Francia: los “gilets jaunes”, casi medio siglo después de Mayo del 68…
Los
“chalecos amarillos” de Marsella, con una pancarta que llama a la “Revolución”.
Más de mil “chalecos
amarillos” fueron detenidos en París el cuarto fin de semana de protestas
contra el presidente galo, Emmanuel Macron. El quinto sábado consecutivo, pese
a las concesiones del presidente Macron, sumaron 59, cuando hubo 8.000 agentes
apoyados por camiones con mangueras de agua a presión e incluso de blindados de
la Gendarmería para desmontar barricadas. Este fenómeno político-social no es
nuevo en Francia, en donde, hace casi medio siglo el Mayo del 68 hacía saltar
por los aires la mayor revuelta estudiantil y la mayor huelga general de la
historia de Francia. Hoy, el contexto de las protestas sociales actuales cambia,
pero el fondo, sigue siendo el mismo: Francia protestó entonces contra el
general De Gaulle y hoy lo hace rebelándose contra el orden establecido de E.
Macron. En este caso actual, Macron, tras un mes de protestas por toda Francia,
se doblegó, al fin, el pasado lunes, ante los “chalecos amarillos”. Y terminó
pidiendo perdón, subiendo el salario mínimo, retirando impuestos y mejorando
las pensiones. En este año y medio, reconoció, “no he sabido dar una respuesta
rápida. Y asumo mi responsabilidad”. Pero ¿son suficientes estas medidas? ¿Y llegaron el presidente Macron, como el
general De Gaulle, demasiado tarde?
“Chalecos amarillos”, protestando frente
al Arco de Triunfo, el sábado 1 de diciembre.
Más de un millar de
personas fueron detenidas durante las horas previas a la concentración del
movimiento “gilets jaunes·, el 8 de diciembre, en los Campos Elíseos de París.
Sucedía en el cuarto fin de semana consecutivo de protestas, tras la orden del
Gobierno francés de “blindar” la capital francesa ante posibles disturbios,
como sucediera las anteriores de las semanas. El presidente Emmanuel Macron proponía
y empujaba una serie de medidas. Los precios del gasóleo o diésel en Francia habían
aumentado un 16%, en 2018, debido al incremento de los impuestos de gasolina y
diésel en el mismo período, y se esperaba un mayor aumento de impuestos para el
año 2019. Macron quiso continuar con las políticas implementadas por el
gobierno del socialista François Hollande, y se encontró con las protestas de
los “chalecos amarillos”, un movimiento social iniciado en noviembre pasado,
que usa los chalecos reflectantes típicos para los conductores. Apoyados por una
mayoría de franceses, los manifestantes bloquearon carreteras, provocaron el
caos y congestiones en distintas arterias viales. Fue el inicio de la debacle
del gobierno de Macron. Se dijo que al menos el 70% de los franceses estaban de
acuerdo con las reivindicaciones de los “chalecos amarillos”. Además, este
movimiento se desarrolló sin mediación de ningún partido político ni
organización sindical y, sin embargo, fue capaz de poner en jaque a un Gobierno
que, a pesar de haber contado con todo el apoyo electoral posible hace dos
años, podría llegar a tener que convocar elecciones anticipadas por haber
perdido todo su capital político en esos mismos años. El silencio y el miedo, parecía
haberse apoderado de Macron, que vio cómo dirigentes internacionales como Trump
o Erdogan se burlaban del deterioro de la popularidad del presidente francés.
Inicio de las protestas en París, el pasado sábado.
