanuel Macron. No es que el alcalde Etchegaray quiera que los jóvenes migrantes –en su mayoría provenientes de países francoparlantes de África occidental como Guinea, Mali y Costa de Marfil– se queden para siempre en Bayona. Tampoco quiere que estén acampando en sus calles. Sin embargo, mientras estén en su ciudad, quiere que vivan en “condiciones dignas”. Y se justifica diciendo que “es lo menos que puedo hacer”.

Para ello, Etchegaray requisó un viejo cuartel militar que estaba cerca de la estación de tren, metió catres, mandó traer alimentos preparados y se encargó de que hubiera calefacción. “Es un buen hombre”, lo llama uno de sus huéspedes temporales, Abdul Sylla, guineano de 29 años. “Es cercano a la gente”. Así lo contaba Adam Nossiter el pasado jueves en  The New York Times. Es “absolutamente imposible” que el Estado “ayude en lo más mínimo” al albergue establecido por Etchegaray, declaraba en enero Gilbert Payet, hasta hace poco representante regional del Ministerio del Interior. Pero lo dicho por Payet no desconcertó al alcalde. “Vi que las fronteras se cerraban y, en lo que a mí concierne, hay ciertos derechos fundamentales que no pueden ser pisoteados”, explica Etchegaray. Y menciona el legado de Bayona como refugio de los judíos que huían de la Santa Inquisición y como el lugar de nacimiento del jurista judío René Cassin, quien ayudó a redactar la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Lamentables son las ambigüedades de Macron cuando se trata de la inmigración. Enaltece las tradiciones humanitarias de Francia, pero su gobierno no permite el ingreso de barcos migrantes, somete a juicio a los defensores de los derechos de los inmigrantes y alardea sobre la cantidad que han sido expulsados o rechazados en sus fronteras. Pese a ello, el alcalde Etchegaray no se detiene: reparte cobijas, pregunta a los inmigrantes cómo están y financia el centro con fondos del presupuesto de los varios poblados que administra. Le critican que vaya a provocar otro Calai, en referencia a los campamentos miserables en el norte de Francia —que ya fueron demolidos— donde miles de inmigrantes esperaban, en medio del frío, el lodo y la penuria, para intentar llegar a Inglaterra. Pero Etchegaray niega ser “un loco radical”, y añade y menciona que la mayoría de los inmigrantes solo se quedan unos días y luego siguen su camino.

El alcalde movió al frente del albergue una parada de autobús que ofrece servicios de transporte a bajo costo para facilitar que los inmigrantes la usaran para irse. Y le declaró la guerra a la compañía de autobuses porque los conductores estaban exigiendo que los africanos mostraran documentos oficiales de identificación, lo cual es ilegal. “Ese alcalde ya se peleó con el prefecto y también de manera muy pública con el ministro del Interior”, sostiene Maïté Etcheverry, la voluntaria encargada del albergue “Es algo extraordinario”.

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