Esto no es una residencia de ancianos.
Un socio de Trabensol prepara en el salón de su apartamento una audición de música clásica
Jaime Moreno, socio fundador de la cooperativa
Aunque Marisa Hidalgo tenía un comercio, su pasión era pintar y ahora imparte talleres a los demás residentes.
Pepe Redondo, de 75 años, pasea por la huerta de Trabensol para vigilar los cultivos.
Jairo Vargas escribe en Público este reportaje del que
entresacamos lo siguiente:
Trabensol, acrónimo de “Trabajadores
En Solidaridad”, es un centro social de convivencia para mayores, tal y como
reza el cartel de la entrada. “No tiene nada que ver con una residencia de
ancianos”, resume Jaime Moreno, uno de los socios fundadores de esta
cooperativa, fundada en 2011. Algo más de dos años después, ya había un
complejo de 6.000 metros cuadros construidos sobre una superficie de 22
kilómetros cuadrados. 54 apartamentos adaptados de 50 metros cuadrados con una
pequeña terraza. La luz inunda las casas todo el día y el suelo mantiene una
temperatura de 16 grados en invierno y en verano. Cuentan con un gran comedor,
una biblioteca, un gimnasio, un cineforum, una lavandería, grandes jardines por
los que pasear y hasta un huerto urbano. “Hay de todo y está aquí, en nuestras
casas”.
Moreno tiene 82 años y
fue periodista, por eso hace de portavoz y guía para los medios de comunicación
que se interesan por este proyecto alternativo. “Mi primer trabajo fue en el
NO-DO”, confiesa socarrón mientras deja ver el triángulo rojo invertido que
lleva en la solapa del abrigo y que recuerda a la resistencia antifascista
europea. “Ha costado mucho esfuerzo hacer todo esto, pero fue una decisión de
un grupo de personas que tenía un largo bagaje en la lucha social”, incide.
Ahora son 54 socios. “El interés por este proyecto está creciendo, porque las
residencias públicas tienen pocas plazas y los requisitos para entrar limitan
mucho. Las privadas son inaccesibles para los ahorros y pensiones de la
mayoría, sobre todo si somos un matrimonio. Esto no es barato, pero es más accesible
y, sobre todo, mucho más alegre”.
A 50 minutos de la capital,
en Torremocha del Jarama, uno de los últimos pueblos de la Comunidad de Madrid,
Trabensol fue construido sin apoyo de la Administración Pública. “Empezamos a
buscar en la propia ciudad, pero era inviable con esos precios. Recorrimos más
cien pueblos, llegamos a Extremadura y Toledo, hasta que encontramos un suelo
más o menos barato. Era el boom de la especulación y del ladrillo, todo estaba
carísimo y sólo dábamos con el típico conseguidor que te ponía en contacto con
la gente adecuada a cambio de una buena mordida”, recuerda Moreno. Compraron el
suelo y pudieron recalificar los terrenos para hacerlos urbanizables. Ahora hay
incluso concejales en el Ayuntamiento que viven en este complejo en donde ningún
socio es dueño de nada pero cualquiera puede decidir en todo. Adquieren el
derecho a usar sus viviendas hasta que fallezcan o decidan marcharse.
El germen de esta
experiencia está en Málaga, donde, en el 2000, echó a andar la cooperativa
Residencial Santa Clara, recuerda Daniel López, profesor de estudios de
Psicología y Ciencias de la Educación en la Universidad Oberta de Catalunya.
Empezó en 2015 a estudiar este fenómeno y ha ido ampliando el trabajo de campo
hasta la actualidad. “Desde Santa Clara hasta Trabensol, han ido surgiendo
nuevos grupos. Pero una cosa es tener la idea y otra, llevarla a cabo. Es un
proceso largo y laborioso”. En España hay ya 12 cohousings en funcionamiento,
11 cooperativas constituidas, ocho en proceso de formación, dos en obras, tres
parados y seis con los terrenos adquiridos o la ubicación elegida. “Desde hace
varios años, hemos notado un mayor interés por este modelo”, afirma López. Según
este psicólogo, lo que viene son millones de personas mayores que demandan
conectividad social, viviendas adaptadas, nuevos servicios de cuidados menos
asistencialistas y que den más pie a que las personas “decidan cómo quieren ser
cuidadas”. Moreno, el periodista jubilado de Trabensol, insiste en la
importancia de los distintos grupos de trabajo y comisiones. “Sí, tenemos
contratado personal de limpieza, un catering que cocina aquí para las comidas y
algún jardinero de refuerzo. Contratamos a una directora gerente y a algún
administrativo. Pero también nos implicamos nosotros en la gestión”, sostiene.
“No es una utopía. Esto
es real y es posible”, sostiene Pepe mientras echa un vistazo a las berenjenas
que están creciendo en la huerta. Él se encarga de su cuidado, recoge las
verduras cuando están listas y las deja en las zonas comunes para que, quien
quiera, se lleve algo para cenar. “Era maestro, pero mis padres eran gente de
campo y yo todavía puedo doblarme y hacer surcos en la tierra”, asegura. “Es lo
que llamamos la cuota social. Cada uno aporta a la comunidad la experiencia de
vida que trae. Quien sabe de cine organiza el cineforum, quien sabe yoga nos da
clases, quien ha sido enfermera nos ayuda con las pastillas y la que sabe
pintar da talleres. Aquí no hay aprovechados, todo está organizado en
comisiones”, ilustra. Sin embargo, ante el interés que este fenómeno está
tenido en la actualidad, Pepe lanza una advertencia: “Primero hay que formar
cooperativistas. Luego podrán funcionar las cooperativas. Eso se está
perdiendo, va faltando rodaje asociativo”.
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