Manu Leguineche emprendió ayer el viaje más largo.
El periodista Manuel Leguineche, conocido reportero de guerra y maestro de
varias generaciones de periodistas, emprendió ayer el viaje más largo. El periodista y escritor
había nacido en Arrazua (Vizcaya) el 29
de septiembre de 1941 y residía en Brihuega (Guadalajara), tras haber
comenzado a viajar por el mundo a los 18 años. Primero, realizó diversos
trabajos por toda Europa y, más tarde, a comienzos de los sesenta se unió a un
grupo de periodistas norteamericanos para dar la vuelta al mundo en un todo
terreno durante dos años, una experiencia que plasmó en el libro El camino
más corto (1978). Entre sus trabajos, cubrió la revolución de Argelia
(1962), la guerra entre India y Pakistán (1965) y estuvo presente en todas las
guerras que se han librado estos tiempos en el mundo: desde Vietnam al Líbano,
pasando por los distintos conflictos ocurridos en las Malvinas, Nicaragua,
Chipre, Marruecos, Bangladesh, Camboya o Guinea Ecuatorial. A
finales de los setenta cubrió las caídas de Somoza en Nicaragua, del Sha de
Persia o de Macías en Guinea, y entrevistó a Perón y a
Indira Gandhi.
Cursó estudios de Periodismo en Madrid, pero
los continuos viajes retrasaron su graduación y no logró el título hasta 1971.
Durante doce años, dirigió la agencia Colpisa, de la que fue uno de sus fundadores. Dirigió la agencia Cover Prensa, y, en 1983, creó y fue el director general de la
agencia LID, puesto que
desempeñó hasta que, en diciembre de 1990, optó por abandonarla después de que
Javier Godó, su mayor accionista, modificara su consejo de administración. En el mismo año, creó la agencia Fax Press, que dirigió hasta que
se la vendió, en 2001, al Grupo Intereconomía. Fue un viajero infatigable, conociendo
un centenar de países, reflexionando sobre ellos en casi medio centenar de
libros como El Camino más corto, Sobre el volcán, La Felicidad
en la Tierra ,
La primavera del Este, Adiós Hong Kong, Gibraltar. La
roca en el zapato de España, o El club de los faltos de cariño. Manu
supo siempre mantener su independencia de cualquier tipo de poder, como
demostró no sólo en sus artículos, sino en sus muchísimos libros, el último de
ellos 'El club de los faltos de cariño' en
2007, cuando empezaron a faltarle facultades físicas y se retiró a tierras
alcarreñas, donde nunca perdió interés por el mundo y siguió colaborando con
diversos medios.
Y recibió galardones como el Premio Nacional de Periodismo 1980; el Cirilo Rodríguez 1984; el Reporter del “Grupo Zeta”; Julio Camba (1991); el Ortega y Gasset de 1991; el Premio Espasa de Ensayo 1996 y otros muchos.
Y recibió galardones como el Premio Nacional de Periodismo 1980; el Cirilo Rodríguez 1984; el Reporter del “Grupo Zeta”; Julio Camba (1991); el Ortega y Gasset de 1991; el Premio Espasa de Ensayo 1996 y otros muchos.
Espero que, en su último viaje, pueda Manu al
menos seguir jugando al mus, una de sus pasiones, del que escribiera dos libros
“La ley del mus”, prologado por el Rey Juan Carlos, y “Mus visto”. Y pueda
continuar hablando e intercambiando opiniones con sus innumerables amigos,
auque la mayoría de ellos sigan en ese perro mundo. En su homenaje, recuerdo la
entrevista que mantuve hace seis años con él, desde el pueblo de Brihuega en el
que vivía.
Manu Leguineche, el viejo
león herido. (Extracto de la entrevista que mantuve con él el 21 y 22
de septiembre del 2007).
Manu, en Beirut.
El otro día visité a Manu
Leguineche. Mientras esperaba en el recibidor de la mansión donde vive, en el
pueblo de Brihuega, contemplaba los recuerdos que rodean a este periodista. Los
periódicos, que ya no puede leer como antes, se amontonaban en varias butacones
y sobre los lados de la escalera que conduce al jardín. En un rincón, una
antigua máquina de escribir, marca Smith Premier, y en otro, un reloj de pared
que se paró definitivamente a las 11 horas 40 minutos de un día desconocido.