“Celine, de 41 años
-escribía la semana pasada Angelique Chrisafis, en The Guardian- es una de las
personas junto a una barricada hecha de neumáticos y palés de madera en un
pueblo al norte de Toulouse. Tras ella, arde una hoguera y ondean banderas francesas
junto a pancartas pidiendo la dimisión de Emmanuel Macron. ‘Estoy preparada
para pasar la Navidad protestando en esta rotonda junto a mis hijos, no vamos a
dar marcha atrás y no tenemos nada que perder’, dice esta votante de Macron en
las últimas. ‘Daba buenos discursos y la verdad es que yo me creía sus promesas
de cambiar Francia, pero ya no’. Céline trabaja como asistente de clase para
niños con necesidades especiales y gana 800 euros al mes. No le alcanza para el
alquiler así que vive junto a sus cuatro hijos en la casa de un pariente en un
barrio periférico de Toulouse, al suroeste de Francia. ‘Lo primero que hizo
Macron en el Gobierno fue recortar el impuesto a la riqueza para los súper
ricos, a la vez que recortó los subsidios para vivienda de los pobres’, dice.
‘Es una grave injusticia; todo el país se ha alzado para protestar’. Hay
albañiles, enfermeras y empleados de la industria de la aviación local entre
las veinte personas que protestan en la barricada de esta rotonda. Llevan
puestos los muy visibles chalecos amarillos que han caracterizado la reciente
ola de manifestaciones en Francia. Los conductores de los camiones y los coches
que pasan hacen sonar el claxon en señal de apoyo, se asoman por las ventanas,
y gritan: ‘¡No se rindan!’. En noviembre, una protesta ciudadana de base
comenzó como una rebelión espontánea contra el aumento de los impuestos al
combustible y se ha transformado en un movimiento más amplio en contra del
Gobierno y de Macron. Es la mayor crisis vivida hasta ahora por el joven
presidente. Los manifestantes lo tildan de monarca arrogante y le acusan de
presentarse en el extranjero como un héroe progresista capaz de frenar la marea
del nacionalismo cuando, en su país, es percibido como otro miembro de la
distante élite política que alimenta la desconfianza y empuja a la gente hacia
el populismo”.
“Chalecos amarillos” ante una pintada que
reza “No renunciamos a nada” durante una protesta en Cissac-Medoc, Francia.
El sábado 1 de diciembre
París sufrió sus peores disturbios callejeros en décadas, con batallas contra
la policía y coches incendiados por elementos marginales de unas protestas que,
por lo general, han sido pacíficas. Las atracciones turísticas y los museos de
la ciudad tuvieron que cerrar ese día, con advertencias del Gobierno por la
posibilidad de miles de alborotadores en la capital capaces de “golpear” o
incluso de “matar”. Pese a todo, los “chalecos amarillos” volvieron a protestar
en los pueblos y ciudades del país los fines de semanas siguientes. El primer
fin de semana de diciembre, incendiaron las oficinas del gobierno local en la
pequeña ciudad central de Puy-en-Velay. En Toulouse, las batallas con la policía
antidisturbios dejaron varios heridos, y en el sur de Francia, incendiaron y
destrozaron las cabinas de peaje de las autopistas. La policía antidisturbios
disparó gases lacrimógenos contra las manifestaciones que los estudiantes de
secundaria organizaron contra las reformas universitarias y escolares. El
vestíbulo de una escuela secundaria de Blagnac, a las afueras de Toulouse,
quedó destruido por el fuego. Un transportista de unos 20 años que participó en
una marcha callejera de la pequeña ciudad rural de Montauban (suroeste de
Francia) dijo estar conmocionado por los gases lacrimógenos y que la violencia
podría darse en cualquier lugar de Francia. Muchas de las rotondas y cabinas de
peaje que los “chalecos amarillos” siguen bloqueando se encuentran cerca de
pequeños pueblos y aldeas que normalmente no son noticia. Todos hablan de la
“arrogancia” de Macron y de la indignación que despiertan las obras de
remodelación del Palacio del Elíseo y la piscina de vacaciones construida en el
palacio presidencial. Según una encuesta difundida hace dos semanas, el índice
de aprobación de Macron había bajado hasta el 18%.
“Chalecos amarillos”, portando una pancarta contra Macron en una
manifestación en París.
