Cuando la ciudad duerme…
Vigilante de seguridad.
Cuando la ciudad duerme, los vigilantes se mueven. “Entonces, nadie te molesta, pero el silencio puede ser más inquietante que el bullicio del día”. Así se lo contaba a uno de ellos a Daniel Martínez en eldiariocantabria.público.es. Miguel P. lleva años velando por la seguridad mientras la ciudad duerme. Y su rutina, marcada por la soledad, el silencio y la incertidumbre, reflejaba la cara poco visible de la noche. “Cuando el reloj marca las diez de la noche, muchos ya se han rendido al descanso. Es entonces cuando comienza el turno de Miguel P., vigilante de seguridad en una gran superficie alimentaria. ‘Ahora estoy en Makro’, contaba Miguel con naturalidad, como si nombrara su segundo hogar. Y, mientras trabajaba, solo, el resto de habitantes dormía. Miguel lleva varios años en el oficio. No lo buscó; fue el destino el que le empujó a este trabajo. ‘Fue un antiguo jefe el que me metió en esto’, recuerda. Desde entonces, su trabajo ha sido una constante en la noche. Y lo mismo que otros disfrutan con una copa en la mano, él la recorre con linterna y walkie talkie en el cinturón. Como vigilante de seguridad, Miguel trabaja por turnos y, según cuenta, las noches son distintas. ‘Durante las noches la operativa cambia. Es más tranquila, sin clientes, pero con la tensión de posibles robos o alarmas estando solo. Nadie te molesta, pero el silencio puede ser más inquietante que el bullicio del día’, reflexiona. Miguel pasa muchas horas en soledad. ‘Por la noche, sólo hay un vigilante. También por la tarde, pero por la noche se nota más. Haces las rondas tú solo, una cada hora más o menos. Depende del puesto, pero siempre estás solo con tus pensamientos”.
Pero, ¿qué riesgos tienen los vigilantes de seguridad? ¿En qué consiste su trabajo? ¿Se limitan a la simple observación o van más allá? Son profesionales que desempeñan un papel activo en la prevención de incidentes, la gestión de crisis y la protección de personas y activos. Su labor es esencial en la comunidad, y, para llevar a cabo estas tareas de manera efectiva, se requieren competencias específicas. Sus cualidades son, a menudo, requeridas por las exigencias del mercado. “Además de ser responsables de mantener la seguridad física, a menudo actúan como la primera línea de respuesta en situaciones de emergencia, como incendios, evacuaciones o situaciones médicas urgentes. Su capacidad para mantener la calma bajo presión, coordinar evacuaciones y brindar asistencia básica es crucial en momentos críticos. Además, su presencia visible puede disuadir a posibles infractores y promover un entorno seguro para todos. Ser un vigilante significa asumir la responsabilidad de la seguridad de otros y estar preparado para responder correctamente a una amplia gama de situaciones, lo que convierte esta profesión en una de las más desafiantes y gratificantes en el campo de la seguridad. Aunque es una profesión que implica ciertos riesgos, no necesariamente significa que sea peligrosa. Como en muchas ocupaciones, la seguridad depende en gran medida de la formación, la preparación y la adhesión a las mejores prácticas. Y, si bien es cierto que estos profesionales pueden encontrarse con situaciones potencialmente peligrosas, la mayoría de las veces, su mera presencia disuade a posibles infractores y contribuye a mantener la calma y el orden. Sin embargo, es importante reconocer que hay circunstancias en las que los riesgos son más pronunciados, y los vigilantes de seguridad deben estar debidamente capacitados para hacer frente a estas situaciones. Es por ello que aquí analizaremos en detalle algunos de los riesgos más comunes que pueden surgir en el trabajo de un vigilante de seguridad”.
El trabajo de un vigilante
de seguridad varía, según el entorno y la ubicación en la que operen. Sin
embargo, se enumeran hasta siete riesgos comunes que pueden encontrarse en su
labor diaria:
Conflictos físicos y verbales.
A menudo, deben lidiar con personas enojadas o confrontativas. Lo que puede
desencadenar conflictos físicos o verbales y aumenta el riesgo de lesiones
tanto para los propios vigilantes como para las personas involucradas. La
formación en gestión de conflictos y técnicas de comunicación efectiva es
esencial para minimizar este riesgo.
