domingo, 8 de noviembre de 2009

Cuando las hojas caen y los grandes se van...


Con algo de retraso, el otoño se ha notado por fin en Madrid, con un descenso de diez grados en las temperaturas. Cayeron las hojas de los árboles caducos, llenando las plazas y parques de la ciudad. Unas 1400 toneladas procedentes de 280.000 árboles alfombran las calles. Y siguen cayendo. Dicen que, esta misma semana, unos 1350 operarios comienzan la recogida, a 46 toneladas de hojas al día. Es el otoño de cada año en el que no sólo los árboles se quedan desnudos. También a algunos de los grandes, aprovechando esta estación, les ha dado por ausentarse definitivamente. El lunes pasado fue el tragicómico José Luis López Vázquez quien, a los 87 años, dejaba definitivamente la plataforma del cine y de la vida. Al día siguiente fue el escritor Francisco Ayala, a los 103 años de edad.


“López Vázquez era un actor que ha creado escuela con una gran capacidad de expresión –declaraba Ángeles González-Sinde, ministra de Cultura, ante el féretro del comediante en el Teatro María Guerrero–. Era muy generoso, riguroso y disciplinado con su trabajo. Un gran actor y un gran creador. Vamos a despedirle con un merecido homenaje en el mismo escenario en donde trabajara”. Era el protagonista de películas como “El pisito”, “Atraco a las tres”, “La escopeta nacional” o el telefilme “La cabina”, quien debutara en el María Guerrero en los años cuarenta con la obra “El anticuario”, dirigido por Luis Escobar. “El humor no está bien visto –declaró hace unos años–. No sé qué pasa. La gente, sí, se ríe mucho, lo pasa muy bien, te felicita... pero el humor no tiene ese impacto que debería tener...”. Intervino en las mejores películas con las que se descubrió el nuevo cine. Más de 200, entre las que se recuerda “Mi querida señorita”, de Jaime de Armiñán; “Habla mudita”, de Manuel Gutiérrez-Aragón; “Plácido” y “El verdugo”, de Berlanga, o “Peppermint frappé”, de Saura, cuando la comedia no estaba bien vista y nadie se la tomaba en serio. “En el drama –solía decir– estás asistido por un relato y una apostura. Te puedes quedar sin aspavientos y sin nada, con sólo una luz, y conmueves... Nunca les dieron un Oscar a los hermanos Marx, y creo que tampoco a Chaplin”. Lo decía después de admitir que, en España, la risa es siempre algo trágica. Y la carcajada, algo negra.



“Absorbió el cine –escribe Javier Villán–, pero no hasta el extremo de hacerle olvidar sus orígenes escénicos. Quizá por, ello en 2002, se le otorgó el Premio Nacional de Teatro como reconocimiento a una carrera, a una vocación y a una calidad contrastada. El jurado fue claro al argumentar las razones del galardón: ‘Extraordinaria calidad como actor tragicómico a lo largo de una dilatada carrera artística’. La definición es exacta si por tal –por tragicómico– se entiende la capacidad camaleónica para pasar del humor al drama, de la risa al llanto; y para conmover a los espectadores con las lágrimas o la carcajada. La imagen de un español vulgar, reprimido y salido, seductor patético e impecune, fabricada por el cine, es real y predominante; pero no es la única ni la que mejor describe el inmenso talento de José Luis López Vázquez. Era uno de esos actores que siempre resultaba creíble. Hizo películas memorables y otras no tanto, pero él siempre trabajaba sus papeles de forma minuciosa. Nunca olvidaré (y me la apliqué) una frase que me dijo en una ocasión: ‘Cuando no tengas nada y te ofrezcan una película, hazla porque, haciendo algo, siempre vas a aprender. Y, si tienes dos, elige rodar la película que creas que es mejor’… Alfredo Landa y él, los dos al mismo nivel, han brillado muy por encima de los actores de su generación. José Luis tenía una gama enorme de recursos interpretativos. Nunca dejó de demostrarlo”.


Despedida de López Vázquez.