El movimiento de los “chalecos
amarillos” era diferente a cualquier otro de la Francia de posguerra porque
surgió en Internet y sin líder, sindicatos ni partidos que lo respaldaren. En
las barricadas era posible encontrar una gran variedad de personas: tanto a gente
apolítica, como a personas de izquierda, a ecologistas, como a votantes de la
nacionalista Le Pen... Muchos estaban contra la Unión Europea, a la que percibían
como la responsable de un capitalismo desenfrenado. Los manifestantes se quejan
de que los pobres son los más afectados por el alto nivel impositivo de
Francia, sin embargo, siguen valorando los servicios públicos. “Queremos una
estación de tren”, decía una de las pancartas en un edificio de Lespinasse. Por
todo el país, las zonas rurales se quejaban del agotamiento de los servicios
públicos. Se tenía la sensación de que el dinero público estaba siendo
malgastado y utilizado, principalmente, para mantener el lujoso tren de vida de
la élite política. Los hospitales carecen de personal y de financiación
suficiente. “Lo que nos une a todos -se
quejaban- es la arrogancia de Macron; ha empeorado las tensiones, como un
pequeño rey que se enfrenta contra todo un país; Macron nos tuvo de rehenes
diciéndonos que era el único capaz de frenar el nacionalismo y a Le Pen, pero
ya no tiene ninguna credibilidad en Francia”. Fabien Mauret, un albañil
autónomo, cree que “hemos llegado a un punto de no retorno. Antes, estaban los
ricos, los de en medio y los pobres. Ahora solo hay muy ricos y pobres, y,
entre estos dos extremos, nada”. Según Raymond Stocco, de 64 años y exempleado
de mantenimiento de aviones, los súper ricos deberían devolver las exenciones
fiscales que disfrutaron en los últimos cuatro años. Y sostiene: “El gran error
de Macron fue tratar a la gente en Francia como si fuéramos estúpidos”.
Grupo de “chalecos amarillos” en el peaje del TEO de Caluire.
El Confidencial resume
así lo ocurrido en Francia desde el último 17 de noviembre. “Es la peor crisis
política francesa, desde Mayo del 68. Un peaje ocupado desde entonces es una
perfecta radiografía del fenómeno social que están viviendo los franceses: los
chalecos amarillos. No hay violencia. Ni gases lacrimógenos, ni pelotas de
goma. Ni hordas de vándalos destrozándolo todo a su paso. El único ruido que se
escucha en el peaje del TEO de Caluire es el de los
automovilistas que celebran a bocinazos no tener que pagar los dos euros
preceptivos que cuesta normalmente franquear la barrera. Bueno, también se
escuchan de fondo canciones en un altavoz que alguien ha instalado en el
campamento en el que se ha convertido ese peaje en una de las salidas de Lyon
hacia Grenoble. Así desde hace tres semanas. Se dan el relevo para mantener
abierta la barrera, día y noche, todos los días de la semana. El peaje es
propiedad del Estado, no lo explota ninguna empresa concesionaria. Y la ‘operación peaje gratis’ ya se cifra en
más de 100.000 euros en pérdidas. Es una radiografía perfecta de lo que está
viviendo Francia, una protesta horizontal en la que se ven reflejados la
mayoría de los franceses (…) ‘Yo viví Mayo del 68’, dice Michel, 63 años,
camionero ya jubilado. ‘Entonces ,el General De Gaulle tuvo que irse porque el
pueblo así se lo pidió, pero se fue con la cabeza alta. Macron, como siga así,
va a salir esposado. El Ejército debería detenerlo por haber traicionado a los
franceses. Prometió que no tocaría las pensiones y ¿qué ha hecho? Hasta ahora,
los jóvenes pagaban las jubilaciones de los mayores, ¿ahora nos cargan de
impuestos a los pensionistas para crear trabajo para los jóvenes? Es una locura’.
La mayoría de los movilizados rechaza la violencia. ‘Aquí no hemos roto nada
desde que lanzamos la operación. La policía hasta viene a tomar café con
nosotros, cuando se les acaba el suyo en el camión que tienen ahí aparcado. No
pueden manifestarse a nuestro lado, pero sabemos que, en el fondo están con
nosotros, porque son trabajadores como nosotros y tienen los mismos problemas.