Sobre los muros, lucía una pequeña fotografía del cuadro de Picasso sobre
Guernica, en la que viviera de pequeño, el Primer Diploma de Campeonato de Mus
“Alonso Berruguete”, en mayo de 1987, en el que ganó la pareja Javier Figuero y
Manuel Leguineche, y varios galardones periodísticos y literarios de premios
nacionales. Un amplio espejo, cuyos marcos estaban cuidadosamente decorados,
cubría toda una pared de enfrente. La luz solar de septiembre penetraba por una
ventana y el silencio era sólo roto de vez en cuando por algún perro callejero
o por el paso de alguna persona. Afuera, la plaza que llevaba su nombre lindaba
con la plaza de toros. Madrid quedaba lejos, a unos cien kilómetros. Comenzaba el otoño mientras Manuel Leguineche (Arrazua, Vizcaya, 1941),
experimentado escritor y periodista que ha seguido sin descanso el viejo rastro
del mundo, conociendo en su recorrido tifones y terremotos, hambres y
epidemias, guerras y acontecimientos humanos, veía pasar los días cada vez más
cortos y contempla el ocaso, sentado en su silla de ruedas bajo las hojas de
los árboles de su jardín. Y yo vislumbraba el declive de un luchador que
encerraba algo en su mano izquierda, cerrada, y cuando abría tímidamente el
puño, descubría su alma, grande y libre como su experiencia.
Manu es uno de los grandes periodistas españoles de nuestro tiempo y uno de los pocos que ha sabido crear un estilo tan personal como atractivo para las grandes audiencias. Es el decano de los corresponsales de guerra en España y fundador de Colpisa, en 1969, y de Fax Press, en 1971. Dos agencias de noticias que pasaron a manos de otros mientras que el reportero, que siempre huyó de las redacciones –“Cuando voy a una, solía decir, me siento como un mendigo, como si fueras a pedir o a robar algo a alguien”–, se dedicaba a escribir sus reportajes y a narrar en sus más de treinta libros lo que había visto a su paso por el mundo. Manu ha dado en varias ocasiones la vuelta ala Tierra , pero a los 47 años,
se compró una casa en este pueblo de Guadalajara, en donde viviera Margarita de
Pedroso, el amor platónico de Juan Ramón Jiménez, y siguió viajando, aunque
cada vez menos, escribiendo cada vez más reportajes y libros. “En el fondo
–confiesa–, soy un aventurero, un periodista, un reportero, un enviado
especial, un cronista de guerra o de paz”. Uno de sus últimos libros, “El Club
de los Faltos de Cariño”, a medio camino entre el dietario, los retazos de
memoria y las notas, fue escrito en compañía de la gata Muki, del pato Toribio
y, por breve tiempo, de un cuco de un reloj suizo. Pero el Club, creado en
Madrid, hoy sigue admitiendo socios. Manu reconoce haber sacrificado una
familia por el periodismo. “Si hubiera tenido mujer e hijos, habría hecho la
mitad de los viajes”. Sentía pasión por su oficio y por los viajes. Para él, viajar
ha sido un ejercicio higiénico que ha contribuido a conocerse mejor.
Manu es uno de los grandes periodistas españoles de nuestro tiempo y uno de los pocos que ha sabido crear un estilo tan personal como atractivo para las grandes audiencias. Es el decano de los corresponsales de guerra en España y fundador de Colpisa, en 1969, y de Fax Press, en 1971. Dos agencias de noticias que pasaron a manos de otros mientras que el reportero, que siempre huyó de las redacciones –“Cuando voy a una, solía decir, me siento como un mendigo, como si fueras a pedir o a robar algo a alguien”–, se dedicaba a escribir sus reportajes y a narrar en sus más de treinta libros lo que había visto a su paso por el mundo. Manu ha dado en varias ocasiones la vuelta a
Sin embargo, cada vez ha necesitado más el rincón de su Brihuega, huyendo de
una vida abrasadora. “Vine aquí por primera vez, buscando un poco de paz,
después de años de ruido y de furia en Madrid. Las grandes ciudades no me iban
y yo ya buscaba otros espacios más anchurosos. También sentí la necesidad de
relatar mi viaje interior. Pienso que lo tenía que haber hecho antes. Lo que
pasa es que el frenesí de la vida moderna a veces te anula el pensamiento”.
Manu tenía tendencia a sufrir claustrofobia, como su maestro Delibes, que
también lo fuera de Paco Umbral, al que Manu adoraba. “Me siento mal en los
ascensores –me confesaba en mi primera entrevista–. Es lo que más miedo me da.
Una vez, en Saigón, me ocurrió quedarme encerrado en uno del hotel, bajo los
bombardeos comunistas. En Bagdad, me quedé bloqueado en el del hotel y en
Montevideo estuvo retenido entre dos pisos, ¡durante casi un fin de semana
entero! Ahí sí que pasé miedo Me han dado más miedo los ascensores que las
balas. Y, cuando me he quedado encerrado en ellos, lo ha pasado mal. También me
aterran los saltos al vacío”.
