miércoles, 26 de marzo de 2014

Suárez, el político que dimitió hasta tres veces.

 
Adolfo Suárez, saludando, en 1977, al entonces secretario general del PSOE, Felipe González.

 En 1980, durante el debate parlamentario sobre la moción de censura a su Gobierno.

 
 En el intento de Golpe de Estado del 23F de 1981.
“El día que me yo me muera –confiesa Juan Tortosa–, no quiero que me pongan por las nubes los mismos que en vida me pusieron a parir. Los que tenéis menos de treinta y cinco años quizás no lo sepáis, pero la mitad de los panegíricos, encomios y enaltecimientos varios dedicados a Adolfo Suárez que escucháis y escucharéis estos días están firmados por los mismos que durante aquellos años clave se dedicaron a hacerle la vida imposible a aquel entusiasta “tahúr del Mississipi” quien, sin haber leído apenas en su vida, y menos un libro entero, supo no arredrarse cuando le encargaron un marrón que solo un “echao p’alante” como él podía atreverse a aceptar”.

Así, en su envidiable arte para encantar serpientes a cardenales, militares, falangistas y franquistas de todo pelo y condición, Adolfo fue preparando esa pócima llamada Transición. Y pilotó un barco con muchas papeletas para irse a pique y que no acabó de hundirse del todo: engañó a los diputados franquistas para que se hicieran el harakiri; pactó con todas las fuerza políticas y sindicales una reforma económica y fiscal, llamada Pactos de la Moncloa; promulgó una ley de amnistía, hizo una reforma militar, legalizó los partidos incluido el comunista, puso en marcha un proceso constituyente tras ganar unas elecciones, auspició la primera ley de divorcio, promovió la declaración de la renta… Todo esto y mucho más en apenas cuatro años y medio.

Hoy, treinta y tres años después de su abandono voluntario de la política, los mismos que le amargaron la vida no se cortan un pelo a la hora de hablar maravillas de él a estas alturas…Y aunque cerró en falso muchos episodios de la historia reciente y dejara abiertas muchas heridas, sus defensores argumentan que al menos consiguió que no volviera a haber sangre. “La UCD, partido fundado por él, fue un vivero de forajidos siempre con el cuchillo entre los dientes, implacables caníbales políticos dispuestos a merendarse a Suárez apenas se presentara esa ocasión, cuya llegada ellos se encargaban a diario de fomentar, propiciar y acelerar. Y los que más se han aprovechado de la llamada Transición lo hicieron tras machacar y triturar a Adolfo Suárez, a quien usaron y tiraron a la papelera a las primeras de cambio empezando por su antiguo mentor y protector zarzuelero, apenas el servicial abulense dejó de serles útil”. Gregorio Morán, en su libro “Adolfo Suárez, historia de una ambición”, documentó su desprejuiciada habilidad para trepar y prosperar en el franquismo, en los negocios y en los cargos públicos. “Pero –concluye Tortosa– justo es poner en valor los huevos que este hombre le echaba a la vida. Jugó con fuego, estuvo a punto de quemarse pero consiguió escapar vivo. Y, cuando asumió, tras los tristes resultados obtenidos en las municipales de 1991, que los votantes le habían vuelto la espalda salió a la palestra, dio la cara y se despidió diciendo adiós muy buenas. En un país donde no dimite nadie, Adolfo Suárez lo hizo tres veces: como presidente del gobierno, en enero de 1981, como responsable de un partido político, diez años después, y hace once años, al dimitir de sus recuerdos”. Este podría ser el mejor epitafio para su tumba.

 El 7 de marzo del 96, saludando al histórico dirigente comunista Santiago Carrillo.
 
 
El Rey Juan Carlos, en julio de 2008, en una visita a Suárez, enfermo ya de alzhéimer.

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