Juan Carlos: “Queridísimo papá…”.
Nieves Concostrina relata,
en Público, la carta que Juan Carlos dirige a su padre el 15 de julio de 1969: “Acabo
de volver de El Pardo, adonde he sido llamado por el Generalísimo; y como por
teléfono no se puede hablar, me apresuro a escribirte estas líneas para que te
las pueda llevar Nicolás, que sale dentro de un rato en el Lusitania. Llegó el momento que tantas veces te había
repetido que podía llegar y comprenderás mi enorme impresión al comunicarme su
decisión de proponerme a las Cortes como sucesor a título de Rey. Me resulta
dificilísimo expresarte la preocupación que tengo en estos momentos. Te quiero
muchísimo y he recibido de ti las mejores lecciones de servicio y de amor a
España. Lecciones que me obligan
como español y como miembro de la Dinastía a hacer el mayor sacrificio de mi
vida, cumpliendo un deber de conciencia y realizando con ello lo que creo es un
servicio a la Patria: aceptar el nombramiento para que vuelva a España la
Monarquía y pueda garantizar para el futuro, a nuestro pueblo, con la ayuda de
Dios, muchos años de paz y prosperidad”. (...)
Concostrina prosigue: “Escrita
de puño y letra por el traidor de su hijo, Juan Carlos la dejó abierta sobre la
mesa de su despacho y musitó con los ojos humedecidos ‘dios dirá… ¡Qué le vamos
a hacer!’. Juan de Borbón debió de soltar por su boca lo más grande durante la
lectura y, sobre todo, cuando la terminó; desde cagarse en el padre de su hijo
sin reparar en que era él mismo y sin deducir que de tal palo tal astilla,
hasta soltar dioses que retumbarían al otro lado del Atlántico. Su hijo lo
había traicionado. ‘¡A mí! ¡Coño! ¡Al legítimo Príncipe de Asturias!’. Juan
Carlos, además, se permitía en su hipócrita carta utilizar en vano las palabras
dios, dinastía, monarquía, patria y familia (todas escritas con mayúsculas para
mayor pitorreo), precisamente las cinco instituciones a las que estaba
traicionando mientras se inclinaba para comer de la mano de un dictador
fascista y asesino. (...)
“Decía hace unas semanas
Juanjo Millás durante su conversación con Javier del Pino en el programa ‘A
vivir’ que Juan Carlos de Borbón era un gran traidor, y si no lo dijo
exactamente así, da igual, lo digo yo. Este defraudador traicionó a sus padres,
traicionó a su esposa, traicionó a Franco, traicionó al país, traicionó a su
dinastía, traicionó a los españoles, traicionó a las amantes, traicionó a su
hijo legándole una corona desprestigiada, deteriorada y corrupta; traicionó a
su dios, traicionó a su secta católica y se ha pasado por su real arco del
triunfo sus diez mandamientos. Ni siquiera dejó intacto el de ‘No matarás’.
Juan Carlos, en resumidas cuentas, es el mayor traidor del reino porque carece
absolutamente de escrúpulos y de moralidad. Pero la felonía hacia su padre fue
de traca. (...)
“Que los borbones
fabulan, ya no se le escapa a nadie, pero que Juan tuviera el rostro de
reivindicar que el pueblo español debía manifestar libremente su voluntad
cuando seguimos en 2025 sin derecho a hacerlo, tiene bemoles. Siempre que en
este país se ha preguntado si se quiere o no un rey, han tenido que preguntarlo
con trampas. Lo hizo Franco, con su referéndum fraudulento, y lo hizo el
falangista Adolfo Suárez, metiéndonos un rey indigno en el referéndum de la
Constitución porque sabía que este país iba a votar mayoritariamente no a la
monarquía si se preguntaba de forma aislada....
“Juan se quedó en Estoril
reconcomiéndose, su camarilla continuó llamándole majestad para consolarle, y
el felón, el infante Juan Carlos, llegó orgulloso y servil a las Cortes la
tarde del 23 de julio de 1969 para jurar sobre la novela bíblica los Principios
del Movimiento Nacional (el día anterior las Cortes habían votado la sucesión
de Juan Carlos a título de rey por 491 votos afirmativos, 19 negativos y 9
abstenciones). Entre esos principios hay uno que dice que la nación española
acata la ley de dios y que la doctrina católica es inseparable de la conciencia
nacional y de las leyes... Con aquel juramento del 23 de julio, Juan Carlos
pasó por arte de birlibirloque y con el mismo descaro del que luego hicieron
gala su hijo y su nieta, a ser general de brigada de Infantería y Aire y
contralmirante de Marina. Y eso sin saber disparar.
“Y así llegamos al 15 de
junio de 1971, cuando el dictador designó al infante Juan Carlos príncipe
sustituto interino... Y como Juan Carlos fue un infante agradecido al criminal
que tantas desgracias trajo a este país, tres días después del feliz
acontecimiento de la muerte de Franco fue proclamado rey bastardo de España en
las Cortes. Su padre, desde París, le envió un entusiasta telegrama que rebosaba
emoción y amor paterno: ‘Que dios te bendiga y buena suerte. Abrazos. Padre’.
Vamos, para que se te salten las lágrimas. Y en su papel de rey bastardo,
ilegítimo, contrario a sus propias leyes dinásticas e igualmente contrario a
las normas democráticas, ha continuado Juan Carlos hasta el mismo día de su
abdicación como consecuencia de sus desmanes. Y, en fin, así se instauró la
dinastía Franco. No hubo restauración. Seguiremos esperando el día de poder
votar para deshacernos de esta estirpe indigna que nos instaló un dictador
sanguinario hace 50 años”.

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