Somos gente pacífica, pero determinada. No nos moveremos hasta que el Gobierno
ceda. Macron se está comportando como un dictador. No gobierna para el pueblo,
vive en otro mundo”.
“En la televisión -se queja una antigua
conductora de ambulancias- solo sacan a los vándalos que se pegan con la
policía y rompen cosas, pero este movimiento no es eso. A su lado, un joven que
trabaja de cocinero asiente con la cabeza y comenta entre risas: ‘Lo único que
ha hecho bien Macron es unir a los franceses. Unirnos contra él, claro’. Para
ellos, la solución no pasa por la dimisión presidencial, no porque no lo
merezca, sino porque ‘no hay ninguna alternativa. ¿Quién va a ocupar su puesto?
No hay nadie’. Este peaje es una radiografía perfecta de lo que Francia está
viviendo, una protesta horizontal en la que, por unas razones o por otras, se
ven reflejados la mayoría de los franceses. Y ya no se trata solo de bajar
impuestos o congelar reformas. Es una crítica al sistema. Guillaume, 26 años y
electromecánico de profesión, confiesa que sus finales de mes no son dramáticos
porque vive todavía con sus padres y no tiene hijos que mantener. ‘En Francia,
los jóvenes deberíamos poder vivir de nuestro trabajo’. Guillaume asiente
cuando uno de sus compañeros afirma que la única solución posible ahora para
cerrar la crisis es utilizar el artículo 68, inscrito en la Constitución de la
Quinta República y que, desde 2014, permite la destitución del presidente, en
caso de haber incumplido sus deberes’. Guillaume cita el modelo islandés
después de la crisis financiera de 2008. ‘Allí sí que han sabido montárselo
bien y ese modelo sería un buen ejemplo a seguir. Aunque, es cierto que Francia
no es Islandia. Allí son unos pocos millones de habitantes y aquí somos 70
millones”. Entre acordes de rap, olor a 'merguez' (chorizo fresco rojo y
picante originario del Magreb) y alguna canción de Renaud (conocido cantante
francés), de vez en cuando, alguien se arranca a cantar la Marsellesa y el
resto sigue con orgullo patrio el himno nacional. Así, es esta protesta que
tiene desconcertadas (y bastante asustadas) a las élites de París. Y ya hay
muchos peajes como este por todo el país”.
Restos du Cœur es una asociación reconocida de utilidad pública bajo el
nombre oficial de “les Restaurants du Cœur ”.
Miguel Ángel es un
toledano que llegó a Francia, en 1961, con 12 años, y resume el malestar que sienten
muchas franceses y que le ha llevado a él y a sus vecinos, según cuenta Paula
Rosas en El Confidencial. “Es una cólera que viene de lejos. Por eso las
reivindicaciones son múltiples, lo de la tasa de los carburantes es solo una
gota. Los ‘chalecos amarillos’ también quieren que haya medidas para luchar
contra el calentamiento global, pero quieren que todo el mundo pague, no solo
los pequeños. Pero lo que más pide aquí esta gente, los jubilados y los
jóvenes, es poder tener salarios decentes, jubilaciones decentes, poder
terminar el mes sin problemas”, explica. Miguel Ángel tiene una buena pensión,
después de haber trabajado durante décadas en la petrolera Total como
conductor, aunque solo se ha revalorado en dos euros en los últimos cinco años.
Pero conoce de primera mano que son muchos los que pasan necesidades porque,
durante una década, fue voluntario con los “Restos du Coeur”, una asociación
caritativa que ofrece almuerzos a los más necesitados. “Hay vecinos a los que
les ha quedado una pensión de 700, 800 o 900 euros y tienen que pagar un
alquiler y no pueden. Y hay jóvenes que, aunque trabajan, tienen que ir a comer
a los ‘Restos du Coeur', así que mucha gente ha dicho basta”. Asegura que, hace
años, la gente “ya no vota en Francia por las etiquetas, izquierda, derecha,
centro... mira más por lo que cada uno propone y si consigue llevarlo a cabo,
la gente está harta del politiqueo”. Y augura que, en las elecciones de mayo, “el
partido del presidente se va a pegar un buen tortazo, sobre todo si empezamos
el año y no ha habido contestación por lo menos a la mitad de los puntos que
hablamos en las reuniones”.
