Las monjas “Adoratrices”: una burla a la Memoria Histórica.
Hermana Teresa Valenzuela Albornoz, Superiora General de la
Congregación, recibe el Premio Derechos Humanos de manos del Rey Felipe VI.
El pasado 13 de abril, en la
Universidad de Alcalá, el rey Felipe VI entregaba el galardón “Derechos Humanos,
Rey de España” a la institución de “Las Adoratrices, Esclavas del
Santísimo Sacramento y de la Caridad”. Un premio que
reconoce la labor de esta entidad, "que se distinguen por la defensa de los derechos
humanos y los valores democráticos en España, Portugal
e Iberoamérica". Y, en un discurso,
alababa a la misma. Semanas más tarde, las víctimas de los reformatorios
dirigidos por esta congregación y auspiciados por el “Patronato de Protección a
la Mujer”, institución franquista implicada en la trama de robo de bebés, planeaban
presentar una queja formal ante el Defensor del Pueblo por este premio. Pero ¿quiénes eran esas monjas
premiadas por el Rey y las altas instituciones culturales?
La labor de las Monjas
Adoratrices se centra en la ayuda a las víctimas de la prostitución y violencia
de género. Durante el franquismo fue una institución
fascista dependiente del Ministerio de
Justicia y dirigida por Carmen Polo de Franco que
criminalizaba a la mujer, se la encerraba y se la sometía a un trato vejatorio. Menores de todos los puntos del país,
repudiadas por sus padres o denunciadas por cometer algún acto considerado
impúdico, podían caer en las redes de los centros del patronato en los que incluso las
embarazadas sufrían todo tipo de vejaciones, encierros y
trabajos casi esclavos. Durante
décadas, la orden de las “Adoratrices” estuvo
vinculada al “Patronato de Protección a la Mujer”,
institución dependiente del Ministerio de Justicia e implicada en la trama de
robo de bebés. Consuelo García del Cid, escritora catalana, cuenta en su libro “Las
desterradas hijas de Eva”, una obra en la que narra el cruel destino que
sufrieran miles de menores consideradas “caídas o en riesgo de caer” durante el
franquismo y en la transición: “Las adoratrices pensaban que nos estaban
salvando pero lo que de verdad pretendían era anularnos. Sus conventos tenían
un régimen carcelario, éramos explotadas
laboralmente, sin
percibir salario alguno, castigadas en cuartos de aislamiento, obligadas a
rezar, fregar, obedecer y fingir, mientras intentaban, con todos sus medios,
anular personalidades, lavarnos el cerebro e imponer el patrón femenino del
régimen con especial devoción”.
“A mí me encerraron en las “Adoratrices”
por pensar –se lamenta Teresa Fernández Giermeno a Josefina Grosso, en Público.es–,
porque me veían como un peligro. Yo era una chica inteligente, que me hacía
muchas preguntas y me cuestionada muchas cosas. Todo empezó en el colegio”. Teresa
recuerda su paso por el centro como tremendo, sobre todo, el día que pretendieron
obligarle a firmar un papel en blanco. Era un consentimiento para quitarle a su
madre su patria potestad en favor del Patronato. “Todo un sin sentido”, lamenta. ”Me
sentí presa. Vi que no tenía ningún control sobre mi vida. Y, en aquel momento,
lo único que podía hacer para seguir sintiéndome persona era dejar de comer”.
Hoy, Teresa es médico de profesión y sabe que estuvo al borde de la muerte. Le
salvó la vida una enfermera que, al ver su estado, lo puso en conocimiento de
su madre.
Todos los testimonios coinciden en
que no percibían remuneración alguna por la labor que realizaban en los
talleres. El Corte Inglés reconoció
que, en los reformatorios, se trabajaba para ellos y se les pagaba a las chicas
por su trabajo. Pero el dinero no llegaba a ellas. “Las Adoratrices –reconoce Consuelo
García del Cid– crearon un sistema penitenciario oculto, colaboraron con el
franquismo y sometieron menores hasta los 25 años. Son mujeres que quieren elevar
su queja formal ante la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, la misma que
dio su visto bueno para premiar a la congregación. “Estoy casi segura que Soledad Becerril no
sabe ni conoce el pasado de las Adoratrices y Felipe VI, tampoco”.
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