14 de octubre. Rajoy ante el "coñazo" del desfile.
La imagen de Mariano Rajoy ante el desfile del domingo pasado no puede ser más curiosa. Cariacontecido y apesadumbrado por haber criticado y despotricado horas antes, en una conversación con su lugarteniente, Javier Arenas, en A Coruña, contra el “coñazo de desfile”, el jefe de la oposición aguantó la parada militar sin decir ni pío ni emitir la menor queja.
Rajoy llegó a la plaza de Colón con su esposa, Elvira Fernández. Se sentó en primera fila, no lejos de José Antonio Alonso y Soraya Sáenz de Santamaría, los portavoces de PSOE y PP. Seguramente recordaría aquel vídeo institucional en el que advertía, unos años antes, de la trascendencia de la celebración. Y se alegró de no recibir ninguna pitada, al contrario de Zapatero, ni ningún abucheo como el que se llevó la ministra del Ejército, Carmen Chacón. Pero parecía dispuesto a tragarse la frase vejatoria pronunciada horas antes. Porque había sido él, Mariano Rajoy, presidente del PP, quien, en vísperas del desfile, en un alarde de sinceridad y ante un micrófono que él creía cerrado, había arremetido contra el “coñazo de desfile”, diciendo por primera vez y con total desparpajo una verdad como un templo.
Ese día Rajoy se sentía huidizo, incómodo, arrepentido del fallo de haberse sincerado con la plebe. Pero había que aguantar el papelón. Como había dicho Esteban González Pons, vicesecretario de Comunicación del PP: “Suficiente tendrá Rajoy con ir al desfile y pasar toda la mañana”. Para él lo del “coñazo” había sido “un desafortunado desliz”. No tan grave como la “imprudente descortesía” de Zapatero, quien, cinco años antes, cuando militaba en el bando de la oposición, había plantado a la bandera de EEUU. Y, sin mencionar el desliz con nadie, como si éste no fuera con él, Rajoy se convirtió en el objetivo de alguna cámara de prensa. “Fue una mala pata que los micrófonos estuvieran abiertos”, justificaba González Pons, quien entendía que sus palabras habían molestado a mucha gente, pero “es una anécdota de la que no hay que sacar demasiadas consecuencias”.
El mismo Rajoy mandó un comunicado, lamentando profundamente lo sucedido. Y su responsable de comunicación se mostró "convencido" de que el líder del PP "no se refería ni a las Fuerzas Armadas, ni a las insignias nacionales" sino que hizo este comentario “como padre de familia, al tener que levantarse a pasar frío y con lluvia, en vez de quedarse con su familia”.
Uno no sabe exactamente qué era lo que Rajoy lamentaba. Si eran las palabras pronunciadas ante un micrófono que no se cortó o el hecho de haberlo pensado y dicho tan sinceramente. En todo caso, ese “coñazo de desfile” a mí me pareció una verdad mantenida por primera vez por un miembro del PP y salida de lo más profundo de un político. Lástima que no siempre los gerifaltes de los partidos no hablen con tanta sinceridad y convicción. De ser así, tal vez llegaría antes a unos electores que todavía desconfían de ellos.
2 comentarios:
Coincido contigo Santiago en que los políticos deberían hacer un ejercicio de honestidad verbal. A mí no me molesta que Rajoy haya dicho que el desfile era un coñazo, sino que después se haya disculpado, porque pone de manifiesto el "doble discurso" de toda la clase política. Esto me recuerda a aquellos padres que pretenden educar a sus hijos diciéndoles: "Haz lo que te digo y no lo que yo hago".
Antonio
Rajoy es un señor hierático, casi rigido en su apostura y algo Brithis. Más aún con gabardina. Y no es extraño ya que Pontevedra le queda cerca. El tono de su oratoria y la propia voz recuerdan las arengas de Peter Ustinov -doblado al castellano- en las antiguas pelis de romanos. Necesita transmitir publicamente que sabe ser flexible y bajar la guardia. Ahora nos ha ofrecido algo de su privacidad dialectal, después -quizá en otro desliz- nos presente a su encantadora y bella esposa, aún sólo vislumbrada, para así acabar con el concepto de derechona cavernicola adjudicado a los de su grupo, y mostrar que es un socialdemocrata tranquilo. Ya tiene tarea. chiflos.
Publicar un comentario