Un manifestante devuelve una granada de gas lacrimógeno a la Policía de
París.
“Ahora intento coger
mucho menos el coche porque llenar el depósito sale por un dineral, y luego hay
que pagar los peajes, por ejemplo, que en Francia casi todas las autopistas son
de peaje. Pero hay gente que sin coche no puede ni hacer la compra”, señala
Miguel Ángel. Desde hace semanas, acude
periódicamente a una rotonda en su pueblo a informar a los conductores de las
reclamaciones de los ‘chalecos amarillos’. “Les damos octavillas y si alguno
quiere hablar, charlamos”. No ha faltado a ninguna de las manifestaciones desde
que comenzaron el 17 de noviembre, y hoy estará también en la calle.
Pacíficamente, por supuesto. Y no cree que la crisis se vaya a solucionar
pronto. “A ver cómo llegamos a la Navidad. Pero a mí me da igual. Si no hay
turrón, comeré unas sopas”. En el otro extremo de la baraja, Christophe Castaner,
Ministro de Interior, subraya la deriva violenta en las tres últimas semanas de
un movimiento manipulado, en su opinión, por “grupúsculos extremistas”. El
titular de Interior teme la presencia de armas en las protestas del sábado
—asegura que en las investigaciones tras los últimos altercados “se han
descubierto armas”— y destaca a su vez la caída de la movilización. Desde las
282.000 personas que la policía contabilizó en la primera jornada de
manifestaciones, el 17 de noviembre, se ha pasado a unos 10.000 manifestantes, “una
pequeña minoría”, en palabras de Castaner. El Gobierno de Macron responsabiliza
a Le Pen del nuevo sábado de revueltas en París. Y, mientras los “chalecos
amarillos” muestran el hartazgo ante subidas de impuestos y pérdida de poder
adquisitivo, el Gobierno se blinda ante la posibilidad de que las
manifestaciones puedan derivar en un estallido de violencia y disturbios. El
Gobierno prevé “una movilización excepcional” de 89.000 agentes de las fuerzas
del orden en todo el país, de los cuales 8.000 están destinados a la capital.
Los principales monumentos de París, una de las ciudades con mayor número de
turistas del mundo, cerraron el sábado como medida de seguridad. Si el jueves
ya se anunció que la Torre Eiffel, la Ópera de París o el Grand Palais iban a
impedir el acceso a visitantes, el Centro de Monumentos Nacionales (CMN)
informó de que lugares tan emblemáticos como el Arco del Triunfo o las torres
de la catedral de Notre Dame harían lo mismo.
“Chalecos amarillos” ante la Policía, en el Arco de Triunfo de París.
Los 'gillets jaunes' han
sabido cristalizar el descontento de todos aquellos que se sienten frustrados
por las desigualdades crecientes en la sociedad. Se trata de una clase media
que se siente olvidada y ninguneada por los representantes políticos. Los “chalecos
amarillos” nacen como reacción a la nueva subida de impuestos sobre los
carburantes, anunciada por el gobierno de Emmanuel Macron para el próximo 1 de
enero, que aumentará en 6,5 céntimos el litro de gasoil y 2,9 el de gasolina.
Se busca principalmente desincentivar el uso de los combustibles fósiles, algo
que ha estado desde el principio en el programa político de Macron que busca
una transición energética hacia energías más limpias. Pero la Francia
principalmente rural, donde los transportes públicos son escasos y que necesita
el coche para ir a trabajar, llevar a los niños al colegio o acudir al médico,
no está dispuesta a soportar ella sola el peso de la transición ecológica.