Le cuento que, a finales de los ochenta, cuando trabajaba en la revista “Interviú” propuse hacer una serie de reportajes sobre la vuelta al mundo en 80 días, siguiendo los pasos de Phileas Fogg y su sirviente Passepartout, personajes creeados por Julio Verne. La propuesta, escrita y presentada a los mandamases de Zeta, debió parecerles una estupidez porque ni me contestaron. Lo más probable es que no llegaran ni siquiera a leerla. Pero, el hecho es que, meses más tarde, Manu propuso idéntico viaje para una revista de la casa y su propuesta fue inmediatamente aprobada. Claro que yo era entonces un trabajador más del montón mientras que Leguineche tenía ya fama de ser gran periodista viajero del mundo y escritor y ya había demostrado que lo sabía recorrer. Pienso que Asensio acertó, al aceptar ésta vuelta y no la que yo le había presentado, que se perdió entre miles de propuestas.
Conocí personalmente a este maestro de reporteros en l992 y mantuve una interesante entrevista con él para un libro que nunca llegué a publicar. Me enteré de que había vivido su infancia en Guernica, bombardeada un lustro antes de nacer. “En lineas generales –reconocía Leguineche–, no he tenido una infancia feliz ni demasiado fácil. Eso me ha marcado mucho. Nosotros jugábamos en medio de la maleza, con las casas destruidas y arruinadas por la guerra. Nos hicieron creer que habían sido los propios ‘gudaris’, los soldados nacionalistas, quienes habían incendiado el pueblo. Hasta que el tema dejó de ser tabú. No tuvimos una infancia feliz, ¡pero tuvimos Vietnam! Vietnam fue mi Disneylandia. A los 18 años, fui mandado a Argelia, en donde hice mi primer reportaje internacional. Y di la vuelta al mundo para conocerme a mí mismo. Es el tema de mi libro, ‘El camino más corto’.
Le cuento que, a finales de los ochenta, cuando trabajaba en la revista “Interviú” propuse hacer una serie de reportajes sobre la vuelta al mundo en 80 días, siguiendo los pasos de Phileas Fogg y su sirviente Passepartout, personajes creeados por Julio Verne. La propuesta, escrita y presentada a los mandamases de Zeta, debió parecerles una estupidez porque ni me contestaron. Lo más probable es que no llegaran ni siquiera a leerla. Pero, el hecho es que, meses más tarde, Manu propuso idéntico viaje para una revista de la casa y su propuesta fue inmediatamente aprobada. Claro que yo era entonces un trabajador más del montón mientras que Leguineche tenía ya fama de ser gran periodista viajero del mundo y escritor y ya había demostrado que lo sabía recorrer. Pienso que Asensio acertó, al aceptar ésta vuelta y no la que yo le había presentado, que se perdió entre miles de propuestas.
Conocí personalmente a este maestro de reporteros en l992 y mantuve una interesante entrevista con él para un libro que nunca llegué a publicar. Me enteré de que había vivido su infancia en Guernica, bombardeada un lustro antes de nacer. “En lineas generales –reconocía Leguineche–, no he tenido una infancia feliz ni demasiado fácil. Eso me ha marcado mucho. Nosotros jugábamos en medio de la maleza, con las casas destruidas y arruinadas por la guerra. Nos hicieron creer que habían sido los propios ‘gudaris’, los soldados nacionalistas, quienes habían incendiado el pueblo. Hasta que el tema dejó de ser tabú. No tuvimos una infancia feliz, ¡pero tuvimos Vietnam! Vietnam fue mi Disneylandia. A los 18 años, fui mandado a Argelia, en donde hice mi primer reportaje internacional. Y di la vuelta al mundo para conocerme a mí mismo. Es el tema de mi libro, ‘El camino más corto’.
Pese a su timidez confesada y a su pavor a relacionarse con la gente –“Soy, me
confesó, un tipo muy huidizo y un poco espantadizo”–, Manu no dejó, desde
entonces, de patear ese mundo y de escribir grandes reportajes. Aunque, en el
fondo, reconoce que había bastante de sedentario en él. Se movía por grandes
impulsos, en iniciativas rápidas de viajes aunque también por periodos
sendentarios. Y conoció a grandes viajeros que eran grandes sedentarios. Luego,
le quedaba una gran curiosidad por comprobar todo lo que había visto, por
rematar la faena de esos conocimientos a través de los libros. “Pero –añade–,
te llamaba la atención comprobar cómo grandes viajeros a veces hacían un viaje
sin fin. Como decía el libro chino del Tao: ‘El mejor viaje es el que se hace
en torno a sí mismo’.
