martes, 27 de octubre de 2020

Echar un polvo.

 

La frase se refiere de una forma vulgar al acto sexual y su origen se remonta a los siglos XVIII y XIX, cuando era costumbre entre las clases burguesas y aristocráticas consumir el polvo del tabaco, conocido como rapé. Este polvo era aspirado por la nariz, lo que provocaba molestos estornudos y, para ello, los caballeros que lo consumían en fiestas y reuniones de sociedad se retiraban a otra estancia con la intención de “echarse unos polvos a la nariz”.

Con el tiempo, la excusa para ausentarse de la reunión comenzó a utilizarse también para poder tener encuentros sexuales con la amante de turno, quien esperaba al caballero en otra sala. Al convertirse en una práctica común, se acabó aplicando el término “ir a echar un polvo” al acto sexual. Lo que propició que, cuando los caballeros estaban teniendo un encuentro con la amada y alguien de la reunión preguntaba por su paradero, se le respondía que se había ausentado para “echar un polvo”.

Otra versión (menos fiable) viene de la fórmula litúrgica “Recuerda, hombre, que eres polvo y en polvo te convertirás” o “Polvo somos, del polvo venimos y en polvo nos convertiremos”.

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