Desde la elección de Macron en mayo de 2017, el diésel ha aumentado en 31
céntimos el litro y la gasolina en 19. El gasóleo pasó de 1,24 euros el litro
en octubre a 1,51 en noviembre, aunque de esos 27 céntimos de diferencia, sólo
8 son debido a los impuestos y la gran mayoría proceden de la subida del precio
del barril unida a la debilidad del euro frente al dólar. Pero eso poco
importa. El sentimiento de los “chalecos amarillos” es que su dependencia del
automóvil se ha convertido en la vaca que el gobierno no deja de ordeñar. Y
consideran que es sencillo legislar desde París, donde el metro te lleva a
todas partes. El presidente francés no quiere ceder, por principios, ante la
calle, pero al Elíseo se le puede achacar la miopía de no haber previsto la
profundidad del malestar en la 'otra Francia' Todo comenzó con una petición en
Change.org para exigir la bajada del precio de los carburantes y a partir de
ahí empezaron a surgir grupos en Facebook y vídeos de protesta de diferentes
usuarios que se hicieron virales. La primera manifestación se convocó el 17 de
noviembre a través de las redes sociales. Se buscaba bloquear el mayor número
de carreteras posibles para hacerse escuchar. Más de 287.000 personas
participaron en toda Francia, hubo un muerto, 400 heridos y 280 detenidos.
Protestas por el aumento exagerado en los precios de los combustibles fósiles bloquearon
las vías de Francia.
En la tercera gran convocatoria,
el pasado sábado 1 de diciembre, la cifra de participantes descendió hasta los
75.000, pero la violencia sin control que se vivió en París puso realmente la
protesta en el mapa y al gobierno de Macron contra las cuerdas. Hubo más de 400
detenidos y 260 heridos. Y miembros de los 'chalecos amarillos' protestaron
frente al Arco de Triunfo. Todo comenzó con un rechazo a la subida de impuestos
a los carburantes, pero, en pocas semanas, se convirtió en una protesta por la
pérdida de poder adquisitivo. En un comunicado que enviaron algunos “chalecos
amarillos” a varios medios de comunicación se enumeraban 42 medidas, desde la
subida del salario mínimo a 1.300 euros al mes (actualmente es de 1.150 euros)
hasta la protección de la industria francesa prohibiendo las deslocalizaciones,
el retorno al mandato de 7 años para el presidente de la República, el fin de
la política de la austeridad, que no hubiese más de 25 alumnos por clase, que
no se cerrasen líneas de tren u oficinas de correos en zonas rurales, que no hubiera
personas sin hogar, una pensión mínima de 1.200 euros y el fin de la subida de
tasas a los carburantes. Se pidió, en resumen, pagar menos impuestos y mejorar
los servicios sociales. Pero estas eran solo algunas de sus reivindicaciones.
Al carecer de líderes claros y de ideología precisa, cada “chaleco amarillo”
tenía la suya, una auténtica pesadilla para el gobierno que no tenía enfrente a
un interlocutor claro y con unas peticiones concretas que negociar, sino una
masa informe de personas descontentas. Unos pedían la disolución de la Asamblea
Nacional, otros que se sometiesen a referéndum las nuevas leyes. Un
representante del movimiento llegó a pedir en televisión la dimisión del
Gobierno y que se nombrase primer ministro al general De Villiers, ex-jefe del
Estado Mayor de los Ejércitos. Prácticamente todos los partidos, desde la
extrema izquierda a la extrema derecha, intentaron sacar rédito a los “chalecos
amarillos”, pero estos no los quieren ver ni en pintura. El movimiento tuvo un
enorme apoyo popular. La última encuesta nacional aseguraba que un 75% de los
franceses simpatizan con los manifestantes.
Emmanuel Macron anunció una subida del
salario mínimo.
