21 de diciembre. Poderoso caballero... es don dinero.
Desde hace seis años, en las entrevistas y reportajes de los diarios y revistas o en cualquiera de las emisoras de radio o televisión existentes que uno mira, escucha o lee, se habla de la relación que tenemos con el euro. Es como si esta nueva moneda hubiera sido el nuevo dios que nos salvara a todos de una inesperada hecatombe y nos asegurara un puesto dentro de los países grandes. Las advertencias y amonestaciones no dejan de repetirse: que si el euro, pese a habernos sorprendido a no pocos en fuera de juego, ha colocado a España en la octava economía de Europa; que si la fiebre del euro nos ha atrapado a todos sin excepción; que si este dinero ha sido como un nuevo juego en nuestras manos; que si sirve ahora para esto o para aquello…
Todo lo que, hasta ese momento, se movía en torno a la peseta, a partir del 1 de enero del 2002 se ha movido, si cabe, todavía con más pasión en torno al euro. La antigua moneda de cada país europeo (el marco alemán, el franco francés, la lira italiana, la dracma griega, la peseta española, etcétera,) se ha convertido en esa moneda común que cualquier europeo puede utilizar, aunque los precios, los sueldos y la lengua de cada uno de ellos han seguido siendo los propios de cada país. Lo único que ha cambiado ha sido el nombre y su género que, de femenino –la peseta española, la lira italiana, la dracma griega–, han pasado a ser masculinos –el euro europeo–, pero con los mismos propietarios y especuladores e idénticos ladrones que, potenciados por el cambio, siguen aplicando sus ardides para hacerse con lo ajeno. El esfuerzo cotidiano del trabajador, sea francés, italiano, alemán, español, que se gana el pan con el sudor de su frente, ha sido, como siempre, recompensado de manera diferente por el patrón. Mientras éste ha podido seguir viviendo holgadamente, el obrero no ha dejado de tener problemas para que su sueldo le llegase a fin de mes y los costes –lo que antes valía de 100 pesetas ahora le cuesta un euro– no le superasen.
Muchos de los obreros de entonces siguen hoy sin poder vivir con un mínimo de dignidad y no pocos de los parados de entonces siguen hoy sin trabajo. Es decir, que todo ha seguido igual como hasta ahora, con las mismas diferencias entre unos y otros o peor aún. O con un aumento a favor de unos y en contra de otros.
¡Qué razón tenía el Arcipreste de Hita cuando escribía!:
“El dinero es del mundo el gran agitador,
hace señor al siervo y siervo hace al señor,
toda cosa del siglo se hace por su amor”.
Cuántas cosas se han hecho por amor al dinero. No en vano ya nos lo advirtió Francisco de Quevedo y lo cantó Paco Ibáñez:
“Poderoso caballero, es don, don, dondón, din don es don dinero”.
Por cierto, que encontré un par de sentencias provenientes del saber popular que me vienen al respecto como anillo al dedo:
- Amigo sin dinero, eso quiero, que dinero sin amigo, no vale un higo.
- Antes mujer de un pobre, que manceba de un conde.
- A la mujer ni todo el amor ni todo el dinero, porque a la larga te quedas en los huesos.
- Bien me quieres, bien te quiero, no me toques el dinero.
- Cuando el dinero habla, la verdad calla.
- El dinero corrompe al hombre.
- El dinero es buen servidor, pero como amo no hay nada peor.
- El dinero requiere tres cosas: saberlo ganar, saberlo gastar y saberlo despreciar.
- El oro hace poderoso pero no dichoso.
- En el mundo entero llaman “señor” a quien tiene dinero.
- Mas vale riqueza de corazón que riqueza de posesión.
- Por dinero baila el perro.
- Vanidad exterior es el indicio de pobreza interior.
Por supuesto que hay otras muchas. Así que, si se os ocurre alguna...
Todo lo que, hasta ese momento, se movía en torno a la peseta, a partir del 1 de enero del 2002 se ha movido, si cabe, todavía con más pasión en torno al euro. La antigua moneda de cada país europeo (el marco alemán, el franco francés, la lira italiana, la dracma griega, la peseta española, etcétera,) se ha convertido en esa moneda común que cualquier europeo puede utilizar, aunque los precios, los sueldos y la lengua de cada uno de ellos han seguido siendo los propios de cada país. Lo único que ha cambiado ha sido el nombre y su género que, de femenino –la peseta española, la lira italiana, la dracma griega–, han pasado a ser masculinos –el euro europeo–, pero con los mismos propietarios y especuladores e idénticos ladrones que, potenciados por el cambio, siguen aplicando sus ardides para hacerse con lo ajeno. El esfuerzo cotidiano del trabajador, sea francés, italiano, alemán, español, que se gana el pan con el sudor de su frente, ha sido, como siempre, recompensado de manera diferente por el patrón. Mientras éste ha podido seguir viviendo holgadamente, el obrero no ha dejado de tener problemas para que su sueldo le llegase a fin de mes y los costes –lo que antes valía de 100 pesetas ahora le cuesta un euro– no le superasen.
