Revolución catalana. Acto III: El exilio y el reino.
Ramón Cotarelo García, politólogo español, catedrático emérito de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, de la que fue vicerrector entre 1984 y 1988, publicista, escritor y traductor, escribe en su blog Palinuro, sobre la ‘Revolución catalana, acto III: El exilio y el reino’: “A veces, me tachan de hiperbólico por hablar de Revolución catalana. No será para tanto. Pero sí, bien se ve, para la rebelión. Grandes palabras. Aquí se avecina la habitual polémica jurídica sobre la tipificación del delito presunto. ¡Falta el inexcusable requisito de la violencia! se indignan algunos. Eso ya lo ha pensado este fiscal que está en todo, incluido el mundo de la ficción novelesca. El asunto depende, razona el jurista, de lo que se entienda por violencia y, para ello, nada mejor que proporcionar una medida objetiva: la votación del referéndum (ese que no existió, según doctrina de su jefe) fue en realidad, un ‘levantamiento violento’. El mismo fabulador ya había dado muestras de su encendida prosa en su requisitoria para procesar a los dos Jordis ante el TSJC, calificando las multitudes o muchedumbres causantes de los supuestos ilícitos de turbas. No le salió en el TSJC que, al parecer, no apreció delito en las turbas y su señoría llevó los papeles a la Audiencia Nacional, dándose la feliz circunstancia de que estaba de guardia la jueza Lamela quien entendió enseguida la perversidad de las turbas y encerró sin mayores miramientos a los dos Jordis…
“La jueza Lamela ya dio en su
escrito justificando la prisión preventiva sin fianza prueba de una fecunda
imaginación para encajar tipos delictivos a su buen criterio. De forma que, oh
nueva dicha y felicidad, Lamela vuelve a estar de guardia cuando el fiscal
presenta la querella por rebelión contra Puigdemont. Suena, ¿verdad? ‘Puigdemón a prisión’ gritan los
manifestantes y coreaban hace poco unos funcionarios del Tribunal Supremo, en
evidente muestra del clima de imparcialidad de todos los estamentos de la
justicia. Fulminante, la jueza, citó a declarar al MHP y sus colaboradores y ya
les ha preparado fianzas de seis millones de euros. Como es altamente
previsible que no comparecerán, habrá de librarse una orden europea de
detención que iniciará un largo proceso de actos administrativos, judiciales,
recursos, alegaciones, contrarrecursos, apelaciones. Tiempo habrá para acumular
pruebas más que de sobra para demostrar que no hay ninguna posibilidad de
garantizar un juicio justo a Puigdemont. No es muy trabajoso. Basta recordar
que España ocupa el lugar vigésimo segundo de los 28 Estados de la UE y el septuagésimo segundo
de los 148 analizados en el Foro Económico Mundial en punto a independencia
judicial y es probable que hasta el ministro Català entienda que alguna
relación hay entre las garantías de juicio justo y la independencia judicial.
Cuando se tienen estas calificaciones es muy difícil convencer a nadie (salvo
quizá a los croatas o a los iraníes, que aún están peor) de que en España cabe
garantizar un juicio justo a nadie. Con mayor razón a Puigdemont, cuya
peripecia jurídica resume nuestro fiscal literato como ‘Más dura será la caída’.
Es decir, el hombre llevaba tiempo pensando en su desquite.
“Pero se va a quedar con las
ganas y es de temer que la jueza Lamela también. Deberán conformarse con
administrar su justicia en tonos menores, procesando aquí a allá a quien puedan
y desmantelando organismos e instituciones de la Generalitat. En esto, Rajoy ha
entrado como el ejército imperial en Roma en 1527, a saco. Parece poseído de un
frenesí destructivo: ha suprimido el Consejo Nacional para la Transición (quizá
en un acto fallido) y todos los institutos y órganos del autogobierno, con
especial saña el llamado Diplocat. Y no iba a suspender la autonomía de
Cataluña, no. La ha aniquilado. Para nada. Porque es imposible que la virreina
y el consejo del virreinato puedan hacer algo con una administración animada de
un espíritu de resistencia pasiva y desobediencia no violenta en todos los
niveles, desde el autonómico al municipal. No hace falta remontarse al Duque de
Alba. Basta señalar los tres ejes que definen el momento español como una
remake del franquismo: tenemos cientos de miles de emigrantes ganándose la vida
como pueden, tenemos presos políticos y un gobierno en el exilio. Lo suficiente
para convencer a cualquier autoridad belga, administrativa o judicial,
unipersonal o colectiva. No hay garantías de un juicio justo para Puigdemont
porque esta sigue siendo la España de Franco.
“Ese periodo de pugna jurídica -continua Cotarelo- irá paralelo a los preparativos para las elecciones del 21D, convocadas,
obviamente, por presión europea y a regañadientes del gobierno. Las elecciones
dilucidarán la pugna judicial: si los indepes las ganan, Puigdemont regresará a
España como presidente del govern; si las pierden, como presunto
delincuente. La sociedad catalana, el
electorado catalán está forzado a una decisión entre salvar a su presidente o
dejarlo a merced de unos vencedores que de sobra han demostrado no tener
ninguna. El voto se volcará a favor del Presidente. Es de prever una mayoría
independentista superior a la de diciembre de 2015. Frente a ella, la derecha
afila dos guadañas. Una es la grosera: se aplica de nuevo el 155 y se vuelve a
aplicar hasta que los catalanes voten como Santiago y cierra España manda. La
otra es la refinada: se recuerda que unos resultados electorales no pueden
eximir de responsabilidades penales y, por tanto Puigdemont deberá ser
procesado aun habiendo sido elegido.
“La inopinada finta de Puigdemont
ha internacionalizado de golpe el conflicto y lo ha situado en el corazón de
Europa que ahora seguirá el desarrollo de las elecciones con suma atención. Al
igual que lo hará con el trato que reciba durante la campaña electoral una
población muy activa y muy movilizada en materia de derechos y libertades.
Querían unas elecciones autonómicas y se han encontrado con el referéndum que
se negaron a aceptar de principio y por principio y, encima, bajo los focos de
la atención mundial.
“Si ganan los independentistas -concluye Cotarelo- ,
Cataluña habrá consolidado su República. ¿Es o no una revolución? Y los reconocimientos exteriores empezarán a
llegar”.
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