El Mundial femenino de fútbol acabó siendo un fenómeno de audiencias.
El Mundial femenino de
fútbol 2023, celebrado en Australia y Nueva Zelanda, no sólo supuso un éxito
deportivo sin precedentes para España, sino que también cambió la forma de ser visto por la televisión y las
empresas audiovisuales. La final España-Inglaterra disputada el pasado domingo fue
el partido de fútbol femenino más visto de la historia de España, con caso seis
millones de espectadores. Fue el partido con mayor cuota del año en La 1 de TVE
tanto femenino como masculino, y el tercero en número de espectadores sólo por
detrás del Madrid-Barça de la ida de semifinales de la Copa del Rey y de los
penaltis de la final de la Nations League entre España y Croacia del pasado 18
de junio (7.261.000).
En junio, tan solo un mes
antes de que arrancase la competición el 20 de julio, el máximo estamento del
fútbol denunció que el Mundial no había vendido sus derechos en Europa y
amenazó con no emitirlo, como exclamó su presidente Gianni Infantino. “Esta es
una bofetada en la cara de todas las grandes jugadoras del Mundial y, de hecho,
de todas las mujeres del mundo. Para que quede muy claro, es nuestra obligación
moral y legal no vender por debajo de su valor el Mundial. Por lo tanto, si las
ofertas siguen sin ser justas, nos veremos obligados a no transmitir el Mundial
en esos cinco grandes países europeos”, dijo refiriéndose a España, Alemania,
Reino Unido, Francia e Italia. La misma línea de discurso siguió Fatma Samoura,
secretaria general de la FIFA, quien, a través del diario El País, puso en la
diana a las cadenas públicas de esos países, exigiéndolas alcanzar el dinero
que pedían. La estrategia se convirtió en presión social que hizo que los cinco
ministros de deportes de esos países firmasen una carta conjunta, prometiendo
que “debido al gran potencial de la Copa del Mundo femenina y a las cuestiones
deportivas y sociales que están en juego, consideramos que es nuestra
responsabilidad movilizar plenamente a todas las partes interesadas, para que
lleguen rápidamente a un acuerdo”.
En resumen, la FIFA como
vendedora quería sacar la mayor cantidad de dinero posible por los derechos del
Mundial femenino. Y, como siempre en estos casos (sea FIFA, UEFA e incluso
COI), nada nuevo. Al mismo tiempo, las cadenas querían pagar lo menos posible, como
compradoras de los derechos, por lo que dejaban correr el tiempo, intentando
que jugase a su favor para abaratar el precio.
El triunfo para la FIFA
fue sacar más dinero por el Mundial femenino. Al comprarlo de forma
centralizada a través de la UER, se pagaba menos. En general, la competición se
vio más y mejor (en más países y en abierto), y, además, había un compromiso
por seguir fomentándolo. El fenómeno no sólo fue en España, y se convirtió en
el Mundial femenino más visto de la historia. Algo que supuso una nueva era en
los derechos del fútbol femenino, reforzando la posición de FIFA y UEFA a la
hora de venderlos, y a las cadenas no les importó rascarse más el bolsillo
sabiendo que les otorgaba audiencias millonarias. Y el Mundial consiguió que la
selección femenina se convirtiese en un fenómeno de masas como hasta ahora
nunca había sido.
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