Muchos de los obreros de entonces siguen hoy sin poder vivir con un mínimo de dignidad y no pocos de los parados de entonces siguen hoy sin trabajo. Es decir, que todo ha seguido igual como hasta ahora, con las mismas diferencias entre unos y otros o peor aún. O con un aumento a favor de unos y en contra de otros.
¡Qué razón tenía el Arcipreste de Hita cuando escribía!:
“El dinero es del mundo el gran agitador,
hace señor al siervo y siervo hace al señor,
toda cosa del siglo se hace por su amor”.
Cuántas cosas se han hecho por amor al dinero. No en vano ya nos lo advirtió Francisco de Quevedo y lo cantó Paco Ibáñez:
“Poderoso caballero, es don, don, dondón, din don es don dinero”.
Por cierto, que encontré un par de sentencias provenientes del saber popular que me vienen al respecto como anillo al dedo:
- Amigo sin dinero, eso quiero, que dinero sin amigo, no vale un higo.
- Antes mujer de un pobre, que manceba de un conde.
- A la mujer ni todo el amor ni todo el dinero, porque a la larga te quedas en los huesos.
- Bien me quieres, bien te quiero, no me toques el dinero.
- Cuando el dinero habla, la verdad calla.
- El dinero corrompe al hombre.
- El dinero es buen servidor, pero como amo no hay nada peor.
- El dinero requiere tres cosas: saberlo ganar, saberlo gastar y saberlo despreciar.
- El oro hace poderoso pero no dichoso.
- En el mundo entero llaman “señor” a quien tiene dinero.
- Mas vale riqueza de corazón que riqueza de posesión.
- Por dinero baila el perro.
- Vanidad exterior es el indicio de pobreza interior.
Por supuesto que hay otras muchas. Así que, si se os ocurre alguna...
3 comentarios:
Si., fue una práctica generalizada en la hosteleria de nuestro país la identificación de la moneda de 100 pts. llamada "chocolatina" con la moneda de 1 euro. De un dia para otro un café con un bollo costaba unas 500 pelas de las de antes. Más especialmente se advirtió esta actitud en los comerciantes chinos y sus establecimientos de "todo a 100"
quitando los ceros olimpicamente. Me pregunto de donde vendrá la frasecita tan manida "te engañaron como a un chino" Y me pregunto tambien ¿que diferencia a Pedro Solbes de Rodrigo Rato? a parte del color de las corbatas o alguna otra simpleza por el estilo. Quizá sea en las medidas correctivas que puntualmente ofrecen para contener la inflación. 1ª botellón. 2ª conejo. 3ª Estar más en casa. (sobre todo el 1ª de Mayo) Y Candido Mendez y Feliciano Fidalgo cada día más felices, orondos y contentos. Han logrado la trascendencia pública, casi espiritual por su forma de estar, no estando. Como presencias ausentes. No podrían tener mejores nombres propios.
chiflos.
A propósito de expresiones españolas tal como “te han engañado como a un chino” que Chifflos nos recuerda, hay otras muchas como “naranjas de la China”, “escribir con tinta china en papel chino”, “un trabajo de chinos”, “tirar con tirachinas", “tocar a uno la China”, o “trabajar como un negro", "hacer una judiada”, “vaya gitanada”, etcétera. Ignoro por qué el español es tan cabrón con los chinos y otras etnias a las que parece despreciar. Es obvio que pueden resultar ofensivas para toda una comunidad. Y pese a que muchos las utilizan sin mala intención – según el Diccionario de la RAE, un Cochino Chino es aquel cerdo que carece de cerdas (para el que no lo sepa las cerdas son los pelos del cerdo)–, habría que evitarlas a toda costa para no herir susceptibilidades.
Santiago Miró
Estoy de acuerdo, pero si cabe alguna duda, permitaseme precisar que en el comentario introduzco esa expresión, cuestionando su procedencia y/o motivo que da origen a la misma, por no considerarla ajustada ni cierta, menoscabando incluso el aserto por despreciar la carga de contenido implicito y peyorativa que la frase conlleva. Es decir, no concedo ingenuidad ni oligofrenia siquiera leve o moderada a los individuos de raza china, por el mero hecho de serlo, y de tratarse de una generalización absolutamente infundada, sino -antes al contrario- y para demostrarlo y no extenderme en ensalzar las virtudes del pueblo chino, no cabria mejor ejemplo que "jugar a los chinos."
chiflos.
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