Trump rompe, China recoge.
Con aranceles del 34%,
Trump ha puesto patas arriba el comercio global. La UE y China, ambas en la
diana, se ven obligadas a acercarse... pero con recelos. La relación es
contradictoria: China es a la vez socio, rival sistémico y competidor desleal.
El comisario de Comercio
de la UE viajó a Pekín para negociar la paz arancelaria. Francia logró evitar
(temporalmente) que China castigue al brandy. España, gran exportadora de
cerdo, respira… por ahora.
Pedro Sánchez no se queda
atrás. Esta semana viaja a China y Vietnam con un triple objetivo:
🔹 Recolocar exportaciones afectadas
por los aranceles de EE. UU.
🔹 Atraer inversión china (coches,
hidrógeno, baterías)
🔹 Y reducir el enorme déficit
comercial: compramos 40.000 millones, vendemos solo 7.000.
Pero la UE también teme
que el tsunami arancelario de Trump desvíe un aluvión de productos asiáticos
hacia Europa, con dumping incluido. Von der Leyen ha advertido: "No
podemos absorber el exceso de capacidad mundial".
Por eso, Europa
diversifica: acuerdo con Mercosur, negociaciones con India, Sudáfrica, México,
Indonesia, Tailandia...
China aparece como
posible salvavidas... o como otro iceberg.
En medio de esta
tormenta, Sánchez busca aliados. Y mercados.
(Spanish Revolution)
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