miércoles, 22 de julio de 2020

Lecciones de Juan Marsé.



El escritor Juan Marsé, fallecido el pasado sábado, 18 de julio, a los 87 años, deja una obra literaria en la que conviven novelas, cuentos, guiones, artículos, críticas y guiones de cine y crónicas. Y, aunque Marsé, en realidad, escribía sobre Barcelona, “en seguida supimos –según EFE–  que no hablaba exactamente de Barcelona ni de la posguerra, sino de esos barrios sin mapas y sin tiempo donde los niños pobres juegan en un descampado una partida de un juego perdido de antemano que consiste en crecer, envejecer, permanecer a la intemperie contándose historias que tienen lugar en ninguna parte. Sabíamos demasiado bien que la posguerra era una interminable tarde de domingo, con la melancolía del lunes agazapada en un portalón, al fondo de una calle sembrada de charcos y farolas rotas a pedradas”.

David Torres, en “Lecciones de Juan Marsé”, nos recuerda que “su biografía se inicia con el aire fraudulento y espurio de esas historietas que los chavales de sus libros elaboran entre cigarro y cigarro: una madre que murió al darle a luz; un padre taxista que lo regaló en adopción, recién nacido, a una pareja que lo crió con amor y devoción; el mismo taxista que años después, ya jubilado, seguía conduciendo por inercia y enseñando con tristeza y orgullo a los pasajeros que le parecían de confianza la hoja de un periódico donde estaba la foto del gran novelista, su hijo perdido para siempre. Con el tiempo también lo adoptarían los gurús de la Gauche Divine (Carlos Barral, Gil de Biedma, Ricardo Bofill), convencidos de que al fin habían hallado a un narrador purasangre de origen proletario; con ellos disfrutó de las noches de Bocaccio, la discoteca de moda que era la sede del grupo, y terminó por ridiculizarlos en un célebre relato de Teniente Bravo, donde un muchacho medio analfabeto teclea un montón de tonterías y los intelectuales catalanes creen que han encontrado al nuevo Joyce. Tiempo atrás, en un polémico fragmento de Últimas tardes con Teresa, los había llamado ‘farsantes’ y ‘señoritos de mierda’; no era su opinión sino la del personaje, pero daba la impresión de que Marsé con la Gauche Divine se encontraba en la misma situación que el Pijoaparte ligándose a la pija más guapa de Barcelona desde la cama de la criada.

“Marsé nos dejó algunos de los títulos más hermosos de la literatura (Encerrados con un solo juguete, Últimas tardes con Teresa, Si te dicen que caí, La oscura historia de la prima Montse, Un día volveré), sin importarle haber sacado uno de la letra del Cara al sol o destripar perfectamente el argumento con un eneasílabo: lo increíble es que esas novelas estaban a la altura de sus títulos. Siempre incómodo con el poder, tuvo problemas con Franco en su juventud y con el nacionalismo catalán en su vejez. Amaba el séptimo arte hasta el punto de dedicarle un relato bellísimo (El fantasma del cine Roxy), pero no fue un amor correspondido y abominaba de las adaptaciones cinematográficas de sus obras. Dimitió como jurado del premio Planeta por considerar que el nivel de las novelas presentadas era ‘subterráneo’ y luego le respondió a la ganadora, Mari Pau Janer, cuando ella le llamó ‘enfant terrible’ que a él le interesaba la literatura, no la vida literaria”.

E Ignacio Echevarría deja en su artículo “El escritor aparte”, el final de Marsé: “En un estupendo autorretrato que incluyó en Señoras y señores (1988), Juan Marsé se dibujaba a sí mismo ‘ceñudo, malediciente, con la pupila desarmada y descreída, escépticos los hombros, la nariz garbancera y un relámpago negro en el corazón y en la memoria’. En el mismo autorretrato decía estar ‘siempre pertrechado para irse al infierno en cualquier momento’. Y dejó escrita su despedida para cuando eso finalmente ocurriera: ‘Abur’.

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