¿Qué hacer con el elefante?
Juan Carlos I pide disculpas por la cacería en
Botsuana, en abril de 2012.
Gerardo Tecé recuerda en
CTXT a Juan Carlos I en el pasillo de un hospital privado, dirigiéndose a las
cámaras que llevaban varios días esperándole. “Lo hizo sin poder disimular –no
había manera– la gran resaca social que había provocado su accidentada juerga
en Botsuana mientras España era sacudida por una brutal crisis económica. Hace
ya más de ocho años de aquella escena, de aquellas palabras del rey Juan Carlos
que, en la era de internet, del trending y el hit diario han sobrevivido al
paso del tiempo convirtiéndose, como decía Serrat de Mediterráneo, en propiedad
del pueblo: lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir. No hay verbena
ni disculpa doméstica en la que no se cante. Casi una década después, con Juan
Carlos I fuera ya de la Zarzuela y de la Casa Real, no hay lingüista,
historiador ni antropólogo que consiga descifrar a qué se refería el monarca.
¿Por qué pedía disculpas? ¿En qué se había equivocado? ¿Concretamente, qué cosa
era la que no volvería a ocurrir?
Hoy, Tecé reconoce que sabemos
mucho más de aquel Juan Carlos I que entonces pedía disculpas. “Sabemos, por
ejemplo, que, mientras lo hacía, sacaba cientos de miles de euros mensuales de
una cuenta en Suiza a nombre de una sociedad instrumental con sede en Panamá.
Una cuenta con 65 millones de euros donados por el régimen dictatorial de
Arabia Saudí y que acabó en manos de su amante Corina cuando el banco suizo le
trasladó al rey su incomodidad con la situación. Incomodar a un banco suizo es
un acontecimiento único, al alcance de pocos elegidos. Imagine a Florentino
Pérez pidiendo un poco de discreción tras un arbitraje a favor y entenderá las
dimensiones del hecho. Ahora sabemos también que aquel incidente internacional
con un elefante de por medio era premonitorio. Sabemos que, más que de cacería,
el rey Juan Carlos estaba de metáfora futura. ¿Qué hacer con el gran elefante
en medio de esta cacería internacional?” (…)
“Paradójicamente –si
exceptuamos el espectro político a la izquierda del PSOE– nadie ha mostrado un
nivel de dureza con las actividades del emérito como el mostrado por el actual
rey, su hijo Felipe. Como lo conocen a uno en casa no lo conocen en ningún
lado. Esta ruptura familiar no disimulada está siendo vendida ya en un nuevo
autoengaño como la prueba irrefutable de que la monarquía española se ha
regenerado. Una vez más. Y van decenas de veces en las que la monarquía
española se ha regenerado a lo largo de la historia. Una tras cada nuevo
reinado. Tras cada cacicada real extendida con el consentimiento y el aplauso
de buena parte de un pueblo que se autolesiona. La Historia nos cuenta que Juan
Carlos I no es ni más ni menos corrupto que cualquiera de sus antecesores. Son
siglos de monarcas españoles sin más finalidad política ni ética vital que
seguir manteniendo unos privilegios que serían insostenibles en una sociedad
sana. Una sociedad sana revisaría la necesidad o no de esta institución ante lo
ocurrido con el rey Juan Carlos. Una sociedad sana se dejaría de piruetas y
autoengaños. Una sociedad sana no hubiera perdonado jamás que Felipe VI
aprovechase la mayor crisis sanitaria del siglo para lavar unos trapos sucios
de los que también habría sido beneficiario, según indican los documentos
investigados”.
“No –concluye Gerardo
Tecé–. Después del gran autoengaño no sabemos qué hacer con el elefante y, por
extensión, con nuestra historia. Ni con la reciente ni con la futura. La
política que justifica o huye hacia adelante, la prensa que calló durante
décadas, los empresarios beneficiados por la monarquía con ánimo de lucro serán
quienes escriban la historia. ¡Que viva Felipe VI!”.
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