Fricciones y deficiencias de la Semana Santa.
Muchas hermandades y
cofradías reconocen que no tienen personas suficientes para cargar sus pasos en
las procesiones. “No hay un relevo generacional desde hace años y el parón de
la pandemia se ha notado”, lamenta Eduardo Suárez, secretario de la Junta de
Hermandades de la Semana Santa de Teruel. Alguna hermandad ha tenido que buscar
soluciones como aligerar los pasos para que puedan ser llevados por menos
personas, 20 en vez de 30. Otros prefirieron volver a ponerles ruedas.
En Jerez, la Hermandad de
las Cinco Llagas ya tuvo problemas el año pasado, cuando hubo de recogerse
prematuramente porque el paso de la virgen se quedó sin costaleros suficientes.
Así que, este año se han anticipado, y han decidido contratarlos, según cuentan
uno de sus fieles, Ernesto Romero. “La
solución que hemos planteado es volver a contar con una cuadrilla de costaleros
asalariados. Va a contar con 48 hombres. Algunos son de Jerez, otros son
hermanos de la cofradía y otros vienen de fuera”, explicó Romero a 'TVE'. “Llevar
un paso, no es fácil. Ese es otro inconveniente a la hora de buscar candidatos.
La imagen puede llegar a pesar más de 1.000 kilos”.
La edad mínima es 16 años
con permiso de los padres. Y, en algunas
cofradías, la edad máxima es hasta los 60 años. Otra condición indispensable es
la altura mínima: tener entre 1'41 centímetros y hasta los 1'63 desde el hombro
hasta los pies. Por último, es necesario pertenecer a la hermandad, pero este
año, igual que el anterior, muchas contarán con personas que no lo son (bien
sea contratadas o voluntarias). Crecen, además, las quejas por la ocupación de
la vía pública por parte de los bares y el cierre de calles que limita el
tránsito de personas. Las fricciones en torno a esta celebración se remontan a
2019, periodo prepandémico en el que se fraguó un cambio de recorrido que
levantó serios recelos, pero que, el año pasado, acumuló numerosas críticas con
una presunta ‘bunkerización’ con gradas y cierres de calle que impedían el paso
de los ciudadanos. Y se censuró lo que muchos consideraron un enclaustramiento
deliberado de los pasos para favorecer la venta de abonos.
Joaquín Urías, en “La
Semana Santa en Sevilla no es tan santa”, dice en ctxt: “Las cofradías de las
zonas ricas del centro de la ciudad surgieron de la contención y falsa
humildad. Visten colas largas de tejidos baratos ceñidas con cinturones de
áspero esparto. Van en un orden estricto y silencioso y emocionan por esa
presencia sólida de la espiritualidad que se impone al bullicio y el jolgorio
al pasar. En cambio, las de los arrabales populares llevan terciopelos y capas,
reparten caramelos y se toman la salida como una fiesta. Tradicionalmente se
levantaban el antifaz a la mínima y aprovechaban cualquier bar para descansar
un momento de tanta penitencia. Esa forma relajada de tomarse las procesiones
esconde una devoción a menudo mucho más profunda por sus imágenes que se
expresaba con las maneras de un barrio humilde y popular. Porque la cofradía
sin el barrio no es nada especial. Y viceversa. El barrio es la unidad mínima
de identidad social y, como tal, la expresión íntima de lo que somos cada uno
de nosotros. En Sevilla esa identidad se plasma de manera emocional en el paseo
por sus calles, una vez al año, de unas imágenes religiosas. Es un fenómeno que
apela a lo que somos más que a lo que creemos. Y, por tanto, en su
espiritualidad, desborda las miras estrechas de cualquier religión y,
especialmente, los mandatos estrictos de la iglesia católica”.
Curiosamente, con la
llegada de la República, la derecha de la Semana Santa de Sevilla de 1933 decidió
boicotear la salida de procesiones, usando como pretexto el miedo a los rojos y
usándolo como reclamo electoral. Los rojos, mientras, hicieron todo lo posible
para que las cofradías salieran (aunque sin subvenciones ni crucifijos en la
escuela).
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