Me hago vieja…
No sé. Pero me acuerdo
perfectamente de la receta de los chongos zamoranos que me dio la tía Chona en
1982. Eso sí lo tengo clarito. Pero, hora tengo manías, sí. De esas que se
heredan con la edad y el derecho a que nadie te juzgue. Guardo frascos como si
fuera a montar una botica. Tengo uno para botones, otro para galletas (vacío,
obvio), uno para hilos que ya ni uso, pero que ahí están “por si un día se
ofrece coserle el alma a alguien”.
Me regreso tres veces a
ver si apagué el gas.
—¿Ya lo apagué?
—Sí, Milka, lo viste hace
diez segundos.
—Pero no me acuerdo si lo
sentí.
Porque no es lo mismo ver
que sentir.
Entonces regreso y lo
abrazo con la mano. Y de paso le digo:
—No me vayas a
traicionar, condenado.
Busco los lentes y los
traigo puestos. Me hablo sola con una autoridad que ni cuando era mamá
primeriza. Me doy órdenes, me regaño, me río, me contesto. Y, cuando me canso…
me hago un café y me olvido del motivo por el que me levanté…
¿Dónde están las
tapaderas?
Creo que en esta casa hay
un agujero negro donde se escapan los calcetines, las tapaderas y la paciencia.
Pero no me molesta. Al contrario. Estas manías me salvan. Son los rituales de
una mujer que ya no tiene prisa, que se sienta a recordar mientras revuelve la
olla. Que olvida nombres, pero no las emociones. Que pierde cosas, pero no el
estilo. Y si eso es estar vieja… pues vieja y feliz.
Vieja con agenda, con
frascos, con risas a destiempo y con libertad de mandar al diablo lo que no me
gusta. No es que una esté perdiendo la cabeza, no. Lo que pasa es que la cabeza
ahora guarda lo esencial: las canciones que me gustan, las caras que amo, los
aromas de infancia. Y lo demás… pues se va colando entre tazas, frascos y
olvidos simpáticos.
Y si eso es hacerse
vieja… ¡pues qué delicia! Porque no hay nada más sabroso que tener manías con
historia y olvidos con estilo.
(Milka MagTorre)
No hay comentarios:
Publicar un comentario