El presidente de Francia comunicaba
el 10 de diciembre una serie de medidas para tratar de sofocar las protestas de
los “chalecos amarillos”. Macron reconoció que sus palabras “han herido a
algunos” en el pasado y consideró justificado el descontento provocado por las
protestas, por lo que anunció que decretaba un “estado de emergencia económico
y social” para hacerle frente. Macron anunció que subirá en cien euros al mes
el salario mínimo (gracias a un alza del 6%, el más alto en décadas, según los
expertos). Igualmente, reducirá también los impuestos a las pensiones
inferiores a 2.000 euros y las horas extras se exonerarán de impuestos. En su
discurso, trató de responder a las demandas del movimiento de los “chalecos
amarillos”, con el objetivo de abrir un debate nacional que permita alcanzar “un
nuevo contrato social”, en respuesta a la ola de protestas que ha puesto en
jaque a su Gobierno. “Queremos una Francia donde una persona pueda vivir
dignamente de su trabajo. Pido al Gobierno y al Parlamento que hagan lo
necesario”, concluyó sobre el conjunto de medidas previstas, que fueron
acompañadas de una condena a los actos de violencia registrados en las
protestas.
La CGT y la Francia Insumisa rechazan las
medidas de Macron.
Pero, la Confederación
General de Trabajadores (CGT), el principal sindicato de Francia, rechazó el
paquete de medidas de Macron y anunció que se uniría al movimiento de protesta
en la manifestación convocada para el viernes. Y Philippe Martínez, secretario
general de la CGT, consideró insuficientes las medidas y llamó a “la
movilización conjunta con los 'chalecos amarillos’”. La respuesta de Macron a
las peores manifestaciones sufridas por su Gobierno tampoco contentó a la clase
política. Líderes de izquierda y derecha cargaron rápidamente contra el
inquilino del Elíseo, según informa el diario francés Le Figaro. “Se cree que
una distribución del dinero podrá calmar la insurrección ciudadana”, dijo el
dirigente de La Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, augurando que no será así
porque “una parte considerable de la población no se verá afectada por ninguna
de esas medidas”. “Solo son buenas intenciones sin respuestas”. Por su parte,
la líder ultradrechista, Marine Le Pen, interpretó las palabras de Macron como
un paso hacia atrás para “saltar mejor”. “Abandona algunos de sus errores
fiscales, y eso es bueno, pero se niega a admitir” que se está enfrentando a su
propio modelo: el de “la globalización salvaje” y “la inmigración masiva”. El
centrista Benoit Hamon considera, igualmente, que Macron “se ha movido muy poco”
desde sus postulados iniciales y advierte de que la mejora salarial que ha
prometido saldrá de las arcas de la seguridad social, no de mayores impuestos
para las rentas altas. “Estábamos esperando un gran gesto para poner a los
bancos, a las empresas contaminantes y a los grandes accionistas a contribuir a
la financiación de la transición ecológica. Nada”, lamentó en Twitter.
Macron, presidente de la República Francesa.
Enric
Sopena escribe en ElPlural “El nuevo rostro de Macron no convence a casi nadie
en Francia”. Dice que el presidente de la República Francesa se encuentra en
una compleja situación. “Hartos de una política que no mira hacia los
ciudadanos, miles de franceses han salido a las calles y han ido más allá de la
protesta pacífica, iniciando el camino del caos en diferentes localidades
galas. La cifra de detenidos suma ya más de 1.700 manifestantes. El pasado
martes, Macron se dirigió a la nación anunciando unas medidas que, según
resaltan los medios informativos del país vecino, no convencieron ni a los
partidos de la derecha ni a los de la izquierda… Habló de un estado de
emergencia económico y social y advirtió a los descontentos que no pensaba
admitir más violencia o saqueo. Pero la principal dificultad que afronta Macron
es que tres cuartas partes de los franceses empatizan con el colectivo que
protagoniza la protesta y que estos, los chalecos amarillos, no son
etiquetables. Un interesante estudio realizado por 70 académicos indica que se
trata de hombres y mujeres con un promedio de 45 años, de clases populares o de
la pequeña clase media, empleados, comerciantes, artesanos y profesionales en
buena medida; que no se identifican con partido alguno o se declaran apolíticos
(33%), o se decantan mayoritariamente por la izquierda (42%). De centro apenas
llegan al 6%. Exigen la recuperación del poder adquisitivo y el rechazo a una
política favorable a los que más tienen” Sopena asegura que Macron se lo ganó a
pulso. Que borró de un plumazo medidas como la de impuestos para los ricos,
cuyo patrimonio origen se remonta al inicial impuesto a la fortuna
inmobiliaria, que arbitró Mitterrand para gravar a los bolsillos opulentos.