Robo y hurto. En entornos
minoristas y de seguridad patrimonial, están expuestos al riesgo de enfrentarse
a intentos de robo y hurto. Esto puede poner en peligro su seguridad personal, en
especial, si se enfrentan a individuos desesperados o violentos.
Situaciones de emergencia.
A menudo, son los primeros en responder a situaciones de emergencia, como
incendios, inundaciones o evacuaciones. La falta de capacitación adecuada o la
exposición a situaciones peligrosas pueden aumentar el riesgo durante estas
circunstancias.
Acceso a sustancias peligrosas.
En lugares industriales o de almacenamiento, pueden encontrarse con sustancias
peligrosas, como productos químicos inflamables o tóxicos. La exposición
accidental a estas sustancias representa un riesgo significativo para la salud.
El trabajo de patrullaje y supervisión física puede exponerles a lesiones
físicas, como torceduras, fracturas o lesiones en la espalda.
El estrés y la fatiga son
riesgos crónicos en la profesión. La necesidad de mantener la vigilancia
constante y la posible exposición a situaciones estresantes pueden tener un
impacto negativo en la salud mental y física de estos profesionales.
Los vigilantes son conocedores de los sistemas de seguridad y, en algunos casos, pueden ser blanco de actos delictivos por parte de individuos que buscan eludir la seguridad. Esto aumenta el riesgo de ser víctimas de robos u otros delitos. A pesar de estos riesgos, es importante destacar que una formación adecuada, la adhesión a protocolos de seguridad y la preparación constante pueden ayudar a minimizar estos peligros y garantizar que realizan su trabajo de manera segura y efectiva.
Pese a estas y a otras
advertencias, Miguel P. sabe que la soledad es parte del uniforme. “Te dan un walkie talkie por el que te llaman cada hora para
saber que estás bien y ahí te dejan haciendo rondas, pendientes de que no pase
nada. Aunque es difícil y no suele pasar nada, alguna vez ha pasado”, admite.
Daniel Martínez concluye que, de todos estos años que lleva trabajando en
vigilancia, recuerda su primera noche como la más inquietante. Y relata su
experiencia: “Al ser mi primera noche solo, fue muy tétrica. Todo estaba
oscuro, no se oía nada”. Y, aunque asegura que nunca ha tenido un incidente
grave, sí ha sido testigo de situaciones curiosas. “Teníamos un patinete
eléctrico y un chaval de unos quince años salió con él tan tranquilo,
saludándonos como si fuera suyo”. También
ha vivido escenas más tensas. “En Santander, la ciudad del transporte, entraban
unos chicos albaneses que rajaban los camiones para pasar la aduana como
polizones y una vez, dejando las llaves, sí que les vi entrar”. Miguel cuenta
que “estás solo para todo un complejo. Si pasa algo gordo, lo único que puedes
hacer es llamar a la Guardia Civil o a la Policía. No tenemos medios”. El mayor
enemigo no son los ladrones, sino el sueño. “Es lo más duro de este trabajo.
Terminas a las seis de la mañana y, aunque intentas dormir unas horas, no
descansas igual. Al final, el cuerpo lo nota”. Miguel no tiene ningún truco
para mantenerse despierto. “Ni un café, ni comer mucho. Ya me he acostumbrado a
los turnos de noche y como siempre me ha gustado trasnochar, no me resultó muy
difícil. Pero sí, hay noches que cuesta mantenerse despierto”. En cuanto a su
vida personal, reconoce que los turnos nocturnos la condicionan. “Afecta,
claro. Pierdes tiempo de ocio. Aunque también es verdad que, como trabajas
cuando los demás duermen, puedes aprovechar algunas horas del día. Pero no es
lo mismo”. Pese a todo, Miguel no se queja. Daniel le pregunta si se imagina en
un trabajo con horario normal, de lunes a viernes. “Sí, me gustaría. Algo de
mañana, siempre. Pero bueno, ya me he acostumbrado a esto”. A los jóvenes que
se planteen seguir este camino, les lanza un mensaje directo: “Que lo estudien,
que hagan el curso. Faltan vigilantes. Es un trabajo necesario. Por mucha
seguridad que haya, siempre hay vulnerabilidades”. En su formación recibió
nociones básicas de defensa, pero admite que los vigilantes no están preparados
para enfrentarse a situaciones de riesgo: “En el curso te enseñan algo, pero a
nivel personal... estamos bastante vendidos. No podemos hacer mucho”. Cuando la
ciudad duerme, Miguel vigila. No con armas ni grandes discursos. Sino con la
certeza de que alguien tiene que estar ahí, en la sombra, cuando todo parezca
estar en calma. Porque como él mismo dice: “La seguridad siempre va a ser
necesaria”.
