jueves, 8 de mayo de 2025

“Genocidios al por mayor”.

 

Funeral de palestinos muertos en los ataques israelíes, en el hospital Al Shifa de la ciudad de Gaza. REUTERS.

Así titula David Torres en Público la permanencia indiferente ante el asesinato masivo y planificado de seis millones de seres humanos. Una respuesta en un pequeño enclave de Oriente Medio denominado Gaza.  “Sabemos que Israel está perpetrando un genocidio demencial ante los ojos del mundo; que ha matado a docenas de miles de personas, muchas de ellas menores de edad; que el férreo bloqueo a la ayuda humanitaria va a provocar una hambruna de proporciones dantescas; que finalmente los pocos palestinos supervivientes serán expulsados vete a saber dónde y en su territorio se levantará un complejo hotelero sobre los huesos de las víctimas. Lo sabemos y nos importa un carajo.

“Algún día, si hay tiempo y oportunidad, nuestros descendientes quizá se pregunten cómo permitimos este espanto, cómo ningún líder occidental u oriental decidió oponerse a esta atrocidad, cómo ni un solo país civilizado decidió romper relaciones con un estado abiertamente racista y homicida para condenarlo al ostracismo internacional. Es posible incluso que algún historiador cuestione la ceguera unánime, la sordera colectiva ante los gritos de semejante matanza, el silencio cómplice de los medios de comunicación en plena era digital, cuando las imágenes de la barbarie –familias exterminadas, periodistas asesinados, hospitales bombardeados, niños famélicos– corren por las redes sociales en un carrusel de sangre, inofensivas como si fuesen memes, chistes o fotogramas de una película.

“Sin embargo, no vale la pena hacerse ilusiones. Lo más probable es que el genocidio palestino pase a engrosar algún departamento perdido de Historia Contemporánea, antes de extraviarse para siempre en el olvido, en el cajón de los genocidios sin memoria. Tal vez, en un futuro no muy lejano, algún novelista curioso investigue el destino de los palestinos masacrados en Gaza a manos de Israel para intentar explicarse mediante la ficción como un pueblo pudo ser borrado del mapa con absoluta impunidad, como en su día lo fueron los cátaros. A veces únicamente la ficción sirve para apuntalar la realidad, sobre todo cuando la realidad parece mentira.

“Entre la indiferencia y el beneplácito de la comunidad internacional, el ejército israelí está llevando a cabo una operación de limpieza étnica muy parecida a la que –a una escala mucho mayor en términos geográficos– realizó la caballería de Estados Unidos contra las naciones indias en el siglo XIX. Parecida no sólo en la crueldad, la rapiña y la desvergüenza, sino también en las excusas con las que se justifica. Al igual que los apaches o los sioux, los palestinos no sólo no tienen el derecho a defenderse de la usurpación y los saqueos de los colonos, sino que ni siquiera son considerados seres humanos. Son terroristas natos, monstruos, insectos. Han sido desposeídos de todo, incluso de su pertenencia a la misma especie, para que la democracia pueda avanzar camino del Sinaí del mismo modo que los carromatos y las vías del tren rumbo a California.

“En Sudamérica, en Australia, en Mongolia, en China, en Nigeria, en Rusia, en todas partes la Historia se ha escrito siguiendo el mismo guion sanguinario en el que los fuertes exterminan a los débiles y los civilizados a los salvajes. En nombre del progreso y la civilización murieron diez millones de congoleños y luego dos millones de armenios: ahora les toca el turno a los palestinos y lo que debe extrañar al carnicero de Netanyahu es por qué tanta gente protesta por unos cuantos miles de niños muertos, cuando nadie ha movido un dedo por los uigures o los sudaneses -y ni siquiera piensa en moverlo. Por suerte, Netanyahu está en el lado bueno de la Historia, como Mustafa Kemal Atatürk o el rey Leopoldo II de Bélgica. En una novela imprescindible, Heart of Darkness, Conrad cartografió el corazón de las tinieblas tras su descenso al infierno del Congo, un infierno que no estaba en el centro de África ni en ningún otro lugar físico, sino en la maldad, la avaricia y la indiferencia criminal del ser humano. Como explicaba el sargento instructor de La chaqueta metálica: ‘El fusil sólo es una herramienta, lo que mata es un corazón de piedra’.

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