El lunes pasado, López Vázquez era despedido como un grande. Personalidades de la cultura, familiares y el público al que durante décadas hizo reír y llorar, estaban presentes en el Teatro María Guerrero de Madrid. Y sobre el mismo escenario en donde debutara, en 1940, con “El anticuario”, actores y espectadores le dieron el último adiós mientras recordaban al “genio de las mil caras”, “al intérprete del hombre corriente”, “al actor más grande”, “al genio de la comicidad”... “Era un código entre nosotros” explicaba su hijo, José Luis, emocionado. “Se ha ido un hombre muy especial –aseguraba, entre lágrimas, Carmen Sevilla–, un gran amigo que me enseñó mucho. El más grande del cine español”. “Charles Chaplin dijo de él que estaba entre los tres actores más grandes del mundo”. “Nos quedamos huérfanos de una manera muy buena de trabajar y vivir”, aseguró José Sacristán, quien compartió rodaje con él en “Todos a la cárcel”, de Luis García Berlanga. “Era un actor que te hacía crecer cuando compartías escena con él –le describía el actor Jesús Guzmán– Se metía en la piel de cualquier personaje. Hizo de mujer mucho mejor que Dustin Hoffman, pero estábamos en España”. “Era difícil, no era gracioso –recordaba Concha Velasco–. Serio y taciturno. No contaba chistes en el estudio, sino que estaba siempre leyendo y estudiando”. “Era genial –sentenció Andrés Pajares–. Único y camaleónico”. “Me queda en el oído su voz y estoy muy triste”, confesó Rosa Valenty, quien recordaba que “el último año estaba completamente ciego y eso era lo que llevaba peor”. “Qué disparate”, fue el guiño que su familia mandó imprimir en una de las diez coronas de flores que acompañaban al féretro.


Al día siguiente, otro de los grandes también nos dejaba en pleno otoño. A una edad longeva –contaba ya 103 años–, Francisco Ayala aprovechaba la caída de las hojas para desprenderse del árbol de la vida. Había nacido en Granada, en 1906, y, a principios de la década de los 20, llegaba a Madrid y cursaba estudios de Filosofía y Derecho, que compaginaba con sus primeros escritos y colaboraciones. “Nunca me he parado –confiesa en su libro “Recuerdos y olvidos”–. Todos los días he abierto los periódicos… Siempre he procurado tomar las cosas como vienen, vivir el presente en cada momento”. ¿Cuál era para él la fórmula de su longevidad? “Un vaso de whisky diario, una dieta frugal, un poco de genética y muchas dosis de buena suerte”, solía responder jocoso, con la chispa siempre encendida de los ojos. En Berlín, percibe los primeros presagios del nazismo. A la vuelta, inicia su andadura como profesor universitario de Derecho Político. Se adhiere a la República y, al estallar la guerra, se pone del lado del bando republicano y desempeña cargos de responsabilidad hasta que emprende el largo camino del exilio. “Con la Guerra Civil –cuenta– había perdido no sólo mi casa y todas mis pertenencias reunidas en ella, sino mi posición oficial como letrado de las Cortes y catedrático de la Universidad, e incluso el nombre que, como escritor, tenía ganado y que el régimen franquista se empeñó, no sin algún éxito, en borrar y tachar”. Pero, aún a sabiendas de que “la guerra estaba perdida de antemano”, regresó a su país para defender la República. Y lo hizo para apoyar al gobierno legítimo, mientras su padre y hermano eran ejecutados. Luego, llega a Chile, Buenos Aires y Estados Unidos. Allí conoce a la hispanista Carolyn Richmond, quien se convierte en su segunda mujer y en una de las más fervientes estudiosas de su obra.

Ayala, en el otoño de su vida.


En 1980, vuelve definitivamente a España en donde recibe premios como el Príncipe de Asturias y el Cervantes, agasajos y homenajes, continuando con su obra. Nunca deja de disfrutar de la buena mesa, de la buena lectura, de buena conversación y de buena amistad. Nunca para ni se rinde. Según Jesús Centeno, en “Público”, él, que criticaba a los políticos porque un día se dormían con una ideología y se levantaban con otra, pasa los últimos días con cierta distancia sobre la política. Lee todos los días el periódico, se siente responsable. Ve cumplidas algunas de sus teorías de los 40, como la globalización y los problemas de libertad en la sociedad de masas. Declara haber vivido intensamente en todos los sentidos, pero reconoce que las ha pasado canutas de muchas formas. Asegura que cada siglo es peor que el anterior y no sabe hasta dónde podrá llegar. El presente le provoca un profundo horror y reconoce que toda su vida ha sido un exilio. “No pertenezco exactamente a ninguna de las generaciones que coexistieron en el primer tercio del siglo XX. Pero estoy en medio de todas. Y eso, creo, ha determinado mi existencia. Digamos que, de esta manera, he estado siempre mirando de costado, con cierta sospecha”.


