miércoles, 23 de julio de 2025

¿Estamos viviendo el fin de Trump?

 


Trump no está cayendo por una conspiración. No es víctima de los medios, ni del sistema judicial, ni de un ataque político externo. Su quiebra, si llega, será por implosión. Por acumulación de cinismo. Porque incluso los mitos necesitan una coherencia mínima para sostenerse. Y la suya ha colapsado.

Durante años construyó una figura de outsider incorruptible, el supuesto enemigo del “pantano”, el redentor de una América herida. Pero esa construcción —ya lo sabíamos— no era más que marketing emocional barnizado con resentimiento de clase. Lo sabíamos nosotras, claro. Pero ahora empiezan a intuirlo incluso sus fieles. El escándalo Epstein no golpea en la esfera política. Golpea en la moral. Y el silencio que ha elegido Trump no solo no lo salva: lo condena.

El trumpismo no fue ideología, sino liturgia. Una religión laica basada en la fe en un hombre que prometía revelaciones. Pero ahora que las sombras que debía denunciar parecen ser las suyas propias, el relato se rompe. El profeta se ha vuelto sospechoso. El que prometía abrir los sótanos, los habita.

Cuando hasta sus votantes se hacen preguntas que antes eran anatema —¿por qué protege a los monstruos?, ¿por qué su fiscal general oculta los archivos?, ¿por qué niega lo que antes denunciaba?—, el problema no es de relato. Es de estructura. Ya no se tambalea su gobierno. Se resquebraja su mito fundacional.

En política, todo símbolo muere dos veces. Primero cuando se deslegitima. Después, cuando se banaliza. Y Trump ha entrado ya en esa segunda fase: la del líder que ya no representa una esperanza sino una farsa prolongada. Una parodia de sí mismo, resistiéndose a desaparecer del escenario, aunque la función haya terminado hace rato.

¿Estamos ante el principio del final? ¿Ha empezado la caída de la ficción? ¿O solo asistimos a una nueva mutación del cinismo contemporáneo, donde ya ni siquiera hace falta ocultar la podredumbre para mantenerse en pie?

No creemos en el apocalipsis redentor, pero sí en las grietas. Y esta lo es. Porque cuando hasta los mentirosos pierden el control de su mentira, hace falta alguien que no mire hacia otro lado.

(Javier F. Ferrero)

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