El señor Jiwert. *
El señor Jiwert fue el
ser humano más mediocre que uno pueda imaginarse. Falto de luces, siempre se
dijo de él que era una cueva repleta de recovecos imposibles. Su oscuridad se
manifestaba en un halo negro que rodeaba lo que hacía y que provocaba el apagón
de todas las bombillas. Tropezaba con todo: con los árboles y mandaba
cortarlos; con la gente y también mandaba cortarla; con los muebles, sobre todo
con las librerías, que caían a su paso, provocando un desparramo infernal de
letras y palabras, que escapaban para refugiarse en la nada.
El señor Jiwert carecía
de luces porque procedía del mundo de lo oscuro, de ese inframundo donde la luz
es peligrosa y ver está reservado a unos pocos elegidos; donde la ceguera está
impuesta a la mayoría, porque ver conduce al discernimiento y a la posibilidad
de libre elección. Pensar con claridad no estaba bien visto en su inframundo.
En realidad, pocas cosas estaban allí bien vistas, porque ver se podía poco.
El sueño del señor
Jiwert fue siempre provocar un agujero negro lo suficientemente potente como
para absorber y eliminar toda la luz del universo. Desde luego no tenía talento
para tanto, en realidad no tenía talento para nada, pero no dejaba de soñar con
el apagón universal.
Durante la dinastía de
los mandarines populares, estando en el gobierno el emperador Mar-Ia-Ning,
Jiwert se convirtió en un hombre clave. Mar-Ia-Ning odiaba la inteligencia y
todo lo que tuviera que ver con ella le resultaba sospechoso. Por eso eligió a
Jiwert, para llevar cabo el Gran Oscurecimiento Popular. Una tarea ciclópea que
consistía en imponer al mundo el imperio de las tinieblas, un imperio en el que
las ideas morirían y sólo existiría la sospecha. Mar-Ia-Ning encomendó a Jiwert
la tarea de arrasar la luz, de acabar con ella y terminar con cualquier
destello que pudiera iluminar el universo.
Empezó por apagar las
luces de las escuelas, las universidades, academias, museos, institutos de
investigación y creación; ordenó cegar a los maestros y a los sabios, así como
a todo aquel que pudiera ver más allá de lo inmediato; cortó el suministro de
palabras limpias y se contaminaron los mensajes, se dio un tinte azul oscuro a
los discursos, se prohibió la lectura de todo lo que no estuviera dictado y
hasta se prohibió que amaneciera.
Se buscó incluso
alargar la noche y evitar que la luz del sol escapara de control e iluminara
cualquier cosa. Se convocó a consultas al mismísimo sol, porque su luz permitía
ver las oscuras maniobras del gobierno. El sol entonces, que ya estaba muy
quemado, dio un portazo y se marchó del país. Las calles y paseos se volvieron
tan oscuros, que al pasear, la gente no alcanzaba a verse el rostro, solo había
siluetas sin nombre cuya identidad se confundía en una masa de la que resultaba
difícil escapar.
El señor Jiwert, una
vez cumplida su misión, fue premiado con un dorado retiro. Le enviaron a un
país donde aún había luz y el sol aún permitía alumbrar revoluciones. Se dice
que él eligió el destino y que el deseo le fue concedido, pero hay quien dice
que fue enviado allí por Mar-Ia-Ning como embajador, con el fin de comenzar el
zapado, minado y destrucción de los países del entorno.
Como la ambición de
Jiwert no conocía límites y su osadía era comparable a su propia ignorancia,
hizo sus maletas y las llenó de una Nada mortífera capaz de acabar con
cualquier brillo. Persiguiendo su sueño de convertirse en el hombre que apagó
la luz del universo, se instaló a cuerpo de rey en su retiro, empeñado en
provocar la implosión final que acabase con la luz del pensamiento.
Lo que no sabía aquel
embajador de las tinieblas es que, mientras él dormía arropado por una manta
negra, la noche había empezado a deshacerse y en el horizonte se anunciaba el
regreso de un sol que parecía habernos abandonado, pero en realidad sólo había
ido a dar una vuelta. Ahora regresaba para acabar con una noche que amenazó con
ser eterna, pero que ya había empezado a disolverse.
La gente se asomaba a
las ventanas y clamaba mirando al horizonte: “Amanece, que no es poco”.
(*) Pepe Viyuela, actor, firmó este artículo en
Cuartopoder. / Ilustración: Daniel Miñana
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