El PP vende otra moto.
Así titulaba David Torres
el pasado lunes en “Público” un artículo que comenzaba: “A primera vista, puede
parecer que el PP es un partido monolítico, rígido y retrógrado, pero la
historia reciente nos enseña que son capaces de subirse en cualquier moto previamente
repudiada y de dar vueltas de campana en escalofriantes acrobacias ideológicas.
Son el Evel Knievel de la política, salvando abismos patrióticos, sólo que con
la bandera española a hombros en lugar de las barras y estrellas, y aterrizando
siempre de una pieza”.
Torres advertía cómo, con
todo, las cabriolas circenses de Knievel palidecen al lado de los volantazos
cuánticos del PP, un partido que se traga sus contradicciones con el mismo
desparpajo con que el Gran Hermano de Orwell anunciaba que el enemigo a muerte
de diez minutos atrás era de repente el aliado de toda la vida. “Aznar lo hizo
sin cortarse un pelo al calificar a ETA de ‘Movimiento Vasco de Liberación’,
una denominación inédita en la historia de la democracia y una frivolidad que
llevaba hasta el límite el coqueteo con el terrorismo en una época en que la
banda marchaba a un ritmo de quince o veinte muertos por año. Mucho tiempo
después, con la ETA desmembrada y finiquitada, no ha tenido el menor reparo en
resucitarla siempre que le ha venido en gana, sin que en el cambalache perdiera
más que el bigote, al contrario que Knievel, que se rompió la cadera, la
pelvis, el fémur, las rótulas y los tobillos.
“No menos sensacional que
las piruetas con el terrorismo vasco es el tira y afloja que mantiene la
derecha española con el independentismo catalán, un travestismo político que
deja los mejores esfuerzos de Almodóvar o John Waters a la altura de un número
de cabaret. Algo lógico por lo demás, ya que los nacionalistas catalanes y
vascos suelen ser unos señores muy de derechas antes que catalanes o vascos, y
se llevan a partir un piñón con los nacionalistas españoles. Los patriotas
presumen de banderita en el reloj, pero el corazón lo llevan en la cartera y es
mejor que el dinero resida en Suiza, en Singapur o en Andorra, porque, a fin de
cuentas, los billetes no hablan idiomas ni saben de fronteras.
“Para ilustrar este
desenfreno, acabamos de ver cómo Puigdemont, el archienemigo número uno de los
españoles, ha pasado de improviso a la categoría de futuro socio en una de esas
negociaciones donde los peperos demuestran que, por mucho que digan lo
contrario, son unos entusiastas del género fluido. Otro tanto sucede en el
PSOE, donde una semana cantan la Internacional y a la otra semana le dan una medalla
a Meloni —su mano derecha no sabe lo que hace la izquierda—. Pero en el PP,
aunque en público desconfíen de la Teoría de la Evolución de Darwin y Mayor
Oreja asegure que él no desciende del mono, sino que se bajó dos paradas antes,
no tienen el menor problema en leer poesía árabe y hablar catalán en la
intimidad.
Y terminaba recordando:
“Ellos saben muy bien que hay que vivir el momento, sin mirar atrás ni tropezar
en burdas incoherencias. Por eso hoy el ídolo a derribar es Pedro Sánchez,
pactando con quien haga falta y vendiendo la moto que sea, del mismo modo que
en su día el monstruo irreductible era Felipe González y hoy míralo: cualquier
día estrena un despacho en Génova al lado de Joaquín Leguina. No les extrañe
que, con el tiempo, el gran felón de Sánchez adquiera el marchamo de estadista
redimido a fuerza de actualidad. La moto, al final, se la comen sus votantes
con patatas, que tampoco le hacen ascos a nada”.
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