lunes, 1 de enero de 2007

1 de enero del 2001. Odisea en negro sobre blanco.


Estoy hasta las narices de ver en la tele, oír en la radio o leer en la prensa escrita, chorradas presentadas como grandes verdades. Por ejemplo, esa que, desde hace varios días, enuncian como un gran acontecimiento social. Iniciamos la semana, el mes, el año, el siglo y el milenio, presagian en tono solemne los testigos del cambio de rumbo del mundo, sin darse cuenta de que siguen el curso de los que dan lo mismo de lo mismo para que todo siga igual. Llevan ya una semana con este estribillo que huele a chamusquina. Y hasta el último minuto del año que acabamos de pasar han insistido en la gran parida que ha servido para despedir los viejos tiempos e inaugurar el nuevo Año.
No me siento afortunado por el hecho de vivir en lo que ellos llaman el "ombligo del mundo", siempre en el punto geográfico más céntrico y simétrico, sin caer en la cuenta de que existen tantos ombligos como puntos geográficos hay en nuestro mundo. Y aunque hablo su mismo idioma, intento salirme de sus términos y adjetivos manipulados y me resisto a comulgar con sus ruedas de molinos y a participar de sus paridas ideológicas.

Testigo soy de un país considerado por ellos como uno de los de mayor bienestar económico y social del mundo. Uno de los de más baja mortalidad infantil, el tercero en cuanto a la esperanza de vida y decimocuarto con la riqueza mejor repartida. Pero también uno de los de los de mayor desigualdad de riquezas y de renta de la Unión Europea; el que gasta menos fondos públicos en temas sociales; uno de los más bajos en gastos educativos, con un mayor fracaso escolar y con un alto nivel de ancianos desasistidos. Un país, en fin, que tiene las mejores escuelas privadas pero también las peores públicas, y que aparta sistemáticamente a sus profesionales por el hecho de haber superado los cincuenta años.

De esta manera, he pasado una jornada más sin sobresaltos ni falsas esperanzas, sin triunfos cantados, sin palabras ahogadas por el champagne ni iluminadas por castillos de luces artificiales. De espaldas a los periódicos, a la radio y a las televisiones. Y he transformado esta "2001, Odisea del Espacio", presagiado por Stanley Kubritck, en mi particular odisea en negro sobre el blanco papel, siguiendo los pasos de Julio Cortázar en su vuelta al día en ochenta mundos.

Antes de acostarme, me observo un instante en el espejo y contemplo esta figura triste y con las arrugas marcadas por ciertos desengaños. "Tal vez mañana -trato de convencerme- haya más suerte y encuentre un trabajo. Aunque ya no eres un niño ni un mozo cualquiera. Tienes una calva incipiente y numerosos cabellos blancos, así como arrugas que delatan tus fracasos. Y pronto rallarás el definitivo otoño". Intento burlarme de esta referencia. Reírme un poco de mí mismo y de cuanto me rodea.

Pero reconozco la decepción, escondida en el fondo de mis pupilas. Me miro fijamente y sin pestañear, pese a las contradicciones y a los golpes acumulados en mi rostro y presiento que mi imagen, bañada por la inseguridad profesional, desprende cierto desengaño.

De algo estoy, sin embargo, totalmente seguro: de que nací cincuenta y siete años antes de finalizar el siglo XX y de que moriré a principios de este nuevo siglo XXI. De todo lo demás, me pesa una terrible duda.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

No te dejes aplastar. Siempre en pié y dispuesto. No cejes. Si que te quieren y te necesitan pero no quienes deciden... quienes deciden ahora al menos... no des la partida por perdida. La ópera no termina hasta que canta la gorda. Ánimo cabrón que no has llegado hasta aquí para decir "no puedo más y aquí me quedo".

Anónimo dijo...

Buenos días o tardes, según se lea, Sr. "Periodista".
Entrecomillo la palabra porque, dado que desconozco su identidad, la profesión que ejerce será para mí como su nombre de pila.
Mi nombre es… digamos Molly. También es un pseudónimo. Tiempo habrá de presentaciones, creo. Si es que no le importa, claro.
Leo, a través de la recomendación de un amigo querido, este "Diario de un periodista en paro" que, de entrada, parece muy prometedor e interesante.
Para mí no supone ningún problema el hecho del desfase temporal de 6 años. Y no lo es porque, así también de entrada, parece que los problemas que quiere tratar son más bien atemporales. Me explico.

