24 de diciembre. Viaje con humor negro.
Nevada en Barajas
Tal día como hoy, hace seis años, me dispuse a viajar a Mallorca, invitado por mis padres, para celebrar con ellos la Navidad. Pero, una nevada me sorprendió en el aeropuerto. Eran las nueve de la mañana y el sol, tras una madrugada blanqueada, se empeñaba en no querer salir. Tampoco el avión que debía trasportarme hasta la isla parecía tener prisas en despegar.
La pista estaba cubierta por la nieve que no había dejado de caer desde hacía varias horas, y el comandante de la aeronave había anunciado un retraso de 30 minutos por la “saturación en la zona de despegue”. Así que leí los periódicos del día en los que aún se hablaba de los nuevos ricos de la lotería, mientras que la nieve calaba más a fondo sobre una mayoría de desengañados, tristes y desolados, que aún creían en soluciones felices. Y me alegré de no ser uno de ellos. Tenía que confiar en otros parámetros para seguir viviendo en este mundo contradictorio que había hecho de la suerte un tema conductor y central, el “leitmotiv” de toda una vida. La prensa citaba incluso el caso de un parado de 60 años que, después de cobrar el subsidio de desempleo, había pasado por la administración de la Lotería número 1 de Palma del Río para comprarse un décimo que ahora le había tocado. Santiago Tomás era presentado por las Administradoras de Loterías como el ejemplo a seguir. “Es –se atrevían a decir– el prototipo del español que no ha perdido sus ilusiones”. Evidentemente, el Gobierno, emperrado en que todos juguemos a ciegas a la lotería, se esforzaba más por impartir suerte que por repartir trabajo o justicia social.
Dos horas más tarde, nuestro avión, paralizado y medio cubierto por la nieve, se puso, al fin, en marcha, recorriendo parte de las pistas. Una azafata anunció por los altavoces que ocupaba el puesto número diez, tras habernos dicho una hora antes que estaba en el número cuatro. Así que seguimos esperando tontamente mientras continuaba nevando. Ojeé unas revistas que encontré en el chaleco del respaldo del asiento de enfrente. “Spanorama” anunciaba que “Spanair” era la compañía mejor valorada en una encuesta realizada por la Organización de Consumidores y Usurarios, junto con otras seis asociaciones europeas. En el estudio se analizaban los factores que más pesaban a la hora de elegir con qué compañía volar y se habían tenido en cuenta cuestiones como la puntualidad. La revista estaba realizada por Ediciones Reunidas, S.A., del Grupo Zeta. ¡Bingo!, me repetí dos horas y media después de esperar inútilmente el despegue. Y el comandante aprovechó para desearnos una feliz Navidad y un próspero año nuevo, con la ilusión, “de tenerlos de nuevo a bordo”.
Todo parecía un chiste de humor negro en un fondo de blancura. Y, en ese tiempo que se me hizo eterno, hasta pude leer una información sobre el alto compromiso de puntualidad de la compañía de marras que, por una demora de al menos 15 minutos sobre la hora programada en el cierre de las puertas del avión, se comprometía a pagar un billete para cada viajero. Claro que luego me enteré de que la compensación tenía que ser debido a algo directamente imputable a la compañía, es decir, algo que no ocurría casi nunca.
La pista estaba cubierta por la nieve que no había dejado de caer desde hacía varias horas, y el comandante de la aeronave había anunciado un retraso de 30 minutos por la “saturación en la zona de despegue”. Así que leí los periódicos del día en los que aún se hablaba de los nuevos ricos de la lotería, mientras que la nieve calaba más a fondo sobre una mayoría de desengañados, tristes y desolados, que aún creían en soluciones felices. Y me alegré de no ser uno de ellos. Tenía que confiar en otros parámetros para seguir viviendo en este mundo contradictorio que había hecho de la suerte un tema conductor y central, el “leitmotiv” de toda una vida. La prensa citaba incluso el caso de un parado de 60 años que, después de cobrar el subsidio de desempleo, había pasado por la administración de la Lotería número 1 de Palma del Río para comprarse un décimo que ahora le había tocado. Santiago Tomás era presentado por las Administradoras de Loterías como el ejemplo a seguir. “Es –se atrevían a decir– el prototipo del español que no ha perdido sus ilusiones”. Evidentemente, el Gobierno, emperrado en que todos juguemos a ciegas a la lotería, se esforzaba más por impartir suerte que por repartir trabajo o justicia social.
Dos horas más tarde, nuestro avión, paralizado y medio cubierto por la nieve, se puso, al fin, en marcha, recorriendo parte de las pistas. Una azafata anunció por los altavoces que ocupaba el puesto número diez, tras habernos dicho una hora antes que estaba en el número cuatro. Así que seguimos esperando tontamente mientras continuaba nevando. Ojeé unas revistas que encontré en el chaleco del respaldo del asiento de enfrente. “Spanorama” anunciaba que “Spanair” era la compañía mejor valorada en una encuesta realizada por la Organización de Consumidores y Usurarios, junto con otras seis asociaciones europeas. En el estudio se analizaban los factores que más pesaban a la hora de elegir con qué compañía volar y se habían tenido en cuenta cuestiones como la puntualidad. La revista estaba realizada por Ediciones Reunidas, S.A., del Grupo Zeta. ¡Bingo!, me repetí dos horas y media después de esperar inútilmente el despegue. Y el comandante aprovechó para desearnos una feliz Navidad y un próspero año nuevo, con la ilusión, “de tenerlos de nuevo a bordo”.
Todo parecía un chiste de humor negro en un fondo de blancura. Y, en ese tiempo que se me hizo eterno, hasta pude leer una información sobre el alto compromiso de puntualidad de la compañía de marras que, por una demora de al menos 15 minutos sobre la hora programada en el cierre de las puertas del avión, se comprometía a pagar un billete para cada viajero. Claro que luego me enteré de que la compensación tenía que ser debido a algo directamente imputable a la compañía, es decir, algo que no ocurría casi nunca.
Tres horas y media después de subirnos a este aparato, despejamos, al fin, la pista y salimos de Barajas. En el aire, nos topamos con los rayos solares y no sufrimos más incidentes. A la una y media, inmersos de nuevo en los recargados nubarrones, nos acercamos a las costas de una isla cuyos contornos reconocí desde lo alto.
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