jueves, 2 de febrero de 2012

Cameron despide a su gato por arañar sus muebles.




El despido de Larry. Larry, esperando a ser recibido de nuevo en el 10 de Downing Street.




Dicen que no corren los buenos tiempos ni para los mininos. Que se lo pregunten sino, al bueno de Larry, el gato del número 10 de Downing Street, residencia del primer ministro británico. Dicen que, en la sede del jefe del Gobierno, había “un problema de ratones” y que hacía falta un gato en escena, recogido de la calle, para poner fin a las andanzas de los terribles roedores. De esta manera, el minino de tal vivienda se convirtió en un perfecto cazador de ratones y era mostrado con orgullo por David Cameron, el político conservador británico, como la mascota oficial de la casa. Su fama y su instinto ratonero hicieron de Larry el orgullo de aquella familia, que se dejaba fotografiar con él en presenvcia de ilustres invitados.

Pero, pasado cierto tiempo, el noviembre pasado, la residencia del primer ministro británico comenzó a sospechar de su gato, al dejar de cazar ratones como antes. La actitud de Larry dejaba bastante que desear, sesteando como un beodo a la bebida. Y su falta de rendimiento en tiempos de crisis puso al gato en el disparadero. Porque las 64.000 libras del erario público gastadas por Cameron para cambiar el mobiliario, se veían amenazadas por las uñas de Larry quien, en lugar de seguir su batalla con los roedores, prefería ensartarse con los muebles por instinto, no por mala costumbre ni aversión. Así que, una vez comprobado que aquel gato no tenía ninguna razón de seguir en casa del primer ministro, fue despedido sin contemplaciones, pensando que quizá lo que necesitaba Cameron era un perro que guardara los muebles y no un gato holgazán que le destrozaba los muebles.

El primer ministro británico pensó lo mismo que me ocurrió a mí con mis gatos cuando comenzaron a arañar mi colección de discos de los años 60, 70, 80, que conservaba en la parte baja de una librería como una reliquia. Comencé a tener broncas con mi mujer que se opuso a mi “absurda” decisión de despedir a todos los mininos que nos alegraban la vida, pero que también me la hacían imposible. Y me puso entre la espada y la pared. “O ellos se quedan en casa –me dijo muy seriamente–, o yo me largo”. Tuve que elegir entre ella y los gatos o despedir a los mininos y cortar mi relación con ella. Y tuve que ceder. Hoy, afortunadamente, los guardo aún todos –me refiero a los discos–, unos dos centenares con las tapas arañadas por ellos –mis gatos–, optando por cambiarlos a un lugar más alto –los discos, por supuesto–. Y no me arrepiento de ello. Prefiero conservar mi colección de vinilo aunque, con los arañazos, hayan devaluado su perfecta presentación, habiendo abandonado mi reacción contra ellos –me refiero a los gatos–, que hoy considero, junto a mis perros, imprescindibles animales de compañía. Porque la vida de un minino vale tanto o más que el estado de la tapa de los discos o los muebles, cosa imposible de comprender por Cameron, ni por ninguno de los gobernantes de este asqueroso mundo en el que cuidan y miman sus cosas pero desprecian, despiden y amenazan a cuantos se oponen a su intocable bienestar personal.

2 comentarios:

Pep Roig dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pep Roig dijo...

Cameron