Estos días estoy asistiendo a la despedida de un montón de buenos profesionales del antiguo Ente Radiotelevisión Española y asisto a sus adioses con sentido pésame.
Supongo que las reconversiones industriales serán necesarias, lo supongo, pero la verdad es que cuando afectan a profesiones como la suya, quizás, sean aún más dolorosas.
Yo no comprendo cómo a un buen profesional del periodismo, de la información, en definitiva, del arte de la Comunicación (y vea que lo escribo con mayúsculas), se le puede mandar a casa en pleno uso de sus facultades sólo porque ha cumplido cincuenta y tantos años.
No dudo de que su lugar será ocupado por otro profesionales, puede, que igual de buenos pero, la veteranía es un grado y a eso no me resigno.
Por eso al leer la primera página de este SU diario, me doy cuenta de que las cosas no han cambiado mucho en 6 años, al menos, que se sigue sin valorar el buen trabajo de profesionales como Ud. a los que se les relega al paro o a un ERE, aunque sean personas competentes, queridas, admiradas y “artistas” de su profesión.
El pasado sábado tuve la tristeza de despedir a uno de ellos, como Andrés Aberasturi. Dentro de unos meses, le acompañarán gente a la que admiro y respeto como Beatriz Pécker, Julio César Iglesias y unos poco más. Y me despedí como “escuchante” de sus programas, como persona que, sin tener nada que ver con la profesión (bueno quizás no desde el punto de vista profesional) le gusta ser informada de una forma sincera y dándome argumentos para pensar y discutir.

Supongo que esto que le cuento, es lo mismo que le debió de suceder a Ud. Al menos, eso se traduce de la primera página de su diario y eso, Sr.mío, es muy triste, a la par de que nos deja a los demás algo así como huérfanos. Decía mi pareja el sábado que se sentía estafado con ese tipo de “despidos”. Y es cierto yo también me sentía así. Y así me siento cuando la formación, la información, la comunicación se convierten en moneda de cambio político, económico o, peor aún, de una falta total de interés en el trabajo bien hecho.

En fin, no quiero cansarle más. Comparto su frustración y, espero seguir leyendo este diario que promete ser, sobre todo, personal.
Perdone si mis comentarios a su texto carecen de interés o bien, si mi resumida cultura, hacen que sean incluso “infumables”. Intentaré expresarme de la mejor manera que sé pero, por desgracia, no pude tener estudios superiores, lo cual contrarresto aprendido y escuchando de quien sabe más que yo.
Un última cosa, por si le sirve de referencia o la interesa saber qué tipos de personas leen su web, soy mujer, tengo 46 años, vivo en pareja y tengo una hija. Tengo estudios medios y trabajo en la administración.
Muchas gracias.
Molly

Anónimo dijo...

Apreciada Molly:
No sabes la alegría que me ha dado leer tus comentarios el segundo día de la publicación de este diario. Me siento arropado por tus palabras, tan llenas de comprensión y de aplomo. Y he sentido, por primera vez la sensación de que no estaba solo en este mundo en donde la gratuidad y la generosidad andan a la greña con la competitividad y la rentabilidad interesada y en donde no comulgar con las ruedas de molino ya supone un reto.
No es que me sienta solo e indefenso, pero comprobar cómo otros profesionales de los medios de comunicación e incluso sin tener nada que ver con ellos, sienten lo mismo que yo, me reconforta y anima. Por eso, te agradezco, Molly, tu comprensión y apoyo ofrecido sin que me conozcas. Ver cómo no estoy solo en mi camino y comprobar que otros viven y experimentan idénticas experiencias me tranquiliza, me anima y me hace más fuerte a la hora de afrontar mis retos personales.

MakurA dijo...

Leo, no por primera vez, estas, tus palabras. Poco tengo que decir, pero tengo ganas de segir leyendo, amigo.

No pierdas tú las ganas de escribir.

Un fuerte abrazo, Periodista.

Anónimo dijo...

¿Periodista en paro?, no lo creo. PArece que sigue en activo a juzgar por las páginas de este diario. No me refiero, claro, a una actividad remunerada, pero sí veo que sigue ejerciendo lo que mejor ha sabido hacer: informar sobre lo que pasa, no las grandes catástrofes, sino las cotidianas que, al cabo, son las que nos afectan.
Decían los viejos anarquistas que el trabajo asalariado es el último reducto de la esclavitud. No soy muy aficionado a los eslóganes políticos (del signo que sean) y si cito este en concreto es porque ilustra, en parte, algo que quiero decir desde que he empezado esta carta. A saber: que el hecho de no recibir una remuneración por realizar un trabajo no significa que el individuo haya dejado de servir para el mismo.
Lo malo, claro, aparte del asunto de los eolumentos que se dejan de percibir, será, digo yo, lo limitado de la difusión de su mensaje.
A pesar de todo lo cual me reafirmo en mi primera idea de que este periodista no está en paro como asegura.
Por último animarle a que siga en activo a través del ciberespacio, la última frontera para los que amamos la libertad (y no me refiero a una libertad para comprar esto o lo otro sino a aquella que, según Erich Fromm, da miedo).
No quiero dar mi nombre porque no lo considero relevante, puede usted llamarme (si me quiere llamar) Mijail.