“Esto es la tribu de las tres ‘d’ –dice en su novela “La Tribu ”–: dipsómanos,
divorciados, depresivos”. Y cuando le pregunto por cómo ve, a su edad, la
profesión, me contesta: “Me gustaría verla muy bien, pero la entreveo llena de
dificultades. Y con mucho paro, lo cual es preocupante. Gentes que han
trabajado toda la vida y que, por una alegría en un momento dado, han cambiado
de trabajo, apostando un poco por la aventura, ahora encuentran dificultades.
Además, están los jóvenes que te vienen a ver, que te escriben y te mandan
cartas. Reconozco que este hecho también me abruma un poco. No tengo soluciones
a la vista. Lo que te deja en una situación de inferioridad para resolver sus
problemas”. En cuanto al periodismo actual, piensa que hay un exceso de
solemnidad y de formas. “Se rompe la creatividad en beneficio del control y la
domesticación del individuo. Se busca poco; no se investiga, no se escuchan
voces innovadoras. Y eso no es sólo un problema de los intelectuales. La falta
de estímulo es la muerte del periodismo; la rutina, el seguidismo, son sus
grandes enemigos. Yo no me reconozco en este periodismo triste; quizá me esté
haciendo viejo”...
“Esto es la tribu de las tres ‘d’ –dice en su novela “
Nuestro hombre sigue soñando despierto y cada vez juega menos al mus, que es, según dice, la continuación de la guerra pero por otros medios. Su falta de visión le impide hacer lo que más le gusta: leer y escribir. Ni siquiera puede trabajar en el ordenador ni ver ningún partido en la televisión. Sólo escucharlos por la radio. Cuando era joven, llegó a jugar en segunda regional. “Jugué de defensa en equipos regionales. Tenía una gran pasión y era un buen jugador. Hice muchos partidos en mi vida pero me hubiera gustado haber jugado más, en segunda división, sin ir más lejos. También jugué a pelota de mano y fui bastante malo. Ahí apenas progresé”. Y sigue apoyando al Athletic de Bilbao de toda su vida. Antes, se entretenía tocando –dice que malamente– un acordeón, pero ya hace tiempo que dejó de hacerlo. Ni siquiera sabe ya donde está. Ahora prefiere escuchar música filarmónica y jazz. “Tengo una gran vocación de vago –me confesaba en 1992, antes de pasar a vivir directamente en Brihuega –. Me gustaría no hacer nada, pero no puedo. El problema que tengo es el contrario, el de seleccionar las cosas que todavía me quedan por hacer. Pero debo reconocer que me gusta vivir en el campo. Estoy deseando que llegue la primavera para escuchar el canto del cuco. Es una manía que tengo. Tal vez hasta una neurosis. Pero ¡qué primaveras paso!... Y cuando me toca alguna guerra afuera, estoy deseando volver. Soy un aficionado por la caza menor, aunque ahora me gusta menos. Me gustan mucho los perros. Tengo una Spaniel Breton, Sara, que me sigue por doquier”.
Hoy, Manu remueve el poso de estos recuerdos
mientras contempla su jardín, sentado en su silla de ruedas desde hace más de
dos años, cuando la muerte intentó darle un zarpazo dejándole malherido con un
cáncer de colón, la diabetes, la pérdida de la vista y de ciertos movimientos
de su mano derecha. Fue un primer aviso que le dejó al margen del periodismo
activo pero no de su vida. “El mejor enviado especial que ha dado el periodismo
español –dijo de él Vicente Romero el 25 de junio del 2006, desde el programa
Siluetas, de RNE– es ahora como un viejo león herido, postrado en su lecho,
recuperándose de una delicada intervención quirúrgica, pero sus males son
físicos y no padece esa enfermedad profesional de la nostalgia que amenaza a
quienes han vivido tanto y tan intensamente como él”. Un comentarista le
enviaba un mensaje de rabia y esperanza: “No nos jodas, Manu. Manda ese puto
cáncer a hacer puñetas. Sólo tú puedes con ese sentido inapreciable que tiene
de la vida. Tu presencia y tus libros son unos regalos que no nos merecemos”. Y
otro le deseaba: “Ánimo, maestro, esto es un resfriado al lado de las que
pasaste en Vietnam. Un abrazo y arriba”. Cuando le dejo, sentado en la silla de
su jardín, deseando su pronta recuperación, le oigo comentar con cierta
sonrisa: “Mientras me quede como estoy... Yo sigo aquí jodido, pero contento”,
que suena a resistencia numantina.
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