El alcalde francés que refugia a migrantes.
La mayoría de los migrantes solo se queda unos días y
luego sigue su camino, de acuerdo con el alcalde.
Los migrantes comiendo en un refugio de Bayona, a unos
35 kilómetros de la frontera con España.
Más de 57.000 emigrantes
procedentes de África entran cada año a España como primer paso para pasar a
Francia, Italia o a cualquier otro país europeo. Para ello, muchos pasan por Bayona.
Esta ciudad tranquila del País Vasco francés da refugio a emigrantes, pese a
que el gobierno francés lo desaprueba. Su alcalde Jean-René Etchegaray, cree
que es una cuestión de urgencia y obligación humanitaria. Pese que Italia
prácticamente cerró sus fronteras a los inmigrantes y Francia, a su vez,
intenta obstruir el paso a los migrantes provenientes de territorio italiano.
Etchegaray considera razonable su postura, enfrentándose con el gobierno del
presidente Emmanuel Macron. No es que el alcalde Etchegaray quiera que los
jóvenes migrantes –en su mayoría provenientes de países francoparlantes de
África occidental como Guinea, Mali y Costa de Marfil– se queden para siempre
en Bayona. Tampoco quiere que estén acampando en sus calles. Sin embargo,
mientras estén en su ciudad, quiere que vivan en “condiciones dignas”. Y se
justifica diciendo que “es lo menos que puedo hacer”.
Para ello, Etchegaray requisó
un viejo cuartel militar que estaba cerca de la estación de tren, metió catres,
mandó traer alimentos preparados y se encargó de que hubiera calefacción. “Es un
buen hombre”, lo llama uno de sus huéspedes temporales, Abdul Sylla, guineano
de 29 años. “Es cercano a la gente”. Así lo contaba Adam Nossiter el pasado
jueves en The New York Times. Es
“absolutamente imposible” que el Estado “ayude en lo más mínimo” al albergue
establecido por Etchegaray, declaraba en enero Gilbert Payet, hasta hace poco
representante regional del Ministerio del Interior. Pero lo dicho por Payet no
desconcertó al alcalde. “Vi que las fronteras se cerraban y, en lo que a mí
concierne, hay ciertos derechos fundamentales que no pueden ser pisoteados”,
explica Etchegaray. Y menciona el legado de Bayona como refugio de los judíos
que huían de la Santa Inquisición y como el lugar de nacimiento del jurista
judío René Cassin, quien ayudó a redactar la Declaración Universal de los
Derechos Humanos.
Lamentables son las
ambigüedades de Macron cuando se trata de la inmigración. Enaltece las
tradiciones humanitarias de Francia, pero su gobierno no permite el ingreso de
barcos migrantes, somete a juicio a los defensores de los derechos de los
inmigrantes y alardea sobre la cantidad que han sido expulsados o rechazados en
sus fronteras. Pese a ello, el alcalde Etchegaray no se detiene: reparte
cobijas, pregunta a los inmigrantes cómo están y financia el centro con fondos
del presupuesto de los varios poblados que administra. Le critican que vaya a
provocar otro Calai, en referencia a los campamentos miserables en el norte de
Francia —que ya fueron demolidos— donde miles de inmigrantes esperaban, en
medio del frío, el lodo y la penuria, para intentar llegar a Inglaterra. Pero Etchegaray
niega ser “un loco radical”, y añade y menciona que la mayoría de los
inmigrantes solo se quedan unos días y luego siguen su camino.
El alcalde movió al
frente del albergue una parada de autobús que ofrece servicios de transporte a
bajo costo para facilitar que los inmigrantes la usaran para irse. Y le declaró
la guerra a la compañía de autobuses porque los conductores estaban exigiendo
que los africanos mostraran documentos oficiales de identificación, lo cual es
ilegal. “Ese alcalde ya se peleó con el prefecto y también de manera muy
pública con el ministro del Interior”, sostiene Maïté Etcheverry, la voluntaria
encargada del albergue “Es algo extraordinario”.
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