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De tal palo, tal astilla. Málaga, año 2025: Niñas y niños entonando la conocida canción infantil “Soy el novio de la muerte”, “perfecta pedagogía musical” para emular de mayores las “hazañas” de Millán Astray y su banda del 36....
En Palestina sigue habiendo prendimientos, perseguidos e inocentes asesinados. Dolorosas, mártires, santos entierros y demasiado silencio internacional. Más nos valdría tener más compasión al prójimo, proteger a los débiles y menos de adorar a ídolos cargados de sedas, oros y joyas. (Skakeo FanZine)
Nuevas noticias con el despropósito del Govern de Mazón: la Generalitat destruyó las imágenes del Palau del día de la DANA y conservó las del Cecopi. Si, en el PP, se cansan algún día de la política podrían reconvertirse en una empresa de destrucción de documentos. Podrían llamarse Pulverizamos Papeles S.A. Gran experiencia en discos duros. La Generalitat dice que las imágenes se eliminaron en “cumplimiento de la ley” al no haber sido requeridas por las fuerzas de seguridad y al no considerarse un caso “excepcional”. La oposición cree que el Govern de Mazón intenta “esconder” qué estuvo haciendo el president hasta su llegada al Cecopi. Otra prueba más de la transparencia del Ejecutivo de Mazón, como lo del audio que la Aemet ha denunciado que manipularon, la lista de llamadas de Mazón o lo de no mostrar el ticket de El Ventorro. Son a la transparencia lo mismo que Abascal al trabajo o que Miguel Bosé a la sensatez. (Tremending)
El novelista
peruano-español y Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa falleció el pasado
domingo a los 89 años en su casa de Lima. Fue el autor de obras maestras como
“La ciudad y los perros “(1963), “La guerra del fin del mundo” (1981) o “La
fiesta del chivo” (2000), pero también de opiniones políticas más de derechas
que el grifo del agua fría. Pasó de simpatizar con Fidel Castro a abrazar el
neoliberalismo y las tesis de la derecha latinoamericana. Apoyó a candidatos derechistas
y ultraderechistas y se hizo un famoso gafador de elecciones. Como lo que
votaban los latinoamericanos a veces “no le gustaba, aseguró desde una
convención del PP que estos votaban “mal” y añadió: "Lo importante de unas
elecciones no es que haya libertad [...] sino votar bien”. También aseguró que
el feminismo es “el más resuelto enemigo de la literatura”. (Tremending)
La Universidad de Harvard ha desafiado abiertamente a la administración Trump, que pretendía condicionar miles de millones en financiación federal a cambio de suprimir programas de diversidad, eliminar criterios raciales en las admisiones y colaborar con migración. Todo, bajo la excusa de “combatir el antisemitismo”. Alan Garber, presidente interino, ha sido tajante: “Ningún gobierno debe dictar qué se enseña, a quién se admite o qué se investiga.” Horas después, llegó el castigo: más de 2.200 millones congelados. Pero Harvard ha aprendido del caso Columbia, que cedió ante presiones y fue igualmente castigada. Esto no va solo de una universidad. Va del futuro de la educación superior, de la libertad académica y del derecho a disentir frente a un gobierno que quiere imponer su ideología a golpe de talonario. Más de 800 profesores han firmado una carta de apoyo. Ya hay acciones legales en marcha. Y Harvard, con su gigantesca dotación, ha decidido luchar. ¿Estamos ante el inicio de una resistencia académica organizada frente al autoritarismo? Si Harvard cae, vendrán a por todas. Y, si resiste, puede ser el faro de una nueva ola de dignidad educativa.
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