“Macron, banquero de los Rostchild en su vida anterior, desactivó tal
fiscalidad con la idea de que el país fuera más atractivo para inversores y
ricos. Macron, un rico al servicio de los ricos. Ahí empezó el malestar. De
momento, el nuevo presidente vuelve a la política fiscal de Mitterrand para los
ricos. En un mundo que está girando hacia la derecha, o más bien hacia la
ultraderecha, y de esto sabemos mucho en España –basta con ver los resultados
de las elecciones autonómicas en Andalucía-, la aprobación de leyes
progresistas, como consecuencia de las protestas del pueblo en las calles,
parece ser una buena noticia que, leída de manera optimista, podría producir un
efecto contagio en los países vecinos. Pero ni siquiera este giro en la
política de Macron es suficiente. ¿Qué puede hacer, entonces, ante la
indignación de un pueblo sin portavoces ni interlocutores? En la primavera de
1968, otro presidente, Charles de Gaulle, ante una situación también
conflictiva, se retiró y esperó a que el resto de partidos rogara su regreso.
Volvió, negoció con los sindicatos, apaciguó la tormenta, y, aquel mismo año,
ganó las elecciones. Pero de Gaulle era un animal político, que traía a sus
espaldas el triunfo sobre las fuerzas del mal en la terrible Segunda Guerra
Mundial. Pienso que nadie echaría de menos al actual mandatario francés. No,
Macron no es de Gaulle”.
La Policía detiene a un manifestante durante las protestas de París.
En Francia, los “gilets
jaunes” (chalecos amarillos), más allá de oponerse a otro impuesto “verde” vía los
combustibles, exige un nuevo tipo de “repartición” de la riqueza creada. No un
poco más de “redistribución” de la riqueza creada, como proponen los
sindicatos, los congresistas, los partidos políticos y sus líderes, sino un
nuevo modelo de repartición de la riqueza creada. Así lo explica Hugo Salinas
en un artículo titulado “Los ‘gilets jaunes’ exigen otro tipo de reparto de la
riqueza creada”, publicado en LQS.
Las fotomontajes y las imágenes más sorprendentes de
esta semana:
'El SMI subirá a 900 euros. Ya
casi estamos a la par con Francia, que lo va a subir a 1.600
- Señor Casado, ¿qué
opina de la medida del Gobierno de subir el SMI a 900
- Que es
un disparate. Exigimos saber ya los nombres de esos 900.
Las
derechas tienen una Alternativa al SMI a 900
@Elmesuda
Ciudadanos se plantea pactar con el diablo para
gobernar en Andalucía.
Casado y Rivera, ensayando posturas para la negociación con
Santi Abascal. @Fairlane4.
#vox @pablocasado ¿Tiempos, modernos? @Jesus JPM
Pesca en altamar...
Y el deporte marítimo...
El humor, en la prensa de
esta semana: El Roto, Mauro Biani, Peridis, Manel F, Vergara, Pat, Malagón, Javirroyo…
Cuñadismo a tope.
Había una vez un circo...
Pep Roig, desde Mallorca:
Sentimientos, cuestión de número, In vigilando, Más madera, Pues, así estamos…,
Insensatos, Tenencias, guardar las apariencias.…
FRANCIA - Reportaje - "Los Chalecos Amarillos" – 2018 FRANCIA | Las dos almas de los 'chalecos amarillos' Violenta jornada de protestas en Francia Entrevista a Evaristo Páramos, de La Polla Récords Polònia - 13/12/2018 My #First symphony orchestra
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