Se trata de un personaje que aceptó su vida tal como fue. Así lo retrata Enriqueta Antolín en “Ayala, sin olvidos”: “No se torturó dándole vueltas. Vivió al día y cada día se interesó por el mañana. Ese era su secreto”. Vuelve del exilio y, en 1976, se instala definitivamente en Madrid. No es miembro de la Real Academia Española hasta 1984, a los 78 años, y no obtiene el Premio Nacional de las Letras Españolas hasta 1988; el Cervantes, en 1991, y el Príncipe de Asturias, en 1998. Pero el reconocimiento, al fin, le llega. “En 2006 –cuenta Rosa Regás–, cuando cumple 100 años, imparte una conferencia en la Biblioteca Nacional sobre los avatares de sus bibliotecas, sobre el destino de los libros que se llevó consigo, los que perdió, los que recuperó, los que iniciaron una nueva biblioteca que volvió a trasladar y a perder y a recuperar... siguiendo el hilo de su larga vida, de su intensa biografía personal y literaria, de sus viajes. En fin, de su exilio azaroso, como son todos los exilios. Y entonces nos dimos cuenta de que uno de los grandes dones de la vida de Francisco Ayala, sin contar con su extraordinario don para la literatura, fue el de haber sabido en todo momento incrustarse en el presente, fuera cual fuera el lugar donde le tocaba vivir. Sin recabar nostalgias del pasado, sin lamentos ni recriminaciones. Algo que le permitió ser en cada situación el hombre moderno con que había comenzado su carrera a los veinte años”.


Ayala se abrazaba el pasado mes de mayo al Rey, Juan Carlos.


La noticia de su muerte sorprendió a la ministra de Cultura, cuando se encontraba en la capilla ardiente de José Luis López Vázquez. “Con estas dos pérdidas –dijo– la cultura vive un día muy triste”. “Con la muerte de Francisco Ayala, el escritor más querido” –afirmó Caffarel, directora del Instituto Cervantes– se cierra la gran literatura española del siglo XX. Ayala amó la vida pese al desesperanzado exilio y las ingratitudes, repartió generosidad por dos continentes y él fue el intelectual modélico en el que se reconoce lo mejor de nuestra cultura”. García de la Concha, director de la RAE se mostró desolado por la muerte del escritor que vivió “ajeno a todo rencor” y que fue “un referente de la convivencia y la concordia”. El cineasta José Luis Borau lamentó esta ¡pérdida prevista! por su avanzada edad y destacó en él su faceta como “escritor ponderado, equilibrado, no arrebatado, muy estilizado, muy europeo y siempre en la primera línea de los autores, especialmente de la Generación del 27”. Borau recordó que Ayala fue el “último de los que quedaba” de esa época. “Nadie vivió tanto. Fue el escritor más longevo de la historia del español y modelo de muchas cosas. Hace muchos años que nadie escribía como él”


Otras hojas, en este caso de un cómic, han sido galardonadas con el Premio Nacional de Cómic que otorga el Ministerio de Cultura en 2009. Se trata de “Las serpientes ciegas”, editado por el colectivo gallego BD Banda tanto en gallego (“As serpes cegas”) como en castellano hace un año.



La obra del guionista madrileño, Felipe Hernández Cava, y del ilustrador mallorquín, Bartolomé Seguí, es el primer álbum monográfico para adultos editado de forma autónoma por BD Banda y, al mismo tiempo, supone la primera coedición galego-francesa en este campo. Dargaud, una de la editoriales de cómic más importantes de Europa, edita el título en francés. Según la sinopsis del libro, alguien acaba de llegar a Nueva York en 1939, siguiendo la pista a Ben Koch que incumplió un pacto. Pero Ben anda embarcado también en una búsqueda frenética, la de un individuo llamado Curtis Rusciano. Lejos de allí, en España, la guerra civil está ya perdida para los republicanos, que se ven impotentes para prolongarla hasta que estalle una conflagración europea que modificará el mundo. Sin embargo, todo el universo de nuestros protagonistas se halla presidido por la urgencia en ajustar, durante estos días de sofocante verano, sus cuentas personales.

Sollozos y risas hubiéramos podido titular este blog de hoy. Después de las primeras páginas, siempre tristes y lamentables de la muerte de seres entrañables, entramos ya de lleno en la parte humorística. Comenzamos con tres gráficos de Manel Fontdevila (Alakrana, Impuestos galácticos y Triángulo místico) y tres de Territorio Vergara ( Oposición responsable, Crossover y Puñetazo en la mesa)







Pasamos al humor y al arte de Giannis Dimitropoulos (Grecia)










Y terminamos, como siempre, con los dibujos de Pep Roig desde su isla (Simbolopoliticoreligioso, Pobres ricos, Too pamí, Horizontes cercanos y Promoción)





En cuanto a los videos de esta semana, proponemos los siguientes:



Perfil del escritor y académico Francisco Ayala



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lopez Vazquez, representa el "exililo de dentro" Aquí y adecuado al medio, no sin disimulos. Ayala el de fuera. Diferentes actitudes y actuaciones confluyen en la vida misma.
chiflos.

Santiago Miró dijo...

Me ha gustado, amigo Chifos, la equiparación del exilio interior con López Vázquez y del exterior con Ayala.