sábado, 14 de marzo de 2009

Se nos fue Quintín Cabrera.


Hace unos días intenté ponerme en contacto con mi amigo, el trovador uruguayo Quintín Cabrera, recién operado de un pulmón. Había hablado con él por teléfono cuando estaba internado en el hospital y me pareció que estaba en proceso de recuperación. Pero cuando volví a llamarle ya no se encontraba en el mismo teléfono. Llamé varias veces a Lole, su mujer, pero nadie me respondía. Hasta que ayer, leyendo el blog de Antonio Piera, me enteré de que el jueves había muerto, debido a las complicaciones surgidas tras un trasplante de pulmón. La incineración de su cuerpo era en Alcorcón a las cinco y media de la tarde. Y allí fui, para darle mi último adiós de despedida.

Quintín había llegado a España unos años antes de que su país, Uruguay, se convirtiera en una carnicería. Llegó cantando que él había nacido en Montevideo y “qué vida tan diferente, la mía y la suya, señor presidente”. Manuel de la Fuente recuerda que fue “poeta del combate y de la ternura y que hizo peña y piña entonces con todos esos cantautores que levantaban, al final de la Dictadura, sus barricadas de rimas y de besos, de estribillos y de versos”. Quintín llevaba con orgullo el hecho de ser uno de los cantantes del mundo que más ha actuado en actos solidarios por la lucha de los pueblos.

En el tanatorio, me encontré con sus amigos, su mujer, sus tres hijos y con parte de la cultura marginal que le apoyó hasta sus últimos momentos. Allí estaban el docente y escritor Fernando González Lucini, autor de trece libros entre los que destaca "Y la palabra se hizo música", el poeta Carlos Álvarez, Manuela Temporelli, el novelista Serafín Picado de la Cruz, con su inseperable pipa, Enrique Patiño, director de Trotea, el cantante de Valladolid Eliseo Bayo, Francisco Frutos, ex secretario general del PCE, Ramón Soris, secretario del PC de Madrid, y más de un centenar de personas amigas o compañeras de Quintín, muchas de las cuales yo no conocía, viviendo los mismos sentimientos por un amigo que acaba de marcharse de esta vida. Por cierto que el próximo 27 de los corrientes, a las 22,30, en el auditorio Marcelino Camacho, de CCOO, se rinde un homenaje póstumo al poeta-cantante dentro del ciclo "Cantando a la luz de la luna".

Vi brotar muchas lágrimas en un ambiente de desolación pero no de desesperanza. “Nunca entenderé –comentaba Carlos Álvarez– la manía que tienen los demás de morirse”. Unas tiras de rosas rojas, amarillas y moradas simbolizaban la bandera republicana con unas cintas en las que se podía leer: “Hasta la victoria siempre. Tus compañeros del PCPE”. Al lado de su féretro –¡qué palabra más macabra para él, que siempre estuvo liado con la poesía y la magia de las palabras!– alguien habló de “la memoria de Quintín, que no puede perderse”. Luego, Diego Galán, interpretó con su violín una emotiva música compuesta por el propio Quintín, compañero suyo: “Cuase um fado”. Por último, antes de que fuera incinerado, todos entonaron la internacional. Y se llevó el aplauso más largo y entusiasta conocido. Se nos fue Quintín de nuestra vista, pero no de nuestra vida. Recuerdo hoy su “Tercer parte médico y/o de guerra”

Agradezco el aluvión
de correos recibidos.
Veo que me han entendido
y me da satisfacción
comprobar que hay un montón
de amigos por todo el mundo
animándome. Profundos
sentimientos me invadieron.
Mucho más fuerza me dieron
y por eso no me hundo.

Las pruebas preliminares
ya se acaban, compañeros,
estoy listo (eso espero)
a navegar por los mares
del bisturí, si los zares
del quirófano se fían
de escáners, ecografías
ensayos, experimentos,
tomografías y cientos
de estudios, radiologías.

En pinchazos estoy ducho
(así lo exige el programa)
y en electrocardiogramas
y en contrastes, porque mucho
me estudian en un cuartucho (*)
Me han hecho citologías,
miran venas y otras vías.
De los tejidos, biopsia.
¡Esperemos que la autopsia,
tarde un poco todavía!

Me he convertido en experto
en pasillos de hospital
y en plantones, menos mal,
de que soy un tipo abierto
y no me ofusco. Acierto
a llevar literatura
así se hace menos dura
la espera y la expectación.
Hermanos: resignación
ya tengo más que los curas.

Treinta tubitos llenaron
con sangre de este oriental (**)
¡Ay, amigos, menos mal
que vi que los separaron!
pues con lo que me sacaron
seguro que hacen morcillas.
Y me tiemblan las rodillas
con las espirometrías,
Me cuesta mucho, ¡a fe mía!
soplar por esas boquillas.

¡Por fin estoy bien de algo!
La doctora me decía
que la densitometría
evidenciaba que salgo
bien parado, como un galgo
corriendo tras de su presa,
que mis huesos, ¡oh sorpresa!
están sanos (de momento)
y no son impedimento
para operarme en su mesa.

Eso sí: sigo cantando
¡que a burro nadie me gana!
La causa republicana
estuvimos celebrando
porque el mes de abril es cuando
me llaman para cantar
de muchos sitios y estar
denunciando a los Borbones.
Me da más satisfacciones
que peces tiene la mar.

También he grabado un disco.
como siempre, con amigos.
A pesar de todo, sigo
componiendo, aunque arisco.
Si bien uno ya está bizco
de observar tanto dolor
siempre lo mueve el amor
por los suyos, por la lucha
y su canto desembucha
de su pecho, lo mejor.

Además, juntos cantamos
con mi admirado Luís Barros
y destapamos el tarro
de esencias. Los dos estamos
convencidos que a los amos
del capital duro y cruel
se les pone mal la piel
si cantamos solidarios
sones revolucionarios
con la Cuba de Fidel

Así, con medio pulmón,
yo aquí sigo, dando guerra,
que el que a la vida se aferra
siempre tiene la ilusión
que con determinación,
con mucho amor y alegría
pasa el mal trago. Y el día
que me den el alta haremos
fiesta. Te invitaremos.
Y a toda la cofradía.

No ocupo más la atención.
Por hoy me despido. pero
el próximo parte, espero,
no sea el de defunción.
Y si pasan por Luzón
(tiene buena carretera)
no olviden que los espera,
con fibrosis pulmonar,
muy jodido, a su pesar,
su amigo Quintín Cabrera.

(*) Lo de “cuartucho” no está escrito para rimar. Es real. Me atienden en un despachito de tres metros por dos que un día, cuando las horas de esplendor de Puerta de Hierro, guardaban las escobas. Tengo que consignar la buena voluntad de todo el personal del Hospital que, pese a las pésimas condiciones en las que trabajan (pacientes en camillas y sillas de ruedas atorando pasillos, miles de personas deambulando, falta de espacio, zozobra ante un futuro incierto de privatizaciones e inseguridad y un largo etcétera), siempre atienden eficientemente, con una sonrisa, dando ánimos…
(**) Oriental es el gentilicio de los nacidos en la República Oriental del Uruguay.

1 comentario:

Antonio Piera dijo...

Me hubiera gustado estar allí por darle el último hasta luego. Menos mal que fuiste tu por mí.